Álbum

Vera Fauna

Los años mejoresErnie, 2023

Simplifiquemos, que es gerundio. No es justo, pero es práctico. ¿Imaginan un cruce entre Mac DeMarco y Kiko Veneno? Pues así suenan Vera Fauna –con mil y un matices– en un segundo álbum que supera con creces su debut. De hecho, el de Figueres es invitado estelar en “Martes”, que tampoco creo que sea la mejor de estas once canciones, aunque sí razonable como tarjeta de presentación.

Sus integrantes provienen de Cádiz, Ceuta y Sevilla, aunque su centro de operaciones sea la capital andaluza, y algo hay en su música del carácter de las tres. El desparpajo, la aparente despreocupación, la buena cara al mal tiempo que transmite un ideario que afronta tiempos oscuros a golpe de psicodelia acuosa, fundida con un duende muy particular. La luminosidad casi cegadora de una lírica sin pretensiones, de una poética de lo cotidiano que fluye con pasmosa naturalidad tras pasar bajo el cedazo del atareadísimo Raúl Pérez en su estudio La Mina. El pop de dormitorio y el quejío flamenco. La hipnagogia serena y la rítmica arábiga: escuchen “Mira lo que tengo”, con ese guiño al mayor genio del balón que nunca pasó por la tacita de plata (“Yo quiero a mis chavales, que cerremos bares y ganemos los partidos como Mágico González”), el momento de más clara conexión con atavismos locales junto al duende de “No quiero nada”, en alianza con Carmen Xía, digna legataria de la Mala Rodríguez o Gata Cattana. Y el blues, el reggae o algo parecido a la cadencia de la bossa nova (como en la acústica “Estrella de papel”) asomando la patita al fondo. Pero muy al fondo. Porque nada resulta obvio en el discurso de Vera Fauna. No se intuye estrategia ni cálculo.

Kike Suárez, Javi Blanco, Juanlu Romero, Jaime Sobrino y Alejandro Fernández se doctoran aquí en el arte de colorear de imaginación el hastío existencial. En el trazado de acuarelas levemente lisérgicas que ponen seductora sordina a las estrecheces materiales de un tiempo en el que cuesta imaginar un futuro más amable que el presente. Canciones tan evocadoras como “Casa Carreras”, “Voy temblando”, “Al dolor” o “Espuma” (una de las virtudes de este disco es que su control de calidad no relaja su estándar a lo largo de sus 42 minutos) abrillantan su porvenir e invitan a comprobar cómo se desenvuelven en directo en salas en las que su hechizo no debería diluirse, porque (de momento) apenas pisarán un par de festivales de mediano aforo, Sound Isidro y Sonorama Ribera. ∎

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