Mascarillas esculpidas en mármol de Carrara, logotipos de grandes corporaciones hechos de musgo, recuerdos del hundimiento del Prestige o neones con un mensaje claro y meridiano: S.O.S. El arte de Avelino Sala dialoga de manera clara con un ecosistema en crisis, arrojando un grito de alarma: esto no es una alegoría, porque la distopía (social, medioambiental) ya es nuestra realidad.
También hay una obra dedicada al movimiento Fridays For Future: “Books For An Unwritten History” (“Libros para una Historia no escrita”).
Es una serie que se formaliza en esculturas a partir de libros que llevan silueteados los eslóganes de Fridays For Future, un ejercicio de transformar la protesta en arte, y la palabra en escultura. Además, hay eslóganes que podrían intercambiarse con otras protestas, frases que representan ideas; las puntas de esos icebergs que también van a ser importantes, los libros que narrarán el futuro, los que se escribirán por las próximas generaciones que tienen claro que hay que preservar el planeta. El futuro pasará por ahí, o no habrá futuro.
Una de las piezas destacadas de “Naturalezas muertas” es “Virus”, una mascarilla de mármol.
Vivimos en una distopía. La mascarilla en escala 1:1 de mármol de Carrara es como el vestigio de un futuro que permanecerá, una especie de arqueología de nuestro tiempo. Llevo años planteando un paralelismo entre la ciencia ficción y la realidad, siempre comparando la distopía con nuestro tiempo y, ahora mismo, el paradigma ha cambiado. La distopía es nuestro tiempo, ya no hay que trazar un paralelismo entre fantasía y realidad porque nos ha alcanzado la pesadilla. El virus es el monstruo de la película de terror hollywoodiense que tantas veces hemos visto, y nos ha cogido a traición. Se ha plantado delante de nosotros de un día para otro. El discurso era más sencillo cuando solo “compárabamos” ficción y realidad; al trazar un paralelismo todo quedaba en el espacio del arte, en el espacio de lo simbólico. Ahora, la realidad es esa “ciencia ficción”, y el colapso del mundo tal y como lo conocíamos, que se dice pronto. Un cambio radical en la forma de enfocar nuestras vidas, y probablemente la muerte.
Este año también has inaugurado la exposición “Rebelión en Asturias”, donde recuperas la memoria histórica de la revolución del 34, pero también la memoria personal y familiar, pues surge del recuerdo de tu abuelo perdido en una fosa común.
El proyecto tiene varias ramificaciones. Por un lado, la búsqueda de información acerca de mi abuelo, que luchó en la revolución del 34. No teníamos excesivo material, salvo unas fotos de él. Recurrí al Archivo del Pueblo de Asturias de Constantino Suárez y empecé a encontrar cosas. Desde entonces, el proyecto avanzó mucho y apareció una obra de teatro de Albert Camus, muy pequeñita, que hizo con otros dos profesores del Liceo de Argel, donde daba clases. Una especie de homenaje a la revolución; la localizamos en la Biblioteca Nacional. De ahí sacamos el texto. Trata de recuperar la memoria familiar, esa pieza teatral y también la memoria histórica. Tres maneras de recuperar la memoria partiendo de la familia, porque mi abuelo quedó muerto en una cuneta y no apareció nunca. Si hablas de la revolución del 34 y de la Guerra Civil, esto le ha pasado a muchas familias.
¿Te consideras un “artista político”? ¿El “arte político”, en un universo tan elitista como el del arte contemporáneo, es un oxímoron?
No me preocupan las etiquetas, me gusta definir lo que hacemos como “arte crítico”. El arte es corresponsable del mundo en el que vivimos. Todos somos corresponsables de nuestras sociedades, en mayor o menor medida, en relación a las condiciones de cada uno. Por otra parte, el arte no es el mercado. La capacidad transformadora del arte de cambiar las cosas existe, en microprocesos, pero existe. El arte es transmisión de conocimiento y sensaciones, es decir, es comunicación. Y la comunicación es un arma poderosa.
Solo un 15% de los artistas vivís de vuestro trabajo. ¿Cómo se sale de esta?
La COVID ha sido una bofetada bestial. Hace tres años, antes de la pandemia, Marta Pérez e Isidro López Aparicio publicaron un estudio con diferentes entrevistas en el que llegaron a la conclusión de que solo ese 15% de los artistas podemos vivir de nuestro trabajo. Ya era un espacio precario antes de todo este lío, y lo que ha hecho el coronavirus es darle otras 5000 vueltas más de precariedad. Los artistas siempre nos hemos movido en un ámbito de escasez; aun así, está siendo muy duro y terrible para mucha gente.
