Es habitual en las reseñas de algún restaurante con una marcada particularidad que alguien indique que está muy bien si sabes a lo que vas. Esa acotación final, a modo de aviso a incautos que creen en un sentido del gusto objetivo e intercambiable, podría ser aplicable a la música de Ty Segall. El californiano, aún en la segunda mitad de su treintena pero con una vasta discografía a sus espaldas, ha construido un mundo propio con muy marcadas referencias. Esa psicodelia con regusto ácido y ciertas variedades de rock en boga en el período entre finales de los sesenta y los primeros setenta: Black Sabbath, The Beatles –los del “White Álbum” (1968)–, T-Rex, Led Zeppelin, bandas de space rock como Hawkwind, el recopilatorio de bandas de garage psicodélico “Nuggets” (1972), cierto folk de vuelo libre, etc. En cada álbum, para no repetirse, altera las proporciones, añade matices, busca un leitmotiv, pero sus obsesiones y su distintivo modo de hacer siempre están ahí.
Esta vez se ha tomado su tiempo; dos años, que para él son muy largos. Su intención, afrontar una grabación sin prisas y con una carga reflexiva propia de la meditación o los viajes lisérgicos hacia dentro. También las letras, no siempre comprensibles a la primera, van en esa dirección. Satisfecho con la labor de su último LP, “Hello, Hi” (2022), decidió reclutar al mismo productor, Crooper Crain, líder de la banda experimental Bitchin Bajas. En parte se mantiene el tono acústico y reposado del anterior, pero esta vez combinado con el zumbido de las guitarras eléctricas y un colmillo y actitud más rock.
El single de adelanto, “My Room” –soleado pop de la Costa Oeste–, podría llevar a engaño a los desprevenidos que citábamos en el primer párrafo, pero por poco tiempo. Segall no secuencia sus trabajos pensando en convencer a neófitos. Aquí abre con dos de sus piezas más largas y densas; “The Bell” –que empieza acústica y armoniosa como un tema de Elliott Smith hasta que un break de batería se la lleva a terreno psicodélico– y “Void”, cortada por similar patrón. Los riffs de guitarra agudos que aúllan como mosquitos tigre y sus estribillos con voz en falsete comandan los medios tiempos de ritmo sincopado “I Hear” y “Hi Dee Dee”. Cabe indicar que prácticamente todo lo que se escucha en el disco –como esos trabajados ritmos de batería– está tocado por Segall, a excepción del bajo y los teclados en varias canciones, y de la sinuosa “Move”, que cuenta con su banda habitual de los directos al completo y con su esposa Denée en la voz. Con ella editó el álbum “Surgery Channel” (2023) bajo el alias The C.I.A. La dinámica colaborativa entre los dos debe ser buena porque en “Three Bells” han compuesto cinco temas juntos, entre ellos el segundo single, “Eggman”, conducido por un riff acústico, subrayados eléctricos y un ritmo repetitivo que termina por ralentizarse como presa de una repentina ingesta de benzodiazepina.
Pese a cierta densidad sonora, el sonido no está sobrecargado; hay espacio entre los instrumentos y cada elemento entra y sale a su tiempo. Se aprecia muy bien en “Repetition”, con ritmo lento pero trotón, una guitarra rítmica de fondo, los espaciados agudos eléctricos y la repetición ensimismada del título, juego en el que incide en “Denée”; el nombre de su mujer pronunciado más de cuarenta veces cual mantra sobre un fondo como de free jazz para entrar en un estado mental flotante. El álbum es doble en su edición en vinilo y da para alejarse de la realidad tanto como uno quiera dejarse llevar, con o sin dopante ayuda. Es ahí –y no como semillero de playlists en que parecen convertirse muchos discos actuales en las habituales plataformas digitales– donde se encuentra el tuétano de este trabajo. Ahora no digáis que no sabíais a dónde ibais. ∎