El chico alto, guapo, con larga melena peinada hacia atrás, barba, cazadora de motero y pitillos negros que aprovecha para liarse un cigarrillo mientras se cobija de la lluvia bajo una marquesina a veinte metros de su compañía discográfica no puede ser otro que Antónimo, así que este periodista –que está haciendo exactamente lo mismo: misma marquesina, otro cigarrito– no puede sustraerse a la tentación de presentarse e iniciar, en la madrileña calle Goya esquina con Castelló, con la camaradería que otorga el sentirse víctimas de un fenómeno meteorológico extremo –un apocalíptico sirimiri–, lo que puede considerarse La Entrevista.
Al fin y al cabo, ambos estamos aquí por lo mismo: para hablar de “La psicodelia de la Virgen del Patrocinio” (El Volcán Música, 2022), el segundo disco en solitario de Antonio Manuel Ríos Sánchez, quien empezase en la música como componente de Fondo Flamenco y que, ahora, sin abandonar del todo su grupo (se ve que no tiene fondo), se presenta como seudocantaor canallita de tugurio infecto entre efluvios de flamenco y blues. De hecho, cuando se dirigió a mí por primera vez pensé que iba a carbonizarme el flequillo con una llamarada de dragón empapada en etanol y dedicarme una mirada de Van Morrison en un día malo, pero resulta que no, que es un chaval la mar de simpático que relata con la misma naturalidad que dos días antes actuó ante once mil personas en la Plaza de España de Sevilla con Fondo Flamenco y que acaba de darse una caminata de “treinta y un minutos” desde su hotel cerca del Museo del Prado hasta aquí, solo para que a cuatro pasos del destino le haya sorprendido esta llovizna intolerable. Diez minutos después seguimos charlando, pero al resguardo de inclemencias.
¿Cómo nació este disco?
Nació en la pandemia. Estaba trabajando de cocinero en un restaurante de Sevilla, en el barrio del Porvenir…
Espera, un inciso. ¿De cocinero?
Sí. Estudié seis meses en el Pabellón de la Navegación de Sevilla, hice una especie de intensivo cuando tuve un tiempo libre, y comencé a trabajar en Zahara de los Atunes. Con el atún rojo. En el grupo Zoko. Estuve trabajando en la cocina, arduamente, además. Temporadas de verano… a tope. Con medio día libre a la semana. Salías como un preso, te metías un poco en la playa, volvías y a trabajar. Era brutal.
En casa cocinarás de lujo, entonces.
Siempre cocino en casa. Mi compañera está encantada. Nos organizamos: ella hace otras cosas y yo me encargo de la cocina.
¿Tu especialidad?
Hombre, el atún aprendí a tratarlo muy bien porque estaba de encargado en la partida del atún rojo. Hacía varios platos con atún rojo de almadraba. Incluso lo aborrecí, porque cada vez que lo preparaba, lo probaba.
Perdona el paréntesis gastronómico…
Nada, hombre, si es la vida de uno.
Es la de músico una profesión con muchos altibajos.
Sí, y no puede quedarse uno mirando el techo.
Decías que el disco nació en la pandemia.
En 2020, en una casita pequeñita en el barrio del Tardón, en Sevilla, cerca de Triana. Me dijeron en el trabajo: “Tienes que irte a casa, que cerramos el negocio”. Y ahí aproveché. Me levantaba todas las mañanas con mi cafelito… Saboreaba mucho esos momentos, porque venía de estar trabajando todos los días y tenía poco tiempo para la creación. Escribía algunas cosas por la noche o en la cocina, si me venía algo, pero era difícil compaginar ambas cosas. De repente me sentí libre cada mañana. Ahí construí el disco, lo grabé en La Nevera, en Los Palacios, en casa de mi amigo Álex Astola, compañero mío en Fondo Flamenco, y lo produjimos juntos. El contrabajista es Daniel Abad, las percusiones varias son de Rafa Fontaiña, el percusionista de toda la vida de Los Delinqüentes, y al final le dije a Álex que lo veía todo como crudo, seco, que no quería baterías, ni el sonido del bajo eléctrico, sino el contrabajo, el toque de la madera. Ahora la putada es llevarlo en los conciertos, porque ocupa la mitad del coche. Pero afortunadamente me he podido comprar un cochechillo más grande y vamos justos, pero vamos.
