Álbum

The High Llamas

Hey PandaDrag City-Popstock!, 2024

Era plausible mi teoría de que “Hey Panda”, el tema que abre el álbum homónimo de The High Llamas, podría ser un homenaje a Panda Bear. Sean O’Hagan y el componente de Animal Collective comparten una visión muy similar de la música, se puede decir que son quienes mejor han actualizado la herencia de Brian Wilson y, además, en este nuevo disco, el líder de The High Llamas ha tomado como inspiración elementos del pop contemporáneo, el nuevo R&B y la música urbana, aunque haciendo ese influjo difícilmente reconocible y llevándolo hacia un lugar muy diferente. Incluso, en la letra de la citada canción, cuando dice “You’re right on the clock / you’re 45 stone”, llegué a mirar la fecha de nacimiento de Noah Lennox y comprobar que, en efecto, tiene 45 años. Según declaraciones de O’Hagan, la realidad es que el tema está dedicado, literalmente, a un oso panda que comía zanahorias con cuyos vídeos en TikTok se flipó durante el confinamiento. Podéis creer lo que él dice, o no, pero a mí me sigue gustando mi teoría.

A todo esto, el undécimo álbum de los High Llamas es tan sorprendente como inesperado. El propio O’Hagan, que no publicaba un larga duración desde “Here Come The Rattling Trees” (2016), llegó a fantasear con el retiro. Afortunadamente, el punto de inflexión llegó con un single intermedio, también liberado en plena pandemia: “The Wild Are Welcome” ya preludiaba lo que nos íbamos a encontrar en este “Hey Panda”, incluida la colaboración vocal de Livvy, la hija de Sean, y la presencia de Fryars a las mezclas. El nuevo tándem formado junto al (no tan joven) Benjamin Garrett ha servido para rejuvenecer y reimaginar el sonido clásico de los High Llamas con un retrofuturismo que es menos nostálgico y más futurista que nunca.

Se dice que influido por la música que escuchan sus hijos, y citando a gente como SZA, Noname o SAULT, el excomponente de Microdisney desborda imaginación en cada uno de estos doce temas, que no suenan a nada que (al menos yo) haya escuchado antes. Manipula algunas voces con Auto-Tune, tal vez con otro efectos, juega con el pitch y, de modo poco obvio, hace virguerías con la producción divirtiéndose como nunca y rompiendo con los notorios ensimismamientos de buena parte de su discografía para buscar otro tipo de complicidad con el oyente. Cada escucha es una caja de sorpresas, un parque de atracciones sonoro en el que uno no deja de descubrir cosas nuevas, quiebros inesperados, ventanas hacia otros mundos. Incluso las contribuciones vocales de Bonnie Prince Billy en un par de temas (“How The Best Was Won” y “Hungriest Man”) le hacen irrumpir en modo dueto de forma bastante irreconocible. Aunque sea la más llamativa, no es la única contribución estelar: también aparece Rae Morris en “Sisters Friends”.

O’Hagan juega con las palabras como con los sonidos, y le salen algunas letras que aparentemente son un poco tontorronas, pero también temas bastante curiosos en los que reflexiona sobre el propio proceso de crear música, como “Bade Amey” o “Toriafan”, esta última con un punto de autoayuda, pues recuerda sus dificultades de aprendizaje al sufrir de dislexia (“Said I was never gonna learn / but I did it”, canta). También algunas en las que, si se escarba un poco, podría estar haciendo mención a su propio envejecimiento, la pérdida de facultades a la que aludiría en “The Water Moves” o ese alegórico “Could there be a better name than End Street?” que repite varias veces a lo largo del tema final, “La Masse”. Eso me aventura a alumbrar otra teoría. ¿Es este el álbum de despedida con el que Sean O’Hagan llevaba años fantaseando? ∎

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