Lo primero que atraviesa la mente al zambullirse en el nuevo álbum de The Rose City Band, “Sol y sombra”, es que su música parece haber existido desde siempre. El tiempo se dilata y nada resulta urgente, pero tampoco hace falta que lo sea. Rose City Band siempre ha pisado con descaro esa línea difusa donde la psicodelia se mezcla con el country, donde el folk no es exactamente folk y donde todo suena familiar. Este disco no es la excepción, aunque su propia inercia temática acaba volviéndose cargante.
Ripley Johnson, cerebro creativo detrás de este proyecto, podría haberse decantado por los ritmos krautrock mecánicos o las guitarras sobrecargadas de Moon Duo, su otra banda junto a Sanae Yamada, o sumergirse en el psicorock incondicional y su murmullo más áspero en Wooden Shjips. Pero, como hace lo que le da la gana, arranca el año con una nueva entrega de Rose City Band, el proyecto que irrumpió misteriosamente en 2019 con un álbum homónimo y que desde entonces ha publicado “Summerlong” (2020), “Earth Trip” (2021) y “Garden Party” (2023). Todos ellos persiguiendo esos momentos en los que el corazón y el alma cobran vida. Si “Garden Party” auguraba la primavera con su espíritu despreocupado, “Sol y sombra” deambula por un territorio más incierto. En estas canciones, la luz se despliega, pero nunca sin su correspondiente sombra, algo que el propio Johnson describió con una especie de resignación luminosa: “Una de las conclusiones que saqué de hacer este disco es que gasté mucha energía tratando de hacer las cosas un poco diferentes, pero terminé de nuevo donde empecé en muchos sentidos, y eso está bien”.
Ese vaivén entre lo luminoso y lo melancólico no ocurre por casualidad. El brillante Barry Walker en la pedal steel –insistimos, brillante–, el teclista Paul Hasenberg y el batería John Jeffrey articulan con precisión ese aire de añoranza que atraviesa las canciones. Colin Stewart, en la mezcla, y Amy Dragon, en la masterización, pulen el sonido del álbum, mientras que el arte de Tylor Rushing, con su paisaje desértico de carretera, refuerza visualmente esta dualidad.
Es difícil no marcar el ritmo con la cabeza cuando arranca con su primer sencillo, “Light On The Way”, un folk-rock vibrante que se inclina hacia su vertiente más power pop, buscando un resquicio de luz mientras se desliza por la carretera. Marcha y embrague antes de entrar en “Open Roads”, el corte más breve del disco, que adopta un tono más country sin desprenderse del aire despreocupado que lo acerca a Grateful Dead. La pedal steel de Walker refuerza esta realidad y se apodera de la siguiente pista “Rolling Gold”, donde las percusiones imprimen un galope constante y la voz de Johnson mantiene su cadencia relajada, aunque se vuelve incluso más anhelante en la siguiente canción, “Evergreen”, en las que exterioriza: “See me falling in your bright sun / Fear the shadows, and I will / From the west into the sea / Down the river to pouring rain”.
Las sombras solo consiguen acentuar los momentos más llameantes del disco, y quizá el más radiante sea “Sunlight Daze”, que afronta el paso del tiempo y la idea de envejecer con solos de guitarra que serpentean con total naturalidad. “Radio Song” retrocede en el tiempo hasta las calles de Santa Cruz, donde Johnson conducía su Plymouth Fury del 64, con la radio AM en mono lanzando melodías que ahora parecen parte de su ADN musical. En “Seeds Of Light”, el segundo sencillo, Yamada introduce una luminosidad tenue que envuelve la voz de Johnson, evocando esa sensación de dejarse llevar en un río tranquilo, con una Blue Moon en la mano y el sol filtrándose entre los árboles.
El punto más psicodélico y funk del álbum aparece con “La mesa”, un instrumental en el que los sintetizadores de Yamada construyen un paisaje profundo que se distorsiona como el horizonte ondulante de un desierto. Después, “Wheels” encaja como otra canción en ese cabeceo entre sentirse bien o sentirse mal, oscilando entre la melancolía y la esperanza. El cierre llega con el órgano envolvente de Hasenberg en “The Walls”, el último vistazo al paisaje de carreteras y tiempo que atraviesa todo el disco pero que deja una sensación extraña. Pese a ser un álbum honesto ya transitar un sendero secundario interesante más nebuloso, en el que flotan además sombras de Grateful Dead y Allman Brothers, Rose City Band deja una lista de canciones algo desconcertante por sus imágenes y metáforas recurrentes para describir un viaje en carretera. ∎