Álbum

Tom Waits

Real GoneAnti-[PIAS] Spain, 2004

Tom Waits como clásico de nuestro tiempo, del pasado y del que está por venir. En 2004, su álbum “Real Gone” fue escogido el mejor de aquel año en el Rockdelux 225. Nada extraño para una obra que cuenta con temas como “Top Of The Hill”, “Hoist That Rag”, “Sins Of My Father”, “Shake It”, “Don’t Go Into That Barn”, “Trampled Rose”, “Make It Rain”, “Day After Tomorrow”… Esta es la crítica que escribió Gerardo Sanz entonces, publicada en el Rockdelux de octubre de 2004, donde ya avanzaba la posible elección de “Real Gone” como mejor disco de la temporada. El mensaje está claro: Tom Waits nunca decepciona.

Lo que verdaderamente distingue a Tom Waits es que continúa entendiendo la música como una revelación. Al contrario que la inmensa mayoría de sus coetáneos, no hace lo que puede sino lo que quiere. Y lo que quiere coincide con lo que necesita: dejarse llevar por sus canciones hasta lugares que ni siquiera preveía visitar. Le sucede desde que, trabajando en la banda sonora de “One From The Heart” (1982), conoció a su actual esposa, Kathleen Brennan. Y con más frecuencia a partir de su fichaje por Anti, cuando el muy notable “Mule Variations” (1999) nos devolvió el rajo que muchos, a la altura del infravalorado “The Black Rider” (1993), pretendían relegar al olvido. Y en ello sigue ahora, cuando, tras el mayestático paréntesis de “Alice” (2002) y “Blood Money” (2002), dos caras de una moneda de tres centavos bien brechtiana, ha incorporado la práctica del cut’n’paste a su teoría de la instrumentación tradicional.

Readmitida la guitarra (y el tres) de Marc Ribot en su primera colaboración seria desde “Rain Dogs” (1985) y proscrito el piano por primera vez en su carrera, “Real Gone” no es un disco de hip hop, aunque podría. En su debut como percusionista vocal, Tom Waits grabó melodías y ritmos con su garganta de destilería y alquitrán, hizo tocar a la banda encima –repiten Larry Taylor (Canned Heat) en el bajo y Brian “Brain” Mantia (Primus) en la batería– y editó el resultado. Tenía en mente un rosario de cuentas pop y le ha salido un cilicio con cerdas de funk infecto, son beodo y blues caníbal. Porque “Don’t Go Into That Barn” comienza como “Matar a un ruiseñor” y acaba igual que “La noche del cazador”. Porque “Circus” no engaña y, spoken word mediante, es “Freaks” desde el principio. Y también porque “Shake It” y “Make It Rain” se meriendan en un santiamén a Jon Spencer y The White Stripes.

Sin abdicar de sus clásicas obsesiones –aparecen Louis Armstrong (“Dead And Lovely”), Bob Dylan (“Trampled Rose”) y James Brown (“Metropolitan Glide”)–, el imposible lutier del trombón-pez-espada inventa un futuro para su propio género. Compone el himno nacional de la redención (la estremecedora “Sins Of My Father”), se estrena como cantautor político con la preciosa “Day After Tomorrow” y contextualiza los muchos logros de “Bone Machine” (1992) en el mejor –al menos hasta la fecha– álbum de 2004. ∎

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