El tiempo pasa, los caminos se bifurcan. Cambian nuestros intereses y afloran responsabilidades. Pero los amigos siguen siendo amigos. Siguen recordándonos quiénes somos, quiénes éramos y, a veces, incluso quiénes seremos. Ofreciéndonos ese espacio seguro en el que serlo. Motivándonos para ofrecer mejores versiones de nosotros mismos o, por qué no, recordándonos que hay momentos en los que lo mejor es relajarse y olvidarse un poco de las presiones y del mundanal ruido. Los amigos son la familia que elegimos, todas aquellas personas con las que, más allá de convenciones sociales, etiquetas, sangre y genealogías, queremos compartir nuestro tiempo. Nuestras alegrías, nuestras penas. Nuestros gustos y nuestros disgustos. Nuestras emociones, nuestros anhelos y nuestros secretos. Aunque a veces cueste. Y es aquí donde entra Ron Brugal.
La bebida ambarina, con su aroma a madera ligeramente achocolatado y su gusto intenso, cremoso y acaramelado, pone la pausa que requerimos a veces para degustar a nuestros amigos del mismo modo que disfrutamos de la fusión de tonos y sabores en nuestra boca. Nos conecta y nos reúne. Enciende la chispa que propicia estos momentos en los que, entre música, entre canciones, accedemos con nuestros amigos a otra dimensión, lejos del espacio y del tiempo.