Después del fracaso comercial de un primer disco espléndido (y feroz),
The Allman Brothers recibieron presiones de Atlantic para que se trasladaran a Los Ángeles y funcionaran como una banda de rock estándar. La respuesta fue un “jodeos” e
“Idlewild South” (1970): un puñado de canciones (siete) que, bautizadas con el nombre de su local de ensayo y pabellón de esparcimiento, afirmaban con más cabezonería que nunca su idiosincrasia sureña a la vez que expandían su estilo.
Al margen de blues-rock mastodóntico y maximalista con escapes al jazz, Gregg Allman empezó a despuntar como uno de los grandes compositores del rock norteamericano, heredero directo de Fogerty:
“Midnight Rider” todavía hiela la sangre. Y también demostró que en el difícil terreno del blues-soul era un
singer-songwriter que podía mirar directamente a la cara a los clásicos negros: una balada soul como
“Please Call Home” no desmerecería en un grandes éxitos de Solomon Burke. La guitarra
slide de su hermano ganó en expresividad –casi una voz humana– y Dickey Betts empezó a introducir la comercialidad country.
Curiosamente, y para los que piensen que los Brothers son un tocho, hay que advertir que solo una de las canciones (la mítica y algo coñazo instrumental
“In Memory Of Elizabeth Reed”) supera los cinco minutos. En esta espléndida reedición, los ejemplos de los Brothers como
jam band desbocada aparecen en el CD extra y los
bonus tracks: son barbaridades como una
“Mountain Jam” –en directo, 45 minutos, más larga que en
“Eat A Peach” (1972)– en la que, si exceptuamos los diez minutos de solo de batería, se muestran como los psiconautas indiscutibles que, en su momento, navegaron por la
cosmic american music. ∎