La calidez extrema con la que el canadiense abriga sus piezas encuentra su encaje soñado en el esfuerzo visual dispuesto por
Pedro Pires. Concebido como un viaje en fuga retroactiva, el videoclip se encarrila en lo sensorial para estimular un cúmulo de emociones muy ligadas al cancionero del músico. Un carrusel de diapositivas pretéritas entremezcladas con escenas en movimiento difusas y distorsionadas, mayoritariamente en núcleos urbanos, y que crean su propio discurso rítmico y de tensión al rebufo del trayecto de un coche o el movimiento del paso de un tren. Pires logra extraer de sus fotogramas una retahíla de ánimos que entroncan con la canción compuesta por
Patrick Watson, la economía de medios con los que logra evocarlos y las delicadas letras.
Simplicidad de alto valor expresivo manejada a través de desenfoques, planos a contraluz, texturas construidas a través de un montaje plástico, una fotografía soberbia y esos colores nocturnos y apagados de la ciudad, así como fundidos espectrales y nostálgicos en los que cohabitan realidades alejadas, pero de cuya unión nace una nueva emoción. Son estos algunos de los pocos recursos con las que se vale esta obra que mira por el retrovisor el trabajo Michael Chapman en “Taxi Driver” (Martin Scorsese, 1976) y el de Sean Bobbitt en la olvidada “Wonderland” (Michael Winterbottom, 1999).
Un tren de sombras mágico y nostálgico que eleva a una dimensión aún más alta el sentimiento de “herida abierta” incrustado en el tema del músico de Montreal. ∎