Álbum

Youth Lagoon

Rarely Do I DreamFat Possum, 2025

“Heaven Is A Junkyard” (2023) significó en todos los aspectos un renacimiento para Trevor Powers. Después de ocho años sin sacar música con su proyecto más querido y un par de álbumes con su nombre real que fueron de una experimentación industrial a la abstracción, su cuarto trabajo como Youth Lagoon lo veía volver a casa, reconciliarse con sus orígenes y, desde ahí, emprender un camino de sanación personal muy necesario. Había vuelto a empezar. En “Rarely Do I Dream” sigue exactamente en el mismo lugar feliz, o al menos agridulce, pero con un enfoque totalmente diferente: si en uno había cierto materialismo pop, una sensación de rencuentro, de catarsis presente, este parece alucinado, fruto de la imaginación, y aunque habite el mismo universo lo hace de forma mucho más expansiva. También mucho más difusa, claro.

“Rarely Do I Dream” no es casual, tiene también algo de revelación: Powers empezó a componerlo tras encontrarse con todo un montón de viejas películas caseras familiares, inspirado por todos esos recuerdos evocadores, secuestrado por esa ficción anestesiada que esa potente droga llamada nostalgia hace del pasado. Y fragmentos de esas cintas se cuelan a lo largo de todo el metraje: la narrativa de “Rarely Do I Dream” parte de algo muy real, se sumerge de lleno en la experiencia de la vivencia propia, pero inmediatamente vuela alto, deja el suelo de la racionalidad y se convierte en un viaje onírico y fragmentado, apoyándose en una escritura elusiva y difusa que, como siempre en Youth Lagoon, juega en terrenos lynchianos con la realidad y la ficción, o entre la gran novela norteamericana y el surrealismo de autor.

Esa especie de ritual amplificador queda expuesto desde el primer momento del álbum, “Neighborhood Scene”, como también el ánimo más cinematográfico de un trabajo que, lógico, tiene parte de observacional, de documental, de found footage: una voz masculina parece explicar el proceso para pasar cintas de 8 milímetros a VCR, y el ciclo continúa; recuperamos nuestra propia memoria, y la de otros, de forma descontextualizada, fragmentada, idealizada. En el fondo, es una preocupación bastante constante en la carrera de Powers, que ya abría “Heaven Is A Junkyard” adentrándose –con “Rabbits”– en una madriguera entre samples de “Alicia en el país de las maravillas”, y que hablaba en “Idaho Alien” de cintas de vídeo y sobre los mismos personajes que aparecen recurrentemente aquí.

Pero esta aproximación algo más collagística –que queda perfectamente reflejada en un tema como “Parking Lot”– le ha permitido ahondar más en una versión más electrónica de sí mismo sin renunciar al estándar pop, y este es el mayor hallazgo de este quinto trabajo: al mismo tiempo que abraza estructuras más convencionales que en sus anteriores álbumes, consigue mantenerse propositivo y experimental en el diseño sonoro, más cercano esta vez a un dream pop y a un shoegaze casi totalmente propulsados por ritmos procesados, samplers y sintetizadores. “Stray dog, why did you come for me? / Bullfrog, the engine thundering”, susurra, convocando imágenes misteriosas y sugerentes y emulando al último Yves Tumor, en “Speed Freak”, una de las canciones con más groove de la carrera de Youth Lagoon. En la misma esfera se mueve la personalísima “Perfect World”, en la que se exorciza de los demonios de la adicción –“The devil’s tea will always be too strong”–. O la más cinematográfica “Lucy Takes A Picture”, que empieza en algo parecido al “Noche de paz” para fundirse después en el recuerdo níveo y en blanco y negro de un hit pop noventero.

Esta especie de sueño, en cualquier caso, está bien anclado a sus referentes reales, y no puede dejar de habitar de un modo u otro unos Estados Unidos profundos, góticos y míticos plagados de vampiros, cowboys enmascarados, leyendas urbanas, true crimes, cazadores de OVNIs, locos con revólver y violencias familiares: las historias juveniles de Powers, revividas entre cortes de cinta, son juegos de inocencia que dan el reflejo distorsionado de un país siniestro, perturbador y perturbado. Y así se refleja la americana como género en temas como “Football”, que es como una versión diferida de una noche en el “Yankee Hotel Foxtrot” (2002) de Wilco, o “Saturday Cowboy Matinee”, un poco Portishead tocando en la cantina de un wéstern. “It was the world I had, scenes I wish I never saw”, canta en “Gumshoe (Dracula From Arkansas)” con un hilo de voz débil y tembloroso. “The summer taught me that: life’s a baseball bat to the jaw”. La nostalgia quizá sí sirva para que el pasado pueda sanar el presente. Y el verano no es más que un mentiroso. ∎

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