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Gastronomía

Vinos & Vinilos #02

Johann Wald sigue proponiéndonos maridajes conceptuales entre música y vinos, con sabores sorprendentes y sensaciones embriagadoras. En esta segunda entrega, “Yeti”, la cumbre comunal de Amon Düül II, encuentra su pareja de baile con la sofisticación volátil de Mendall BB.

Vino / Mendall

“Mendall BB” (2020)


Disco / Amon Düül II

Yeti” (1970)


Hay una zona VIP, con sofás de falso cuero blanco y güisqui de garrafón reservado en el Infierno para aquellos que empiezan un discurso diciendo “No soy racista, pero…”, y los que zanjan otro diciendo “Estos vinos son más rock’n’roll”.

En el caso de lo segundo, quien acostumbra a leer biografías de grupos que crearon música a contracorriente no podrá evitar encontrar similitudes con aquellos productores considerados forajidos desde los frentes más académicos y formales de la viticultura, que producen vinos naturales sin ningún deseo de formar parte de una denominación de origen certificada.

Id reservándome una mesa al otro lado del cordón de terciopelo junto al trono de Belcebú, que lo voy a decir: los vinos naturales son el rock antisistema del mundo vinícola. Al igual que estos vinos con mínima intervención de la mano humana seducen a ciertos paladares por su espontaneidad y sus raros olores, solemos encontrar en el mueble Kallax de los coleccionistas más ávidos grabaciones que captaron el éxtasis al que puede llegar un grupo de seres humanos cuando navegan en su propia órbita con carta blanca y no hay ningún tipo de imposición.

El segundo álbum del colectivo aleman Amon Düül II, “Yeti” (Liberty, 1970), considerado por la revista ‘The Wire’ como uno de los discos fundamentales del krautrock psicodélico, es un testamento a ese espíritu libre que se podría respirar en las comunas estudiantiles que se extendieron por todo el occidente de Alemania a finales de los 60; el lugar al que huían los universitarios para desarrollar sus ideales en contra del conservadurismo aburguesado, avergonzándose del pasado de sus abuelos, padres y familiares cómplices del Tercer Reich.

Así lo contaba John Weinzierl, guitarrista y miembro fundador de Amon Düül II, en una entrevista para la revista online ‘Perfect Sound Forever’. “Durante los 60, Alemania padecía un conflicto generacional particular. La generación previa a la nuestra había vivido la guerra y el nazismo. Tras la guerra había un clima político completamente distinto, pero aún se olía el viejo tufo en muchas instituciones. Preguntábamos a nuestros padres y profesores sobre la Gran Guerra y qué papel jugaron en él, pero era difícil conseguir respuestas claras. De esta situación surgió mucha tensión entre lo joven y lo viejo, que inició muchas revoluciones estudiantiles por toda Europa. Amon Düül formó parte de ello, y tocamos en muchas manifestaciones. Buscábamos cómo vivir juntos de manera libre y creativa”. De estas comunas, como la propia de Amon Düül, nacieron muchos experimentos influidos por el consumo de LSD que acabarían grabándose y captando la atención de la prensa británica, que, algo despectiva, decidió apodarlo con el nombre que recibe la col fermentada que acompaña las salchichas en cualquier taberna bávara.

Para aclarar la difusa información sobre los inicios de Amon Düül: empezaron siendo una comuna artística que llegó a grabar música, pero se disolvieron al cabo de un tiempo por diferencias creativas y políticas, propulsando a Weinzierl, Chris Karrer, Dieter Serfas, Falk Rogner y Renate Knaup-Krötenschwanz a continuar haciendo música bajo el nombre de Amon Düül II. Algunos de los miembros más radicales de la misma comuna formarían la Facción del Ejército Rojo, de la que los músicos no tardarían en distanciarse, como aclara Weinzierl en la entrevista antes citada: “Nunca estuvimos de acuerdo con gente como Baader-Meinhof, que formaron parte de este ‘nuevo comienzo’ al principio, pero lamentablemente acabaron convirtiéndose en terroristas. Nosotros queríamos libertad para todo el mundo. Y jamás buscamos la libertad a través de la violencia. Conocíamos los severos peligros de la vida industrial, porque la industria desarrolla la conciencia de una ameba; únicamente comer y crecer. Sabíamos que tarde o temprano los seres humanos serían sacrificados en el altar de la codicia”.

Amon Düül II, en libertad.
Amon Düül II, en libertad.

La revolución que hay en el mundo de los vinos raw es mucho menos convulsa que la que sucedía alrededor del kosmische musik, y tan benévola como las vibras que se sienten en discos como “Yeti”. Muchos de los viticultores biodinámicos o naturales comparten cierto idealismo con los que poblaban las comunas más alejadas de las grandes urbes, tratando de existir en armonía con el planeta y trabajar al servicio de la naturaleza, sin codiciosos ánimos de lucro. Es común oír a vignerons lamentar pérdidas de cosechas, porque se han negado a usar las soluciones químicas industriales para asegurar que el gusto de sus mostos no se vuelva una pócima de bruja vudú durante la fermentación. Cuando eso pasa, en el mejor de los casos se puede hacer vinagre para encurtir chucrut.

