Hay que tenerlos bien puestos (perdonad la ordinariez) o importarte un comino lo que piense el mundo para abrir un álbum con “Cabin Six”: ocho minutazos (es el corte más largo de estos nueve) que comienzan con el tacto alterado, rugoso, desenfocado de los Low de “Quorum” –el desconcertante descorche de su “Double Negative”, de 2018–, embocando luego una sucesión de psicofonías que emergen y se sumergen como salidas de otra dimensión, de otro plano espacio temporal. Esto no es pasto de estómagos demasiado agradecidos, pero vale un potosí. Cuando Kurt Wagner le propuso a William Tyler que entrase a formar parte de Lambchop para tocar el órgano hace casi treinta años y este aceptó pero tuvo que limitarse a la guitarra tras confesar que su pericia ante las teclas era una engañifa, ya podía atisbarse que este músico de Nashville no era como los demás. Su country, de serlo, solo podía ser cósmico. Como el de Gram Parsons o Gene Clark. Y muchas veces ni siquiera es country: basta comprobar que ha publicado en Third Man, Merge, Thrill Jockey y ahora lo hace en Psychic Hotline, el exquisito sello que los Sylvan Esso se han montado en su ciudad, Durham (Carolina del Norte). O que también compaginó su paso por Lambchop con los Silver Jews durante la primera década de los dos mil. Las etiquetas genéricas quizá sean negociables, entre el folk, el pop y la americana menos ortodoxa, pero el pedigrí nunca ha estado en entredicho a lo largo de su carrera, que llega con este a su séptimo álbum en solitario desde 2010, cuando se desligó de ambas bandas.
Entre lo hipnotizante, lo fascinante y lo inexplorado (o los tres enfoques a la vez) navega un disco que se maneja con maestría suprema por territorios de banda sonora imaginaria, de cenefas electroacústicas y de un espíritu arcano que remite a la psique colectiva norteamericana más inquietante: aquella que se revela preñada de espectros, disonancias, temores y esperanzas. En su caso, alentado por el ejemplo de viejas leyendas sin hoja de ruta como Chet Atkins y Gavin Bryars. Pero por encima de todo prima una ternura apenas definible que lo trasciende todo, que a veces se mueve entre lo místico y lo familiar, con una espiritualidad que nunca resulta pomposa ni afectada: probad con “Star Of Hope”, con “Anima Hotel”, con “Held”, con “Howling At The Second Moon” (ese fingerpicking que suena como un Bert Jansch extraterrestre) o con “The Hardest Land To Harvest”, maremágnum de ventiscas y fugaces emisiones radiofónicas que aparecen y desaparecen, dejando tras de sí un halo de rara solemnidad, de música del más allá. De exorcismos ancestrales y cauterización de viejas heridas. De pérdida y de dolor con naturalidad, sin excesivos dramatismos. De un aura poética que no necesita palabras. Aunque quizá también tengan estos 48 minutos una segunda lectura más honda y colectiva: el reflejo del pronunciado declive de una nación entera, incapaz de honrar su legado cultural con un mínimo de entereza, sometida a la elegía comunal como único fuego purificador. En cualquier caso, estamos ante un trabajo colosal. Un trip del que solo puedes salir transformado. Aunque solo sea un poquito. Aunque hayas visto y oído de todo. ∎