Te mueves en la confluencia del flamenco y el blues. ¿Te consideras flamenco?
La raíz la llevo, y me gusta, y le tengo un respeto muy grande, tanto como para no considerarme flamenco, porque sé lo que es el flamenco de verdad.
Es muy honesto por tu parte. Aquí cualquiera se define como flamenco y encima dice que lo está renovando.
Yo me voy a librar de eso. Meto cosas, pinceladas, porque no me siento preparado para defender el flamenco como tal. Es muy grande.
En ese tiempo que estabas encerrado en casa componiendo, ¿qué música escuchabas?
Mucho blues. En el coche pongo siempre música clásica, me gusta para conducir. En esta pandemia he escuchado mucho a los Beatles; tenía una cuenta pendiente con ellos. Escucho mucho a Lole y Manuel, me encanta Manuel Molina… Cantaores de Jerez: El Torta, La Paquera, toda esa gente me la pongo por ejemplo cocinando. Porque cuando me pongo a cocinar me gusta escuchar flamenco, con la copita de fino. Cierro la puerta y me quedo allí tranquilo. También escucho jazz, sobre todo jazz manouche; me activa. Eso para limpiar la casa es muy bueno. Jimi Hendrix lo he escuchado mucho de pequeño. Y Pata Negra, Kiko Veneno, todo eso le he mamado.
En la nota de prensa se te define como crooner y no es desacertado. Es un disco que podría haber firmado Zenet si hubiese nacido en Triana. Aunque por momentos tu estilo al cantar remite a Bebe o a Albert Pla. Por cierto, eres del barrio de Santa Aurelia...
... Sí, de Santa Aurelia, cerca de Nervión. No está muy lejos del campo del Sevilla.
Sevillista, supongo.
Soy del Betis.
Vamos a lo de crooner. ¿Te identificas con ese concepto?
La definición es… como un contador de historias, ¿no?
Bueno, ante todo, un gran intérprete que transmite sin forzar la voz y que, efectivamente, te cuenta la canción.
Desde luego que pasión le pongo. Cuando termino un concierto cierro los ojos y estoy casi mareado.
Hay un cierto toque canallita en el disco, en tu forma de cantar, en tu voz de lija. Si yo tuviese una empresa de cervezas artesanas, te contrataría para poner música al anuncio.
(Enseña un tatuaje en el antebrazo derecho). Mira: Cruzcampo. El templete de la Cruz del Campo, del barrio de Nervión, donde yo me he criado con todos mis amigos. Encierra una historia curiosa: ahí se realizó la primera peregrinación en Sevilla por Semana Santa, desde la Casa de Pilatos hasta este lugar, que es medieval. Tengo que echarle un poco de crema, me lo hice hace poco.
Una parte canalla hay.
Sí, una parte canalla tengo. Una parte de sensualidad.
Eres una especie de crooner canalla hípster.
Eso se me escapa ya un poco (risas).
Ese aire canalla le da un toque al disco muy de calle, muy cercano. En eso difiere de proyectos de otros músicos que abordan el flamenco con un enfoque erudito, académico.
Yo de academia, nada.
Por ejemplo, Niño de Elche. Cuando lo escucho en la radio, como no soy licenciado en Filosofía, no entiendo una palabra de lo que dice.
Para mi gusto, este hombre se lía más de la cuenta. A veces ese tipo de gente no conecta con el oyente. Creo que lo difícil es mostrar algo sencillo que la gente pueda mascar.
Tus letras no son sencillas.
He sido autodidacta en todo, en escribir, en tocar la guitarra… Simplemente trato de expulsar lo que siento. Quizá eso le llegue a la gente. Empecé a tocar la guitarra al revés: cogía la guitarra de mi padre, que es diestro, yo soy zurdo, y me enteré tarde de que tenía que cambiar las cuerdas. Tocaba para arriba, hasta que vino un amigo y me dijo que era mongólico, que debía cambiar las cuerdas porque tocar para arriba es muy difícil. Las cambié a los dieciséis años.
Debiste de sacar un sonido único a la guitarra.
¡Eso seguro!
