La de Superorganism emergió como una gran historia, la de la utopía perfecta en torno a la hiperconectividad y el hyperpop, la fantasía de que ocho personas de cuatro continentes se conocieran online y acabasen compartiendo una especie de casa-comuna en Londres desde la que podían tomar el mundo con un pop eufórico y juvenil construido a base de corta y pega y moderadas dosis de excentricidad. Pero su primer álbum, “Superorganism” (2018), no llegó a estar a la altura de las expectativas, como también sucede, cuatro largos años después, en “World Wide Pop”.
Siempre ha subyacido un poso oscuro en todo aquel optimismo y, ahora, además, eso lo ha acompañado en la vida real. El octeto se ha reducido a quinteto, pero, entre las bajas, llama la atención la de Mark “Emily” Turner, productor y compositor, acusado de acoso sexual por varias mujeres. En las nuevas canciones, Superorganism parecen imaginarse a sí mismos a bordo de una nave espacial –o ciberespacial– en una suerte de metaverso pop dispuesto a seducir al cosmos.
No hay tanta originalidad en su propuesta como parece: se siguen respirando efluvios de The Avalanches, The Go! Team, Gorillaz y otros proyectos similares. La producción –compartida ahora por la banda con Stuart Price y John Hill– tira bastante de horror vacui, también a la hora de sumar invitados especiales: ahí están unas CHAI que encajan como anillo al dedo, pero también gente tan inesperada como Stephen Malkmus o el rapero Dylan Cartlidge, además de Pi Ja Ma, Boa Constrictors y Gen Hoshino. Lo más interesante es ver cómo refutan su propio mito en temas tan literales como “Put Down Your Phone” y la ansiedad soterrada que muestran muchas canciones, aunque lejos de la maestría mostrada por La Casa Azul en ese aspecto. Es un disco aparentemente divertido que, en realidad, da bastante bajón. ∎