Tinder a debate.
Tinder a debate.

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Tópicos sobre Tinder y la mirada tradicional de la tecnología

Estela Ortiz, artista e investigadora cultural, reflexiona sobre el impacto de la aplicación para conocer gente en nuestra sociedad.

All the modern things
Like cars and such
Have always existed
They've just been waiting
To come out
And multiply
And take over
It's their turn now

“The Modern Things” (Björk)


Tinder y su swipe han llegado para reventar el mercado de los afectos y para imponer una nueva forma de relacionarse en el amor. Ghosting, breadcrumbling, submarining: se anuncia una nueva era de la sexualidad marcada por la promiscuidad, la desinhibición y la devaluación del sentimentalismo y el compromiso amoroso. La popularización de esta app ha hecho volar por los aires los cánones establecidos en materia de relaciones íntimas… o por lo menos estos son algunos de los relatos difundidos por la mayoría de medios de comunicación.

Nuestro imaginario cultural está plagado de imágenes y narrativas que destacan la manera en que distintas tecnologías han transformado la historia de la humanidad. Fácilmente visualizamos una línea cronológica en la que aparecen inventos como la rueda, la alcantarilla, la imprenta o la máquina de vapor. Este relato forma parte de la visión tradicional de la tecnología para la que las invenciones técnicas son literalmente el motor de la historia y del progreso. Se atribuye a la tecnología el cambiar nuestra forma de pensar, funcionar o incluso de causar verdaderas revoluciones. Como si de un ente alienígena se tratara, la tecnología evoluciona bajo sus propias leyes, siguiendo su propio curso, incontrolable a la voluntad humana. Desde el prisma tradicional, sociedad y tecnología se perciben como entes claramente distintos, separando lo natural de lo artificial, lo humano de lo no-humano.

Esta mirada genera dos concepciones opuestas: si la tecnología se percibe como algo liberador, entonces se da un discurso tecnofílico que ve en la tecnología la solución para todo –visión predominante entre el mundo hi-tech entrepreneur de Silicon Valley–; si por el contrario la tecnología se percibe como algo opresor, entonces se da un discurso tecnofóbico. Ambas concepciones comportan, al fin y al cabo, una visión fatalista que a la práctica implica una actitud pasiva del humano ante la tecnología: si el desarrollo se produce de forma autónoma y ajena a nuestra intervención, solo nos queda resignarnos y adaptarnos a sus cambios o rechazar su uso a toda costa. Esta mirada lleva implícita una problemática, y es que nos impide un papel activo en cuanto al desarrollo tecnológico, papel del que es muy importante que nos agenciemos para poder formar parte de este desarrollo con sentido crítico, voz y voto.

Debido a la proliferación de las tecnologías digitales, internet y las redes sociales, el discurso tradicional ha ido obteniendo un mayor protagonismo en la sociedad y los medios. El enfoque tradicional se hace evidente en la cobertura mediática sobre Tinder, en la que se replican y reiteran prejuicios tecnofóbicos, deterministas y esencialistas con respecto a la app y a sus usuarios.

La relación entre Tinder y la sociedad sería bidireccional y mucho más compleja de lo que sugieren los medios de comunicación.
La relación entre Tinder y la sociedad sería bidireccional y mucho más compleja de lo que sugieren los medios de comunicación.

En el relato generalista de los medios, Tinder se retrata como el causante de una revolución tecnológica sin precedentes: Tinder ha llegado para dinamitar unos cánones socialmente establecidos en materia de relaciones sexo-afectivas e imponer la “artificialidad” de unas nuevas relaciones marcadas por la promiscuidad y la devaluación del compromiso. Otras preconcepciones sobre la aplicación tienen que ver con la supuesta naturaleza de sus usuarios, como si el simple hecho de usar la aplicación determinase la actitud de todas las personas que la utilizan. Frecuentemente los periodistas retratan a los usuarios en Tinder, no sin cierto menosprecio, como un cuerpo homogéneo: estos son mentirosos, poco sinceros, vendehumos, de perfil poco interesante, superficiales y que además lo único que buscan en la app es sexo. Estos puntos de vista toman a Tinder y a sus usuarios como objetos separados, por un lado representan una visión esencialista de las identidades de los usuarios y por el otro reproducen la idea de los usuarios como meros consumidores pasivos formateados por la app.

Es recurrente también la imagen de que somos víctimas de la aplicación: Tinder nos roba nuestra humanidad, nos cosifica, cambia nuestra naturaleza y nos convierte en productos y consumidores utilitarios. Todas estas preconcepciones plantean a los humanos como rehenes de una especie de ley inexorable de Tinder.

