Un joven barbilampiño con rostro entre inocente y angelical y armado solo con una guitarra acústica, una mochila y una boina que con los años se volvería inconfundible –como tantos otros sombreros oversized– se baja del coche. Es enero de 1961, y Bobby Dylan acaba de llegar a Nueva York para visitar a su héroe, el gran compositor norteamericano Woody Guthrie, que vive ingresado en el Greystone Park Hospital, en Morris Plains, Nueva Jersey, aquejado de Huntington. Allí coincide con otra leyenda del folk, Pete Seeger. Y les canta una canción. No una cualquiera, además: una escrita especialmente para Guthrie, “Song To Woody”, musicalmente inspirada en “1913 Massacre”, una canción protesta del “gran baladista” –así lo describiría Dylan posteriormente– incluida luego en el primer trabajo del cantautor nacido Robert Allen Zimmerman en Duluth, Minnesota, en 1941. La profundidad nasal de su voz, su aspereza y su capacidad para dibujar historias usando siempre las palabras adecuadas los dejan completamente sin palabras. Desde ese momento, Seeger acoge a Dylan como un pupilo, le da cobijo en su casa y lo integra en su familia. Y, sobre todo, lo introduce en el circuito folk de Greenwich Village, que por entonces está viviendo seguramente su cénit de popularidad gracias a los éxitos de agrupaciones como The Kingston Trio o Peter, Paul And Mary, al mismo tiempo que se retroalimenta de la cultura beatnik. Cuatro años después, la noche de un 25 de julio, Bob Dylan enchufa a su banda en el escenario del festival folk de Newport y traiciona, para Seeger, lo que todo aquello alguna vez significó para él.
En cualquier caso, y aunque Dylan sea el verdadero trasunto aquí, no es su figura exactamente lo más importante. “Me acordé de un viejo mentor mío, Milos Forman, y de las estructuras y estrategias de ‘Amadeus’”, comentaba a ‘Vulture’ el propio Mangold. “Tanto como iba de Mozart, la película hablaba también del efecto que su genio tiene en los demás”. A lo largo de estos cuatro años en la vida de Dylan, muchas otras personas fundamentales en este momento le sirven de espejo: Peter Seeger, obviamente, interpretado de forma magistral por un Edward Norton que también opta al Óscar, o Suze Rotolo, su principal pareja en ese momento, protagonista junto a él de la portada de “The Freewheelin’ Bob Dylan” y ocultada en la película a petición del propio Dylan bajo la identidad de Sylvie Russo, por su parte una también solventísima Elle Fanning –a la que este año también veremos en la secuela del videojuego “Death Stranding”, del maestro Hideo Kojima–. También su mánager, Albert Grossman (Dan Fogler), que es a su modo contrapunto del mítico folclorista Alan Lomax (Norbert Leo Butz), emblema de la pureza en la cinta y representante de ese afán conservacionista de una escena que rechazaba la individualidad y solo admitía una función social y comunitaria en el arte. E incluso Johnny Cash (Boy Holbrook), que durante los años que abarca la película ha hecho una transición artística y se declara admirador de Dylan por su actitud displicente ante la rigidez del circuito de Newport.
Pero sobre todo hay un personaje que sirve como contrapunto y complemento de Dylan en “A Complete Unknown”: Joan Baez. A través de ella –una impresionante Monica Barbaro, que es la gran revelación de la película y que también opta a la estatuilla– y a través de la relación de ambos, clandestina y fragmentada, Mangold traza algunas de las claves principales de su retrato del cantautor, adoptando siempre formas clásicas y renunciando a la especulación: su paulatina decepción con la escena del Village, cada vez más entregada a una bohemia superficial; lo que parece una deriva hacia preocupaciones más egocéntricas, hastiado también del inmovilismo del entorno de Newport, Seeger y Lomax… O el poder que tiene la música –y más allá, el talento– para mover corazones y conciencias, para bien y para mal; para cambiar el curso de las cosas, para representar y alentar movimientos sociales, para levantar envidias y pasiones. “La gente no quiere saber de dónde salen las canciones; quiere saber por qué no le salieron a ellos”, le dice a Sylvie un Dylan cada vez más descontento y elusivo tras la vorágine de popularidad provocada por su segundo trabajo.
Es ese, quizá, el verdadero trasfondo de “A Complete Unknown”: es la música lo que nos alivia ante momentos inciertos como la crisis de los misiles de Cuba que estuvo a punto de dinamitar la paz tensionada de la Guerra Fría, lo que une a Estados Unidos tras el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, lo que vence las resistencias que la lógica ejerce y lo que hace que el amor entre Dylan y Baez florezca y progrese. Y a través también de una canción –el estándar folk “Rising Sun Blues” que Bob aprendió de Joan y que le copió a Dave Van Ronk antes de que The Animals se la copiaran a él mismo haciendo la versión “definitiva”–, Mangold también se permite hablar de herencia, de legado y de testigo. De importancia, que de esto va un poco todo esto. Dylan no iba en dirección a casa, eso siempre estuvo claro. El problema que trata de dilucidar “A Complete Unknown” es cómo empezó a orientarse poco a poco, y quizá de forma egoísta, pero consecuente y libre, hacia sí mismo, dejando atrás la política, las expectativas y su posición como profeta de un mundo nuevo. Los tiempos estaban cambiando, pero es que el bueno de Bob quizá supo ver, antes que muchos, que ya no iban a dejar de cambiar. ∎

Es mitología. Entre esa “Song To Woody” que Dylan/Chalamet deposita como seminal sacrificio ante el altar de su entonces idolatrado Woody Guthrie y la “Maggie’s Farm” con que Bob supuestamente se autoinmola, electrificado, ante la no menos supuesta ortodoxia folk del Festival de Newport de 1965… media un universo. Un universo habitado por mentiras, incoherencia, mala hostia, genialidad, poesía, obsesión, metamorfosis, estupefacientes. Un universo (o un agujero de gusano) al que entra un estrellado aspirante a cantautor folk (ya electrificado a lo largo de su viaje, no hagan caso a los rumores) y del que emerge una esquiva supernova de luminosidad aún perceptible pero con tendencia a la implosión.