¿Qué me cuentas de las letras? Son recargadas, repletas de imágenes impactantes.
La gran mayoría son muy personales. Después, como en “Gitanillo de 3000”, hay un poco de fantasía. Como en “Luxine”, que no está en el disco, que habla de “la reina del Guadalquivir, tus malditas feromonas se han follado a mis neuronas”. Estuve leyendo sobre Astarté, la diosa de Andalucía que tuvo un romance con Hércules y resulta que ella estaba a un lado del Guadalquivir y él al otro. Triana y Sevilla. Y gracias a ese romance se formó la ciudad de Sevilla, la ciudad de ese amor. Obviamente “Astarté” no me entraba, entonces se me encendió la bombilla y nació “Luxine”, y dije: “Coño, Luxine, la reina del Guadalquivir”. Y ahí utilizo mucho la fantasía. Pero en general son letras muy personales, como “Bichito Lú”, que es la más personal de todas.
¿De qué hablas en ella?
Eso fue una carta que escribí, hablando con mi pareja. Ella es muy mística, le gustan mucho las energías y todas esas historias, el reiki, y cuando nos pasó una cosa importante me propuso que escribiéramos una carta y, una vez que terminásemos de redactarla, la quemásemos con una velita blanca y soplásemos las cenizas. Y eso hacía que… mmm… que ese ser fuese la estrella que más brilla del firmamento y estuviera esperándonos allí para volver con nosotros. No entro en detalles, porque lo pasamos un poco así, pero…
Deduzco que fue un aborto.
Sí… Eres la primera persona a la que se lo explico tanto.
Por experiencia sé que es algo que une más a una pareja o la destroza.
A nosotros, afortunadamente, nos unió, y me pareció preciosa la manera de ella de decir: “Escribe esta carta para que pueda volver”. Y así lo pensamos firmemente, que va a volver.
Estoy seguro de que sí.
Después, “La psicodelia de la Virgen del Patrocinio” muestra cómo veo a mi Sevilla. Un homenaje a la ciudad.
Hay romanticismo también, como en “Rojo”.
“Rojo” se la escribí a mi chica, porque siempre está para arriba, para abajo, viajando, llevamos nueve años casi ya, vamos a hacer nueve años en… febrero… y a la distancia. Hablo de ella, de esos caminos de ida y vuelta. Pero hemos superado la prueba.
Debe de estar encantada: cocinas, le escribes canciones…
Es exigente, te tengo que decir. Pero eso me hace mejor a mí. Es la primera persona a la que le enseño las cosas y me dice: “Aquí se puede mejorar”.
Es lo que uno necesita, al fin y al cabo.
Los amigos son un poquito más cariñosos. Te dicen: “Está guay”. No, yo quiero la opinión de ella.
¿Para escribir esas letras te emborrachas, te fumas algo?
No soy bebedor en casa. En la calle me puedo hinchar. Soy muy cervecero. Cruzcampo me encanta, lo que pasa es que Cruzcampo hay que beberla allí, al punto gélido de las barras sevillanas. Me encantan la Victoria malagueña, la Alhambra verde especial, la Mahou roja me gusta más que la verde… Las alemanas, las belgas, me encantan. Pero en casa no soy yo de tomarme una cerveza en el sofá.
El vinito de cocinar.
Sí, del vinito con el que voy a cocinar me echo un chupito.
En una letra dices: “Políticamente abstemio”.
“Políticamente abstemio, no me muevo por el gremio, anarquista de tus glándulas, farándula”. Me da pereza la política, me cansa, me aburre. Pongo la radio y siempre desde que soy pequeño escucho a uno meterse con el otro… Al final, a quienes tienen que atender, que es a nosotros que les pagamos, no nos atienden.
¿No votas?
Sí, siempre. A mi pesar voto, porque si no lo hago sé que me voy a tirar las noches pensando: “Debería haber ido”. Voto para quedarme tranquilo con mi conciencia.
¿Con qué tendencia te identificas más?
Con la izquierda, aunque en España me parece un puto lío de cojones. Siempre están en desacuerdo unos con otros, no forman un equipo. No me sacaría el carné de ningún partido.
¿Y esa alergia a la farándula, a la que también aludes en esa canción?
