Álbum

Tobias Jesso Jr.

s h i n eR&R, 2025

Hace ya diez años, un joven canadiense que había aterrizado en Los Ángeles con una maleta cargada de sueños quemaba la última carta de su modesta baraja con un debut envuelto en una sensación de necesidad, de vive o muere, que visto con la perspectiva de los años pareció más bien una especie de revolucionario currículum público en tiempos de creatividad e inventillos en internet, con el nuevo concepto de redes sociales aún asentándose en el imaginario colectivo y recibiéndose con excitación. “Goon” llegó en un momento, 2015, en el que el indie había vuelto a entrar en una etapa de cantautores, con Leonard Cohen volviendo a las grabaciones en su última juventud o Nick Cave redescubriéndose para una nueva generación de oyentes, y con Bon Iver, Sufjan Stevens o Father John Misty en algunos de los momentos más dramáticos y confesionales de sus carreras. Y sirvió para que el imaginario alternativo californiano, que en ese momento se traducía en la música de Tobias Jesso Jr. a través de sus colaboraciones habituales con otros talentos por entonces en ciernes como el de Ariel Rechtshaid o el de las hermanas HAIM, fuera calando poco a poco en el corpus sonoro y en la industria mainstream.

Si antes había probado y fracasado tímidamente como compositor de canciones para otros artistas, tras “Goon” de repente lo vimos infiltrarse por completo en las bambalinas del pop y abandonar su carrera artística, y créditos para Adele, Sia, Shawn Mendes, Florence + The Machine, las propias HAIM, Gracie Abrams, King Princess, FKA twigs, Orville Peck, Omar Apollo, Harry Styles, Miley Cyrus, Lauren Mayberry, Dua Lipa, Camila Cabello, Bon Iver o, más recientemente, Dijon y Justin Bieber o la mismísima Rosalía –coescribe “La yugular” en “LUX”– dan fe de una posición nuclear en la configuración de una nueva forma de sonar. Por eso la noticia de un nuevo disco a su nombre, sucesor de aquel revelador “Goon” una década después, tenía los visos de gran evento.

El resultado, sin embargo, resulta enormemente desigual: porque aunque el aspecto desvencijado, poco tratado, casero y maquetero de las canciones le da cierto aura de romanticismo al proyecto, y lo acerca a esa idea de intimidad vulnerable que era signatura de “Goon”, las canciones de “s h i n e” no escarban tanto en lo profundo como lo hacía aquel, compuesto casi en bancarrota, con el corazón roto –tanto por una chica (¿Alana Haim?) como por la misma ciudad de Los Ángeles– y luchando para mantener la sonrisa mientras cuidaba a su madre enferma de cáncer. Y aunque Jesso nunca ha sido el mejor expresando sentimientos románticos –antes eran canciones como “The Wait” o “Just a Dream”, por ejemplo; hoy líneas del nivel de “quererte es como hablar con atención al cliente” o “¿Cómo es que amor se pronuncia adiós?”–, y era por lo tanto esperable no encontrar demasiados cambios a este respecto, más allá de eso las letras en “s h i n e” parecen más bien reflexiones genéricas y superficiales sobre ciertos tópicos de la madurez, como la paternidad, la soledad, la nostalgia o el duelo. Tanto que realmente sorprende encontrar más de un involucrado en su escritura –Justin Vernon, Danielle Haim o Tommy King aparecen en los créditos–, y hace pensar, más que en una verdadera continuación artística o un segundo capítulo en condiciones, en una colección de demos por lo general inacabadas descartadas de sus sesiones para otros artistas.

En lo musical sucede algo parecido: la misma idea de baladista a piano obsesionado con Paul McCartney de “Goon” se percibe detrás de este nuevo álbum, y no hay tanto salto para tanta década más allá de que esta nueva iteración cambia lo florido de los arreglos por una intimidad más descarnada y una frescura más improvisada y directa que, de nuevo, en conjunto, deja sensación de non finito. Los temas son en su mayoría genéricos, cuando no demasiado explícitos en su intención de sorprender: en “Black Magic”, coproducida por Shawn Everett, tira de un pop más anímico para dar aire a una composición que ronda demasiado los modos de Jack Antonoff y de The 1975 –algo desactualizados en 2025–, y en “I Love You” echa el cierre con una cacofonía percusiva que parece hecha a base de portazos, y que interesaba por plantear –lanzada como único sencillo– una dirección quizá más experimental y heredera del “White Album” (1968) de los Beatles o del “Fetch The Bolt Cutters” (2020) de Fiona Apple que luego realmente no encuentra continuación alguna en el disco, quedándose casi en un susto. La sensación general es la de que Tobias Jesso Jr. sigue esperando, “Waiting Around”, pero no sabemos muy bien ni a quién ni qué. ∎

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