Hay músicos que son un estilo en sí mismos, así de interiorizada y de bien asimilada tenemos su fórmula. No es reproche, todo lo contrario. Nos referimos a artistas que se explican con la sola mención de su nombre. Que son clásicos, vaya. Clásicos, además, en el sentido más amplio del término.
Manel, por ejemplo. Vitales en la consolidación y expansión del pop catalán y en catalán. Maestros en el arte de regenerarse desde sus inicios folk pop mediante inyecciones de electrónica, ritmos caribeños, síncopas new wave y muchas otras hierbas. Absolutamente referenciales
haciendo lo que les da la gana. Pero también es ese el caso de los chispeantes
Hidrogenesse, la factoría de
hits irreverentes –y muy inteligentes– fundada por Genís Segarra y Carlos Ballesteros, tomando el resbaladizo relevo de los siempre añorados Astrud. O de sus amigos
Doble Pletina, orfebres de un pop exquisito y sutil. O de
Renaldo & Clara, que representan la
sutileza y la elegancia hecha canción pop. O de
The Free Fall Band y su visión pop en tecnicolor, que bebe de la mejor tradición indie del siglo pasado. O de la jovencísima
Marta Knight, que en ocasiones mira de tú a tú las mujeres que están renovando el folk y el indie norteamericano –nos referimos a Sharon Van Etten, Soccer Mommy o Julien Baker– ahora mismo. Aunque si hablamos de
Rigoberta Bandini, que bebe de algunas fuentes que pueden ser comunes –ABBA, la tradición eurovisiva, la música disco– pero ya juega –en términos de popularidad– en otra liga, las presentaciones seguramente sean redundantes. Y hablando de clasicismo, el que propone
Tarquim (esto es, Pau Vidal) se desmarca del resto: jazz, bolero y chachachá desde una perspectiva contemporánea.