“Odio casi todo lo que veo y solo quiero desaparecer” es lo que dice el estribillo de “Man Made Of Meat”, canción que abre el cuarto LP de Viagra Boys. “viagr aboys” es la respuesta a un tercer álbum político y, por ende, agotador para la banda sueca: ahora, se presentan con un teatro del absurdo en el que mezclan imágenes de la vida cotidiana con conspiración y autoconciencia. Si algo caracteriza a Viagra Boys es su estilo provocador y su habilidad para satirizar cuestiones políticas, sociales y culturales, si bien entre tanta ironía y tanto pop punk siempre florece un espíritu adolescente: los de Estocolmo encarnan la banda sonora de una existencia cuasi púber marcada por noches interminables en bares decadentes, alcohol y pitis. Su música oscila entre lo absurdo y lo sesudo, y con este álbum la ambigüedad se resuelve: son, simultáneamente, ingeniosos y estúpidos, perfeccionado un punk pop deliberadamente tosco, casi cavernario por hipermasculino, que funciona como una parodia en sí misma y, a la vez, siempre tiene algo de verdad.
Aun predecible, “viagr aboys” resulta un trabajo divertido y construido entre la ficción y la realidad. Entre art punk, funk, surf y todo lo que se puede englobar como música de skaters, la banda liderada por Sebastian Murphy disfraza las cuestiones políticas transversales a la clase trabajadora con otras historias menos agotadoras: “Uno II”, por ejemplo, es una canción en primera persona sobre el perro de Murphy, un galgo que visita al veterinario por problemas dentales. “Pyramid Of Health”, por su parte, habla sobre “tener el estómago frito” por “desayunar cigarrillos” y afirma que “el mundo en el que vivimos no tiene forma de esfera, tiene forma de pirámide”: una evolución del terraplanismo que esconde una crítica a la jerarquía social; en definitiva, una fábula anticlasista sobre el sistema de salud en la que, de por medio, aparecen árboles mágicos y gusanos parlantes (una historia ficticia entre consumir alucinógenos o viajar al país de las maravillas). “Medicine For Horses”, en cambio, se vuelve más oscura, aunque igualmente absurda, siendo una reflexión sobre un hombre con pensamientos recurrentes sobre el suicidio que quiere conducir contra una pared para volverse bidimensional. Así, los personajes que pueblan el álbum son figuras apocalípticas, no en un sentido épico ni catastrofista, sino profundamente doméstico y cotidiano: se trata de antihéroes urbanos que habitan una realidad en ruinas no por explosiones o colapsos globales, sino por el desgaste psíquico de la vida moderna. No protagonizan relatos heroicos ni ofrecen una resolución esperanzadora; más bien encarnan el colapso del sujeto contemporáneo, atrapado entre la hiperconciencia y la banalidad. De algún modo, “viagr aboys” representa la descomposición del individuo ante un sistema deshumanizante: para ello, ya se deshumanizan ellos mismos.
Esta estética del apocalipsis cotidiano (más emocional que material, más absurda que violenta) se hace siempre desde el hedonismo más absoluto: el mundo se desmorona cuando se proyecta la ansiedad sobre un perro o cuando la única salida imaginable es volverse plano. Todas las mañanas, al despertarnos, es el fin del mundo. ∎