Al igual que en nuestras bodegas tradicionales de barrio, en las tabernas de estos vinos naturales, también conocidos como libres, suelen servirse alimentos encurtidos en vinagre, que funcionan tanto con los sabores amargos del vermú o la cerveza como con vinos que ocasionalmente se describen como sidrosos o volátiles, y que asaltan las papilas gustativas, menean las amígdalas y nos hacen poner cara de El Fary comiendo limones mirando al sol. Desde El Pinell de Brai (Tarragona), el productor de vinos Laureano Serres lleva desde 1999 elaborando vino natural bajo su propio sello, Mendall, inspirando a otros de la zona a seguir su ejemplo y alejarse de los métodos industriales. Hoy en día es, junto con Joan Ramon Escoda, uno de los vignerons pioneros en Cataluña más respetados dentro del panorama del vino natural internacional. Si ojeas una carta de vinos en un bar à vins al otro lado de nuestras fronteras, es probable que encuentres algunas de sus referencias, como Mendall BB”. Un vino que, como los álbumes de los Düül II, no se encuentra en supermercados, y a su manera, presenta gran sofisticación.

Laureano Serres, vino natural.
Laureano Serres, vino natural.

Si algo caracteriza a muchos de los vinos blancos de Mendall, es la volátil. Con lo impredecible que puede suponer producir vino sin químicos ni estabilizantes, Serres tiene bastante controlada la maceración pelicular, que, según cuenta Marla Som de la distribuidora de vinos Clos Terroir, “suele hacer que el acético que produce el ácido málico se dispare. La presencia de pieles en el proceso de maceración potencia la oxidación y la presencia de volátil”. En el caso del “Mendall BB”, sus uvas garnatxa blanca (80%) y macabeo (20%) se recogen de viñas de más de cincuenta años, plantadas sobre suelo arcillo-calcáreo que se embotella y se deja reposar hasta la siguiente primavera, provocando un agradable gusto mineral. Después de muchos años haciendo vinos de esta manera, “Mendall BB” ha llegado a refinar de tal manera el equilibrio de las notas ácidas que hoy es habitual encontrarlo en las cartas de los restaurantes más prestigiosos. Uno de estos es el Noma, en Copenhague, votado mejor restaurante del mundo en cinco ocasiones, que tenía su propio laboratorio de fermentaciones y donde un comensal no iba tanto a salir satisfecho sino a ser sorprendido con sabores muy inusuales.

Chefs como René Redzepi alaban los vinos con alto nivel volátil porque sienten que hay algo vivo sucediendo en la boca cuando los ingieres, que acompaña perfectamente sus propuestas culinarias. Ha demostrado en numerosas ocasiones desde su cocina que ha preferido llegar a un sabor extremo en el plato sin importar agradar al comensal que paga generosamente por sentarse en una de sus mesas.

Lo mismo pasa con grupos de calibre experimental como Amon Düül II, a los que no les exigirías que tocasen ningún hit. “Yeti” fue el álbum que les puso en el radar de la prensa anglosajona, pero, con la excepción de “Archangels Thunderbird”, no es exactamente lo que a uno le viene a la cabeza cuando piensa en canciones para la radiofórmula. Pero aunque no pretendían conseguir lo que constataba un éxito comercial, sí que tenían claro que querían alcanzar la excelencia. “Por supuesto que queríamos ser algo especial, y no una cosa mediocre”, dice Weinzierl, “algo que se deploraba por ser algo muy convencional en esos tiempos.

Publicado en 1970, con una portada en la que se ve a un difunto amigo sonidista de la banda posando como la Parca, y que Julian Cope usó de portada para su libro “Krautrocksampler” (1995), muchos abrazaron “Yeti” como una respuesta germana al rock progresivo británico de la época. Tratándose de un segundo álbum creado sin reglas ni expectativas comerciales por un grupo de individuos que valoraban más la experiencia comunal que la virtud musical –en ocasiones, los niños de la comuna se unían a las jam sessions para tocar los timbales–, resulta sorprendente que lograsen estructurar tantas ideas en 68 minutos y 32 segundos, sin que aquello se volviera un despropósito, como las grabaciones que existen de la caótica y primera encarnación de Amon Düül. En las diez canciones se siente un libre albedrío que no se tuerce caprichoso ni autocomplaciente, sino destinado a engatusar a un público más allá del jardín de las delicias, y cuya cara C incluye la improvisación de dieciocho minutos que da título al álbum. De su primera etapa, se cuenta que tocaban cada día en todo tipo de sitios, desde universidades a bares de carretera, ya que sus padres les cortaron el grifo económico cuando se enteraron del tipo de vida que llevaban. Esto podría explicar por qué cubren tanto terreno con tanta soltura, llegando a sonar lejanos y ancestrales a la vez que cósmicos y embrujados. Hoy, cuando ya hemos vibrado con discos de Thee Oh Sees, Black Mountain o Acid Mothers Temple, quizá no llame tanto la atención, pero, si tenemos en cuenta la época en la que se publicó, se puede apreciar la gran influencia de “Yeti” en otros artistas. Sin ir más lejos, las guitarras de “Eye Shaking King” son un manual para principiantes de cómo hacer stoner rock. Hay quien defiende que la improvisación que cierra el álbum, “Sandoz In The Rain”, con su guitarra acústica y una flauta que te ayuda a aterrizar del viaje astral con mejores resultados que los cohetes Tesla, es el punto de partida del rock espacial. Al parecer, la farmacéutica suiza Sandoz, que eran fabricantes de LSD, les intentó demandar por el uso de su nombre. La banda negó que tuviese algo que ver, pero tampoco lo recuerdan muy bien, porque, según Weinzierl, estaban alucinando todo el día. ¡Viva el ácido! ∎

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