Disco destacado

Viva Belgrado

Cancionero de los cielosFueled By Salmorejo, 2024
No se puede decir que sorprenda el enfoque con el que se han tomado Viva Belgrado su último trabajo. Toda su trayectoria es la historia de una reinvención, de una lucha épica entre las ganas de vivir y las ganas de volar, entre el asfalto y la arena, entre las ambiciones y las expectativas, entre el fomo y el jomo, entre entre la nostalgia del pasado y la necesidad de estar en el futuro, o al menos en un presente, valga la redundancia, presente: “Bienvenidos a nuestro bonito vernissage / En mis tiempos a lo tuyo lo llamábamos muzak”. Quizá luchar ha sido un verbo que siempre ha estado en la boca hambrienta y combativa del cuarteto.

Y siguen luchando, sobre todo contra sí mismos, en este “Cancionero de los cielos”. Contra su propia visión desesperada, contra haber entrado en los 30 y –¡joder!– que te moleste todo, contra la pena, contra la autocondescendencia con las trasnochadas exigencias del proceso creativo. La lucha se hace patente desde el principio, desde la inicial “Vernissage” –¿acaso la mejor canción publicada hasta la fecha por el cuarteto?–, en la que no solo luchan, esta vez por entenderse, sus facetas musicales, entre el shoegaze, el emocore, el post-hardcore y la música urbana: luchan formas de entender la vida, pero sobre todo luchan en el interior la mala hostia y las ganas de destruir con la convicción de que en la aceptación se vive mejor. Un poco como le pasa a Gabimaru el Vacío en “Hell’s Paradise”: cuando el amor te enseña que sin ceder es imposible abrirle camino, todo cambia.

Y es aquí precisamente donde radica la gran diferencia: Viva Belgrado, hoy, luchan por mejorar. Por ser mejores. Por la humanidad, como el equipo de protagonistas de un anime de esos que tanto les gustan. “¿Y si deja de llover y sale un poco el sol y se ahoga mi pena?”. Esa pena llega a hacerse física en “Nana de la Luna Pena”: interpretada por la cantante Sara Zozaya, engatusa al interlocutor con la excusa de que le dará más canciones. Le susurra mintiendo: “Si me acunas una noche más, te prometo la mejor de tus canciones”.

Y revela otra de las obsesiones del disco: la reflexión sobre el proceso creativo y lo que significa en uno mismo –y por lo tanto en los demás, en los que forman parte de la vida real del artista–. Esa idea de rebuscar, de “bajar a la mina a buscar mineral”, entre las propias miserias en pos de un efecto catártico para justificar la inspiración y cómo puede afectar a la persona real que trata de vivir una vida normal. O incluso, simplemente, cómo una obsesión como puede ser la música puede acabar consumiéndote: “Si no vuelvo a ver el cielo, que alguien me busque dentro de alguna canción / Si no vuelvo a ver el cielo, que al menos quede una bonita canción”, cantan en “Ranchera de La Mina”, guiño al mítico estudio sevillano en el que han grabado este trabajo con la asistencia de una dupla insólita de productores formada por Raúl Pérez de Pony Bravo y el referente del hardcore Santi Garcia.

Siempre hacia delante.
Siempre hacia delante.

Pena, cielo y canción son las tres palabras que más se repiten, incesantemente, a lo largo de todo este cancionero. El reflejo de una pugna dialéctica: si la pena y la canción son antitéticas, la única síntesis posible es el cielo, la libertad. La conciliación, la promesa de un tragaluz en medio de tanto asfalto. “A veces miro al cielo y pienso que creo que odio la música. La furgoneta me agobia, las drogas ya no me sientan bien (…) A veces creo que soy como Saturno devorando a su hijo”. En “Gemini”, por otro lado, ponen en una ferviente hoguera de rock experimental a arder todos los tópicos del artista musical como si fueran papelitos, y más que crítica lo que se lee es un recuerdo de en qué no quieren convertirse. Pero al final, en “Perfect Blue”, la promesa, la ambición, la lucha, vuelven en su constante circularidad: “Déjame que pruebe una vez más. Busco una canción, la de cuando todo esté mejor, y no volver a pensar en el futuro nunca más, disfrutando la pereza en el sofá, viendo juntos ese anime una vez más”. “A donde quiero llegar yo no existe”, reconocen. Pero ellos se agarran siempre al derecho a la contradicción.

Y en ese espacio de contradicción se sitúa su música, que se mueve entre la emoción de Turnstile o de Brand New, esa fijación con que las melodías se lean siempre en clave pop y golpeen siempre cerca del pecho –y que ellos se llevan ahora por momentos a la sensibilidad de Isa de Triángulo de Amor Bizarro–, y esa forma tan Deafheaven de llevarse el post-hardcore y el screamo al shoegaze, a lugares siempre más etéreos y también volátiles. Como persiguiendo la luz tras toda la bruma, el polvo, la ventisca. Esa luz entre las nubes que pintó Aivazovski. Tampoco renuncian a un enfoque urbano que los conecta con bandas afines –aunque del mismo modo diferentes– como Margarita Quebrada o Bernal y que los ve coqueteando con fraseos rap o colaborando con Erik Urano. Y en “Elena observando la Osa Mayor” se acercan a Portishead, pero de repente también a Alizzz.

Todas las referencias son válidas para dibujar una imagen sonora, pero muy vagas a la hora de representar verdaderamente a Viva Belgrado, que en “Cancionero de los cielos” se muestran más abiertos, si cabe, que nunca, con más ganas de aprender, con más ganas de crecer, con más ganas de creer. Coge “Jupiter And Beyond The Infinite”: ¿unos Slowdive de Tokio haciéndose un feat. con un rapero de Valladolid que termina en la intro de un anime tipo Go Nagai? Puedes tratar de acercarte a acertar con la descripción, pero la única respuesta verdaderamente posible es la personalidad totalmente única que han logrado asentar Viva Belgrado en el que no solo es su mejor trabajo: también uno de los mejores álbumes de rock que se han facturado en nuestras fronteras en los últimos diez años. ∎


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