No me llama mucho esa parte del artisteo, de cuando te invitan a un sitio. Me pongo a observar a la gente y me gustaría que se portasen como en casa, coño. Son estirados. Pienso: “Estaría mejor con mis amigos tomándome una cerveza”.
En la cima de Fondo Flamenco habrás tenido oportunidad de coincidir con artistas muy comerciales.
Nosotros íbamos a lo nuestro, siempre apartados, hinchándonos a porros. Hace ocho años que no fumo porros. Pero en esa época fumaba un montón y, claro, no nos dejaban hacerlo en esos sitios. Eran galas de Radiolé, de Canal Fiesta… Me gustó mucho conocer a Ecos del Rocío. Tuvimos una conversación muy bonita con el componente que escribe las canciones. Yo no soy de sevillanas, pero me gustó mucho esa charla. Gente humilde, con esas manos grandotas de campo…
¿Te has topado con algún cretino integral?
Como íbamos tan a lo nuestro… La gente, si no le das bola, no te hace mucho caso.
¿Cómo es un día normal en tu vida?
Me levanto temprano, me hago un cigarro y un café; no suelo desayunar nada más, a menos que esté con ella. Si está ella, sí, le preparo el desayuno y de paso como yo también. Y me pongo con la guitarra… Y después preparo la comida, con tiempo, porque me gusta cocinar tranquilo. Ahí ya entran el flamenco, la copita, otro cigarrito… Pero actualmente lo de Fondo Flamenco te roba bastante tiempo. Eso es otra liga, otro público, otras dimensiones. Hay que hacer muchas cosas: vídeos, ensayos… Ahora estamos haciendo como un rollo teatral: el 90% del tiempo fingimos que el público no está ahí, que estamos en el local de ensayo. En Sevilla vino el actor Antonio Dechent, vestido de mago, y casi al final del concierto, cuando tras una canción nos quedamos como congelados, él nos rodea y explica al público que no se preocupe, que no le estamos faltando el respeto, que simplemente no sabemos que está ahí.
¿Fondo Flamenco acaba o no acaba? Habéis dado varios conciertos de despedida.
Pues no lo sabemos ni nosotros. Porque el último concierto se suponía que era el de Salamanca, pero luego salieron otros tres gigantes que eran los de Sevilla (el pasado 15 de octubre), Barcelona (el 3 de diciembre) y Madrid (el 9 de diciembre), y no te puedo asegurar que se vaya a acabar ahí.
Fondo Flamenco ha sido un fenómeno alucinante.
Es una locura. Viene gente que no sabe cuál es tu cara pero conoce las canciones. Y tienen diecisiete, dieciséis años… Nosotros ya tenemos treinta y tres. Para una chiquilla de dieciséis tú ya eres un carcamal, coño. Pues vienen por la canción. Es brutal. Y no estamos sacando canciones nuevas.
¿Cómo recuerdas los inicios del grupo?
Fue un aprendizaje. No fue sencillo, porque en un grupo hay que llegar al consenso entre varias personas. Teníamos quince años cuando empezamos. Por suerte somos amigos de verdad y nunca hemos dejado de vernos.
Llegó a ser un grupo de fans, un poco al estilo de Andy & Lucas y Los Caños.
Y se ha mantenido, no como les ha pasado a otros.
¿Cómo son las groupies del flamenquito?
Las de antes eran más fogosas. Ahora el público es fogoso, pero está cogiendo un respeto muy elegante. Son muy agradables. Antes yo huía.
Os habéis tenido que hinchar.
Ha habido épocas (risas). Hemos tenido cosas.
Observo que en la parte interior del antebrazo derecho tienes otro tatuaje: un destornillador. Por lo que más quieras, explícame qué significa.
Es un grupo que tenemos pendiente… Esto fue el bautizo. Me cogieron borracho y el cabrón de Álex trajo al tatuador a casa. Entró por la puerta un tío a quien no conocía de nada y me dijo: “Siéntate ahí. Vas a pertenecer al grupo de Los Destornilladores”. Somos El Capitán Cobarde (Albertucho), Diego Pozo (el guitarrista de Los Delinqüentes), Astola y yo. Y está ahí pendiente. Solo tenemos el tatuaje: Los Destornilladores. ∎