Álbum

Víctor Herrero

Pajarito negroTrás-os-Montes, 2022
Menos mal que nos queda Portugal. Allí ha tenido que ir Víctor Herrero, uno de nuestros músicos más interesantes y completos, para encontrar sello discográfico. Trás-os-Montes, región crepuscular del Alto Duero, buena compañía y un otoño de aires salvajes lo ayudaron a fraguar las ocho piezas de su sexto y mejor álbum firmado en solitario. O sea, que el viaje ha valido la pena. Porque “Pajarito negro” seduce desde los primeros compases de “Para nombrarte”. Sus cálidas disonancias remiten a algún ser querido mientras nosotros pensamos en Scott Walker.

En la Arcadia prepandémica de Macedo de Cavaleiros se grabaron todos los temas del disco a base de guitarra clásica y voz. Con la excepción del chelo de Joana Guerra, los arreglos de cuerda, compuestos por Víctor y su hermano José Luis, que también aporta teclados, piano y bajo, fueron añadidos en Londres con músicos pertenecientes a la tradición fiddle: Billy Steiger y Mikey Kenney al violín, y Tom Moore a la viola. Todo, entre noviembre de 2019 y febrero de 2020.

A estos ingredientes instrumentales y topográficos habría que añadir los semánticos, tan austeros y sonoros como aquellos. Síntesis de una forma de hacer que abraza trascendiendo la tradición folk, los cantautores espirituales como Amancio Prada y guitarristas como Raúl García Zárate. Este último aparece mencionado en las notas de la cuidada edición en vinilo del álbum. La imagen de la portada pertenece a Tarkovski y goza de vida propia: su hijo y heredero, Andréi Tarkovski Jr., accedió al uso de la enigmática polaroid persuadido por la música.

“Pajarito negro” transmite la belleza de lo sencillo y de lo efímero. También de la añoranza de vivir, y de algo sombrío. ¿A qué se referirá el autor con su título? “Black Eyed Dog”, de Nick Drake, es, sin duda, mucho menos delicada. Hay algo que se escapa, pero que penetra y resuena en el alma: “¡Ay!, pajarito negro que entras en mí / Y te posas en mis adentros / ¿Podré acaso resurgir de este tormento?. La dicción de este trovador vocacionalmente anacrónico transforma las bes en uves, las i griegas en elles y las eles en alas de poderes alquímicos.

Tres piezas son instrumentales: “Rapaz”, “Carmesí” –entre Schubert y Penguin Cafe Orchestra– y “Epílogo” –para cerrar, levantar el vuelo y seguramente alguna copa de vino–. Además del silencio, el crujir de lo inorgánico y el timbre de la respiración, colores que suelen teñir sin perturbar la música de Víctor Herrero, destacan tres canciones: “Divino tesoro”, en referencia a la juventud que vuela, con su vitalista arreglo de piano; “Paraguay”, donde confluyen realismo mágico, un sintetizador y la energía de Tim Buckley, y la encantadora “Rendevouz”. Fuera del tiempo, un poco como la “música callada” de Mompou, Herrero intercambia su cotizado virtuosismo técnico, presente en “Pajarito negro”, por sabiduría, emoción y contenida elocuencia. ∎

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