Álbum

Waxahatchee

Tigers BloodANTI-[PIAS] Ibero América, 2024

Es el momento de Waxahatchee. También lo fue cuando, en 2020, lanzó “Saint Cloud”, su álbum más celebrado hasta el momento, cuyo discurso sobre las adicciones y la sobriedad calaba muy bien en una sociedad confinada que comenzaba a replantearse la configuración del entretenimiento basada en los excesos. Sin embargo, su sexto disco, “Tigers Blood” –el séptimo si contamos “I Walked With You A Ways” (2022), firmado como Plains junto a Jess Williamson–, se adapta incluso más a un contexto en el que la mismísima Beyoncé lleva un sombrero country a todas partes.

Si el eslogan country is the new mainstream ha perforado la sociedad este 2024, es porque el género se encontraba en ebullición en esferas más bajas (o lo que es lo mismo, si en 2020 C. Tangana publicó la bedroom pop “nunca estoy” es porque habría escuchado previamente el “Corazón partío” de rebe). En ese sentido, la propuesta de Katie Crutchfield, que lleva desarrollándose algo más de una década, sale favorecida esta temporada gracias a la nueva narrativa de Lana del Rey, Post Malone y alguno más. Como curiosidad, el debut de Crutchfield, “American Weekend”, data del año 2012, el último momento que se recuerde en el que los banjos conmocionaron a medio mundo gracias al bum de Mumford & Sons y su “Babel”. Así que, de algún modo, con “Tigers Blood” se cierra un círculo para Waxahatchee.

No obstante, ¿es country todo lo que lleve banjo? ¿Por qué diferenciamos entre el folk y el folk? ¿Por qué toda música tradicional no anglosajona se nombra despectivamente como world music? “Tigers Blood” no da respuesta a ninguna de estas preguntas, pero se presenta como un espacio abierto y oportuno a las reflexiones a las que incita el contexto musical actual: el álbum ha sido grabado con Brad Cook (su productor de confianza) en el Sonic Ranch de Tornillo, Texas, pero hay mucho lo-fi y un predominio pop innegable para los más puristas de la Norteamérica profunda.

De este modo, su nuevo disco es menos conceptual que el pandémico, pero sigue habiendo un hilo conductor fruto de la inspiración autobiográfica de la de Alabama: el tigre, que en la cultura popular representa la lucha del yo con el yo interior, la valentía, la firmeza. Ese conflicto interno se sigue conceptualizando a través de la adicción en canciones como “365” (“dime que eres un soldado herido”), pero también en la más luminosa y liviana “Bored”, en la que Crutchfield canta “mi piel es fina como el aire, pero mi juego está amañado para ganar, mantengo la cabeza alta (…) la línea del deber se derrumba en mí”. Así, la lucha se presenta como la constante del álbum: “Decimos lo mismo y sin embargo discutimos”, dice en “Ice Cold”, mientras que en “Right Back To It” escuchamos “reticente por si acaso (…) suplicando tranquilidad, me adelanto preparándome para un bombardeo”. Efectivamente, la sangre del tigre se derrama en ese conflicto interno que, independientemente de la causa, es lo más tenaz de su discografía.

Así, “Tigers Blood” es un disco de shoegaze-pop en estructura y composición, pero de alt-country en su producción y arreglos. Sheryl Crow parece una de sus referencias más inmediatas y de hecho Crutchfield admite haber escrito “Right Back To It” abriendo en su gira, pero las melodías vocales están más cercanas a un disco de Alvvays. Desnudando los temas del dobro y el banjo de Phil Cook, del melotrón de Spencer Tweedy y de los melismas vocales de Crutchfield, costaría encontrar el rastro de la “canción puramente americana”. Suponemos que, si el pop es el nuevo mainstream, ¿el indie es el nuevo country? ∎

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