Hace casi diez años, cuando lo entrevisté por la gira de “Encyclopaedia” (2014), Jonny Pierce me hablaba de su creciente necesidad de componer canciones sobre cosas que le importaban. “En otros discos había temas que, sinceramente, no iban de nada”. Con “Jonny”, el (ahora definitivamente) único líder de The Drums parece culminar ese viaje hacia un pop cargado de significado y verdad. El álbum es un ajuste de cuentas tardío, pero sin rencor, con su al parecer cruda infancia en una comunidad religiosa al norte del estado de Nueva York. Es íntimo a rabiar desde la misma portada, que muestra a Pierce autorretratado desnudo, en pose de oración, sobre nada menos que la silla de la oficina de su padre en su iglesia pentecostal.
Los aires pizpiretos y ritmos uptempo del indie pop de The Drums, siempre tan conectado a sagradas influencias post-punk (The Wake en cabeza, pero también Orange Juice o The Psychedelic Furs), suelen contrastar con letras que pueden ser de una melancolía hiriente. Ese tradicional contraste es salvaje en la inicial “I Want It All”, single irresistible sobre el vacío derivado de una infancia sin amor y la necesidad rabiosa de conectar, querer y ser querido.
La justo posterior “Isolette” (“incubadora” en francés) también es dura: su madre sufrió un trauma al dar a luz prematuramente a Jonny y puso distancias con su criatura, que no llegó a sentir el necesario vínculo afectivo inicial con ella. “En mi vida, nadie me enseñó / a confiar en mí mismo o confiar en nadie”, canta Pierce sin que el ritmo decaiga respecto al arranque. Más adelante hay una gran canción de desamor (“Plastic Envelope”: “Pensé que iba a morir a tu lado / Pensé que, cariño, esta era nuestra vida”), pero, por suerte, también sobre encontrar la felicidad de nuevo: “Obvious” suena claramente (jangle, dinámica, luminosa) a estar enamorado; y forma emotivo díptico con “The Flowers”, sobre la salvación de la ternura.
“Jonny” no sería un disco de The Drums si no hubiera alguna clase de reinvención, y aquí hay unas cuantas de ellas. “I’m Still Scared” es synthpop a revoluciones casi gabber. “Harms” tiene aires de espectral witch house, de algo que casi podría haber publicado el añorado sello Tri Angle. “Be Gentle” suena a balada doo-wop de los cincuenta, una influencia que no oíamos tan bien manejada por un artista indie desde los mejores días de Grizzly Bear. Y aunque no sea demasiado dado a los featurings, Pierce se deja acompañar en “Dying” por una Rico Nasty de voz muy hyperpop.
En nota de prensa, Pierce afirma sentirse satisfecho de haber grabado un disco con todos sus yoes, todas las partes de su ser, incluso las que no parecen rimar unas con otras. Es importante aceptar la contradicción en la que nadamos todos y seguir remando hacia delante. Él parece separarse con fuerza de la tormenta. La viñeta final de esta catarsis de álbum se titula “Solía querer morirme”, así, en pasado, como debe ser. ∎