Toño Martín (1954-1991), el primer frontman de Burning, murió cuando yo no había nacido. Esta clase de distanciamientos son habituales cuando gastas menos de 35 y te apasiona el rock’n’roll. Es una música que se homologa cada vez más a la clásica. Los compositores míticos están todos en el corral de los quietos. De ahí se extrae una especie de resignación. Asumes, güija y aquelarres diabólicos aparte, que no volverás a escuchar material nuevo. Que habrás de refugiarte en las nuevas generaciones. Tan buenas o mejores que las anteriores, pero sin la chispa de la mitificación.
Por eso resulta tan saludable para la glándula pineal de uno enterarse de que un gran músico dejó un recado para el futuro. Toño, lo más seguro sin quererlo, lo hizo. Y Subterfuge ha tenido el santo olfato de publicar esa misiva musical extraviada, registrada entre 1983 y hasta poco antes de su muerte. “Muerde la bala” es un álbum que no impresiona en absoluto. Sí, sí, no me vengáis con esa cara de ratón cazado. El cacharro no impresiona porque es justo y precisamente –gracias a Dios– lo que se hubiese esperado de Toño Martín. Un almanaque de temas plagados de soledad, angustia y deseo frustrado, magistralmente dotados para transmitir la sensación contraria.
Como en “Ángel caído”, donde reza: “Recuerda que un día tuvo luz, aunque ahora viva en recuerdos”. Toño sabía invocar la espina dejando claro que era necesaria para disfrutar la rosa. Luego están los arranques emotivos del escritor quebrado. “Fría de un pálido azul” es parecida a lo que sería un zagal enamorado cantando ebrio en un karaoke, pero mantiene un aura inasumible hoy en día: alberga cierta distorsión, una suciedad muy pura, que patea lejos la pesadillesca batalla por la perfección digital en la que andamos enfangados. Una apreciación perfectamente homologable al disco entero, dicho sea. Y que combina impecablemente con el sonido del Lou Reed facineroso, típico de quien andaba cruzando las botas por las aceras, moviendo los hombros a un compás exagerado y arqueando los labios sobre una lengua macarra pero, en el fondo, sentimental.
Este disco de Toño es uno de esos manjares exquisitos tan solo brindados por una peligrosa mezcla entre desgracia y suerte. Desgracia porque su autor no vio cumplido su sueño solista en vida, aunque tenía material para hacerlo. Y suerte… Bueno, todo suena mal después de lo anterior, pero sí, suerte porque quienes habíamos perdido la esperanza de escuchar su voz entonando otras letras hemos resucitado al ángel caído del rock español. Así que, nada, a morder la bala, a calzarse la chupa de cuero y a homenajear a Toño Martín. ∎