En la exposición “Naturalezas muertas” has instalado un neón con la palabra “S.O.S”, y también usas la sentencia del Prestige en tu pieza “El hundimiento/Prestige”.
S.O.S es, en definitiva, una llamada de socorro: el “Si Opus Sit” (si fuera necesario), pero también es el “Save Our Souls” (salvad nuestras almas). Tiene que ver con la multiplicidad de interpretaciones, pero una cosa es clara: todos sabemos qué es un S.O.S. Ha aparecido, y aparecerá, en varios proyectos vinculados a mi práctica artística, tanto escultórica como participativa, o de arte relacional, y tiene mucho que ver con esta exposición.
Hace años, por puro azar, conocí a Álvaro García Ortiz –el fiscal de medio ambiente de Galicia que llevó el proceso del Prestige–, y desde entonces fuimos hablando de la posibilidad de pasar su trabajo, una cantidad de años ingente, a una obra de arte. Del caso Prestige no me interesa tanto la parte “legal”, sino la simbólica, el gran desastre que fue. La manera de formalizarlo era una larga entrevista sobre el caso, y darle a la pieza un carácter de “estética forense”. Todo lo que rodeó al Prestige es un galimatías de dimensiones desmesuradas, pero simbólicamente es el desastre ecológico por excelencia en nuestra historia reciente; de unas dimensiones políticas y sociales que aún permanecen en el tiempo, en el espacio, y que resisten en nuestra memoria colectiva. Además, apenas se ha tocado desde la perspectiva del arte contemporáneo. Tener el acceso al fiscal que llevó el caso, y a toda su información, ha sido un lujo, tanto humano como para el proyecto.
Tu pieza “Aluminio fundido y pies de soldura”, de la exposición “Naturalezas muertas”, es una tabla de surf que no puede flotar.
Una tabla de surf de aluminio fundido que no flota es un absurdo. Representa el descontrol de nuestro mundo con los océanos; es la parte más escultórica del proyecto. Está muy relacionada con el S.O.S y con la pieza del Prestige, lleva el mensaje en código morse sobre la superficie.
Trabajas mucho con referencias a la historia del arte. ¿Cómo incorporas este aspecto en tu trabajo, y con qué fin?
La historia del arte es una referencia fundamental en mi obra. Reutilizo o referencio a los clásicos de forma natural, sobre todo cuando se reinterpretan de manera actual y completan obras a veces por oposición, o como referencia. A veces, al incluir la historia del arte y artistas “reconocibles”, las piezas entran en un espacio de mayor compresión por parte del público.
¿Cuál es tu participación en el proyecto Cáceres Abierto 2021, de intervenciones en el espacio público de artistas (como Fernando Sánchez Castillo, Lara Almarcegui, PSJM, Niño de Elche, Elo Vega y Rogelio López Cuenca, entre otros) que se pueden visitar hasta el 20 de junio?
He intervenido dos espacios. La biblioteca pública, con una pieza de neón blanco que va en lo alto del edificio que dice “La palabra es libertad”. Se trata de una frase de María Zambrano muy pertinente hoy, cuando la libertad de expresión a través del arte se cuestiona; tiene mucho que ver con nuestro momento político. Y también he intervenido la plaza Mayor de Cáceres con otro neón con parte de un poema de Alejandra Pizarnik, una poeta maravillosa: “La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”. Aquí me interesa más la relación de nuestro mundo con la pandemia, la imposibilidad de movernos y de reaccionar.
También trabajas como comisario y editor de la revista ‘Sublime’. ¿Qué tipo de proyectos te interesa comisariar? ¿Y cúal es tu propósito como editor?
El comisariado me parece un ejercicio profesional maravilloso, cambiar el rol y la perspectiva. Trabajar codo con codo con otro artista es un lujo, sobre todo porque es gente a la que admiras y te interesa. El artista está comisariando sus propios trabajos continuamente. Es algo “normalizado” saltar al otro lado, también en la revista. ‘Sublime’ es el “dolor de cabeza” que más nos gusta, llevamos catorce años con esta revista hecha por artistas, una rara avis en el contexto del arte contemporáneo de este país. Hace dos años le cambiamos el formato, ahora es un periódico impreso en rotativa. Y entre unos cuantos –Eugenio Merino, PSJM, Blanca de la Torre, Rebeca Marín, Fernando Gómez de la Cuesta, Pelayo Varela y José Luis Corazón…– lanzamos nuestras locuras, y nos divertimos haciendo una producción que es seria y a la vez macarra. Colabora gente como Judith Butler, César Rendueles, Fernando Castro, etc., pero también invitamos a un montón de artistas a que nos dejen obras para que formen parte del proyecto. Ahora hemos “fichado” a Semíramis González, y a algunas otras, que van a aportar mucho al proyecto. ∎