Otra preconcepción frecuente es que se relacione a Tinder con una extrema facilidad o rapidez para tener relaciones sexuales, como si la aplicación hubiera acelerado el proceso de la seducción. Esta supuesta aceleración a la que las Tecnologías de la Información (TIC) nos están sometiendo es una idea muy presente a la hora de hablar de Tinder y otras redes sociales. Representar a Tinder como si llevaras en el bolsillo un catálogo de posibles encuentros sexuales fácilmente accesibles va en armonía con esta forma de concebir la tecnología como algo elegante, eficiente y óptimo que funciona a la perfección, discurso que oculta todo el tiempo y el esfuerzo que sus usuarios realmente deben invertir en ella para lograr algún tipo de fruto.

¿Cuál sería, pues, una visión alternativa a esta lectura de un dispositivo como Tinder? La perspectiva constructivista, proveniente de los Estudios de Ciencia y Tecnología, propone un enfoque radicalmente opuesto al de la perspectiva tradicional. Esta óptica no niega que las tecnologías tengan efectos o consecuencias sociales, pero afirma que lo tecnológico está socialmente construido en la misma medida que lo social está tecnológicamente configurado.

En este sentido, la relación entre Tinder y la sociedad sería bidireccional y mucho más compleja de lo que sugieren los medios de comunicación. La perspectiva constructivista entiende la interacción entre tecnología y sociedad de forma simétrica: toda tecnología es un reflejo del medio social en el que ha sido creada, tecnología y sociedad se coproducen simultáneamente. Tinder, como fenómeno, es tanto un proceso social como uno tecnológico; es por ello que es preciso desarrollar un nuevo relato en el que ni la aplicación sea el agente protagonista ni tampoco lo sean sus usuarios o el conjunto de la sociedad. Y esto implica aceptar, en el caso de Tinder, que las características sociotécnicas de la app no se reducen únicamente a un diseño de interfaz, sino también de los valores y objetivos económicos, políticos, sociales y vitales de distintos grupos (valores y objetivos socialmente construidos).

Spot promocional de Tinder con Megan Thee Stallion.

Desde esta óptica se podría entender la rápida difusión de Tinder, no solo por las prestaciones de la aplicación, sino también por un cuerpo social que se está transformando en lo que los sociólogos llaman una sociedad des-sincronizada: se ha pasado de una semana laboral tradicional, con horas de trabajo y horas de descanso bien diferenciadas, a una mucho más flexible en la que coordinamos muchas cosas a la vez. La naturaleza compleja de nuestras formas de vida nos da la sensación de estar mucho más ocupados y de tener menos tiempo, y en este contexto Tinder es una gran herramienta de coordinación. Nos venden las apps y los artefactos digitales como dispositivos que nos organizan el día, y es que tener una buena relación con el tiempo significa cada vez más tener una buena relación con la tecnología. Tinder va en concordancia con todos estos nuevos artilugios que nos prometen una gestión más eficiente y optimizada de nuestras vida, aunque en la práctica para que el uso de la plataforma dé frutos el usuario debe dedicarle muchas horas, gestión que se invisibiliza en pro de una imagen idealizada de la tecnología.

Otros tópicos sobre la supuesta naturaleza de los usuarios de la aplicación pasan por alto que los usuarios vienen en formas y tamaños muy diferentes. Edad, género, orientación sexual, estatus socioeconómico, etnia, religión: debido a esta heterogeneidad no todos los usuarios tendrán la misma posición en relación a la aplicación. El retrato generalista que circula del usuario de Tinder como alguien consumista, superficial, frenético, poco sincero, que acumula matches y tiene infinitas conversaciones y citas vacías, contrasta con la experiencia de muchos usuarios que subvierten el estereotipo.

Por mucho que Tinder explote la lógica de la búsqueda aspiracional –la idea de que siempre habrá alguien que cumpla mejor con tus expectativas románticas–, este fin es un parámetro socialmente establecido. Lo cierto es que Tinder no nos impone unidireccionalmente estos parámetros, sino que explota dinámicas y comportamientos que ya existían antes de las apps de contactos, y que se han incentivado en diálogo con las TIC. Desde esta perspectiva también habría que revisar afirmaciones como las que anuncian que Tinder nos impone una nueva forma de relacionarnos. La supuesta primacía de la cantidad sobre la calidad como parámetro de uso para los usuarios de Tinder o el hecho de acumular experiencias para emular un estilo de vida trepidante y proactivo podría tener más que ver con las ideas colectivas sobre el éxito –ideas determinadas por una racionalidad neoliberal– que con las características técnicas del la app.

Si nos sentimos incapaces de expresarnos emocionalmente con nuestros compañeros sexuales, y sentimos que no hay espacio para el cuidado o la comunicación, es por unas prioridades y parámetros que hemos establecido socialmente. Otra vez, a través de concebir a los usuarios –y por extensión a todo el cuerpo social– como víctimas de la deshumanización que provoca Tinder, se genera un relato sobre nosotros en el que somos meros recipientes pasivos, un relato que nos impide agenciarnos de nuestra responsabilidad como usuarios al usar Tinder u otras aplicaciones. Interiorizar el discurso del determinismo es en el fondo la excusa perfecta para evitar poner los cuidados en el centro de nuestras interacciones tanto dentro como fuera de la plataforma. ∎

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