De norte a sur y de sur a norte, atravesando la península en línea recta desde Tolosa hasta Jerez de la Frontera, llega el primer fruto de una alianza que reviste plena lógica si nos atenemos al rol que ambos están desempeñando en la renovación de nuestras músicas populares desde presupuestos de vanguardia. Es posible que, como reza el texto promocional, Verde Prato y Bronquio estuvieran condenados a entenderse. Las tres canciones que integran este EP estimulan y dejan con ganas de más, porque diseñan tres vértices complementarios que bien podrían multiplicarse y expandirse en nueve o en doce, hasta justificar un álbum completo. Y la idea que trasluce en “Erromantizismoa” (romanticismo en euskera) cuaja, porque se desdobla en tres modos de entender esa pasión, según la canción: desde el alboroto del enamoramiento, desde un anhelo de complicada resolución y desde el ensimismamiento a través de la música, tal y como ya han explicado ambos en alguna entrevista.
“Maite, nauzu zeharkatu” se despereza con un ritmo ancestral que podría ser el de una txalaparta, apuntalando una cándida melodía con hechuras de nana folk, impulsada por un tratamiento de electrónica minimalista, algo más austero que el que Bronquio expuso junto a Rocío Márquez. Las cosas se enturbian –y se ponen más interesantes– cuando ambos alternan sus voces (vocoderizadas) en “Laguntasuna bazen apurtezina”, que tiene ese punto a trip hop espectral sin evidenciar deuda alguna con los noventa, ese tipo de canción –y de fórmula– que no hubiéramos predicho hace treinta años, ni borrachos, cuando le asignábamos al estilo una pátina coyuntural. La conexión con la electrónica post-dubstep es aún más evidente en “Agertokian neskatila”, mi favorita del lote y la que en mi opinión tiene más marchamo de hit, con su ritmo tribal, un drum’n’bass ahogado (apenas llega a insinuarse) y la voz de Ana Arsuaga luciendo con toda claridad. Ojalá sigan compartiendo ideas. ∎