Un universo habitado, y esto es lo importante de verdad, por canciones capaces de vivir eternamente. Canciones que contienen multitudes. Canciones que Timothée Chalamet habita (y hace suyas durante el metraje) en “A Complete Unknown”. Canciones que configuran, entre otras muchas cosas, las siete maravillas dylanianas aparecidas entre 1962 y 1966: “Bob Dylan” (1962), “The Freewheelin’ Bob Dylan” (1963), “The Times They Are A-Changin’” y “Another Side Of Bob Dylan” (1964), “Bringing It All Back Home” y “Highway 61 Revisited” (1965), y el doble “Blonde On Blonde” (1966). Es decir: la madre del cordero pascual dylanita, que vio la luz en esos mismos años en los que –¡oh, casualidad!– se redimensiona la historia de la música popular.
Si hubiera un único disco que pudiese acercarse a la esquiva esencia de ese Dylan “completamente desconocido”, un disco que relatase medianamente el milagro y recogiese en su máxima (im)pureza esos años decisivos, revolucionarios, anfetamínicos, inagotables, poliédricos… no podríamos escoger, claro, ninguno de los siete. Pero ese disco imaginado bien podría parecerse a “The Witmark Demos”, editada en 2010; a la sazón, la recopilación de las maquetas crudas que Bob Dylan grabó entre 1962 y 1964 para la editorial que gestionó sus canciones de esa etapa, M. Witmark & Sons. Se trata del noveno volumen de un tesoro-mamotreto llamado “The Bootleg Series” (nos hemos quedado en el volumen 17, y dicen por ahí que quizá no habrá más); esa serie-santo grial tan o más importante que los propios discos canónicos de Bob, que (nos) hace salivar y aflojar parné como si no hubiera mañana a los dylanófilos, aunque en ocasiones sea tan inabordable como innecesaria.
Sus 47 demos son aliento, pura respiración entrecortada y casi siempre agitada, de buena parte de los cuatro años (recordemos: de 1961 a 1965) que retrata “A Complete Unknown” y que, seguramente, (re)definieron la cultura pop; más allá (e incluso a pesar) del propio Bob. El listado de canciones marea, y además coincide a un nivel asombroso con la banda sonora de “A Complete Unknown”: “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, “Masters Of War”, “Don’t Think Twice, It’s All Right” “Girl From The North Country”, “Mr. Tambourine Man”, “Blowin’ In The Wind”, “When The Ship Comes In”... Casi todos los Dylan están en este.

Otro volumen supuestamente indispensable de “The Bootleg Series” que prepara para enfrentarse a “A Complete Unknown” (y que el propio Chalamet asegura haber devorado e incorporado a su minucioso estudio del personaje) es el 12 (“The Cutting Edge”, 2015); aquel que recoge las sesiones completas (sí: com-ple-tas) de Dylan entre 1965 y 1966. Ni más ni menos que las que dieron vida a la asombrosa trilogía conformada por “Bringing It All Back Home”, “Highway 61 Revisited” y “Blonde On Blonde”: la piedra filosofal, la alquimia completa de ese “sonido delgado, de mercurio salvaje”. Pero claro, si uno quiere vivir esa experiencia premium, hay que enfrentarse a 18 CDs y más de 350 cortes, caso de que encuentre (a 1000 euros la más barata en Discogs) una copia de la edición coleccionista. Atención, atajos: también hay una edición de seis discos e incluso otra de dos.
Sí, es mucho. Y en ocasiones, incomprensible, duro de roer. Pero, si no pueden con todo, tampoco se agobien. Ni mucho menos. Lo hemos dicho antes: al fin y al cabo, lo de Robert Allen Zimmerman ya solo se puede entender como mitología. Pero, en el fondo, es solamente (¡ay!) música y es solamente cine. Emoción y ficción. Bob siempre se ha caracterizado por ser un (supuesto) gran mentiroso. Por proyectar –como recoge esa otra gran película sobre Dylan, “I’m Not There” (Todd Haynes, 2007)– numerosas sombras y múltiples personalidades. Y, ahí lo dejamos, se ha implicado casi a nivel de asesor en “A Complete Unknown”. Déjense, pues, llevar por el (supuesto) engaño. Es la única manera de disfrutar de verdad. Y, si quieren nuestra verdad, deseamos que siempre les dé un vuelco el corazón cuando escuchen cómo, en el minuto uno exacto de “Like A Rolling Stone”, nuestro alquimista favorito escupe oro puro: “How does it feel? / How does it feel? / To be without a home? / Like a complete unknownn / Like a rolling stone…”. Silencio: se rueda. ∎