The Good Dog es un cantante “de estilo indie rock, garage rock y britpop, con un sonido atemporal y contemporáneo a la vez”. Motel Loïc es un “maestro de la experimentación sonora que combina elementos de synthpop, disco-funk y psicodelia”. Peggao es “un artista criado en Miami que captura el espíritu festivo y diverso de la ciudad con ritmos latinos, influencias caribeñas y beats electrónicos”. Y Miyoo es “una joven artista surcoreana que está revolucionando la escena musical con su fusión de hyperpop, k-pop digital y estilos urbanos”. Hacen música muy diferente, pero todos tienen una cosa en común: no existen.
Estos “artistas" han sido creados por el primer sello discográfico español que trabaja exclusivamente con música hecha con Inteligencia Artificial. Con el sarcástico nombre de All Music Works, esta compañía desarrolla cantantes virtuales “con una precisión excepcional que incluye biografías, estilos de vida y estéticas visuales cuidadosamente elaboradas para aportar una autenticidad cien por cien real”, como describen en un dosier que califican de manifiesto. “La filosofía de AMW se basa en la creencia de que la tecnología es mucho más que una herramienta; es una fuerza creativa con el potencial de transformar el arte y las experiencias del público. La creatividad es la forma más pura de rebeldía. Con una metodología que permite la producción rápida y eficiente de música de alta calidad, y 100% original, AMW asegura una oferta constante de temas innovadores y de impacto, adaptándose siempre a las tendencias actuales del mercado”.
El negocio es perfecto: creas artistas diseñados para tener éxito, y además no hay que negociar con ellos, ni siquiera pagarles, ni tampoco aguantar sus caprichos ni lidiar con sus altibajos anímicos. Todo esto suena genial u horrible según la visión que se tenga de la industria musical. Así que nos ponemos en contacto con la empresa, que tiene su sede en Málaga, para confrontar argumentos.
Su fundador, Carlos Zehr, alega que “en un mundo musical donde, en ocasiones, parece repetirse la fórmula una y otra vez, All Music Works toma la delantera porque las nuevas tecnologías nos permiten producir música de manera rápida, accesible y con calidad impecable. Y no es un simple atajo; es una oportunidad para reinventar lo que consideramos arte”. Pero hay varias preguntas en el aire. La primera es: crear artistas siguiendo las tendencias actuales, es decir, ceñirse a lo que tiene éxito, ¿no es la antítesis de la creatividad? ¿No es precisamente repetir la misma fórmula una y otra vez?
“Nosotros atendemos a los géneros que interesan al público y, dentro de ese nicho, intentamos sacar un nuevo sonido”, defiende Zher. “Por ejemplo, tenemos un artista que musicalmente hace indie rock, pero la pronunciación y las letras son de reguetón. Eso no existía. ¡El próximo estilo podría inventarlo la IA! Y ya hay productoras de música electrónica que no tienen la capacidad de producir todo lo que quieren, y nos están subcontratando como productora ‘marca blanca’ para sus artistas reales”.
Gran conocedor de la industria musical por proyectos anteriores como Nonoki, una plataforma de streaming a modo de híbrido entre Spotify y YouTube, Zher empezó a trastear con la IA en sus trabajos de producción musical cuando se dio cuenta de que “para llegar a los objetivos que quería llegar tenía que aprender muchísimo, lo cual llevaba mucho tiempo”. Comenzó a usar recursos para “acortar ese camino” y ahí entró la IA. “Fui depurando y depurando, hasta que llegó un punto en el que conseguí productos finales con una calidad asombrosa, y que nadie puede alcanzar”.
A partir de ahí empezó a cobrar forma la idea del sello, que califica como “la punta de un iceberg” porque hay otros planes en ciernes. “Estamos creando todo un ecosistema, una industria paralela”, describe. “Vamos a lanzar nuestra propia distribuidora, hacemos música para marcas e incluso creamos artistas para marcas. Por ejemplo, una cervecera ya no tendrá por qué pagar un millón de euros a Ed Sheeran para que le haga la canción de la publicidad de ese verano. Nosotros te la hacemos mejor, y más barata. Por otra parte, vamos a lanzar las primeras colaboraciones de artistas reales con artistas creados con IA, y el siguiente paso es llevar a nuestros artistas virtuales al directo a través de hologramas”. Hasta podrán hacer entrevistas.
Para valorar el conflicto ético que la irrupción de este modelo de negocio puede generar, acudimos a un experto en la materia: Frankie Pizá, divulgador, crítico y profesional de las industrias culturales con más veinte años de experiencia en distintas áreas y con diferentes roles (entre otros, ejerció la dirección creativa en Vampire Studio, la agencia creativa y de comunicación que forma parte del grupo Primavera Sound; ahora es responsable del proyecto unipersonal zonafranka). Según él, hay “una premisa tóxica inicial” que obliga a tener en cuenta “la explotación silenciosa a la que estamos expuestos, ya que se entrenan modelos de IA generativa con obras humanas sin consentimiento, y los datos creativos de miles de artistas sirven de alimento para sistemas que luego compiten contra ellos”.
Pizá señala que “no existe regulación alguna, y casi todas las acciones en contra de este expolio a cara descubierta se disuelven en la superficie: por ejemplo, ‘The New York Times’ se querella contra esta práctica, y a la vez introduce en sus redacciones la posibilidad de usar estas herramientas. Del mismo modo, cientos de artistas musicales grabaron un álbum musical silencioso para protestar contra la IA y la falta de regulación, pero prácticamente la totalidad sigue en Spotify, una compañía que lleva años desarrollando un programa llamado Perfect Fit Content donde música hecha por artistas ficticios y música generativa se introduce en ‘playlists’ manipuladas por la compañía para acaparar regalías”.
Lamenta Pizá que “tras años de optimización algorítmica, de obedecer las directrices inconscientes de estas entidades controladas por plataformas y moldear nuestra percepción creativa según sus órdenes, nos sorprendemos de que internet esté lleno de contenido mediocre, basura sin narrativa y totalmente descontextualizada. Producción de contenido idéntico que creativos de todo el mundo generan en base a la repetición de las mismas fórmulas. En este escenario, la IA tan solo acelerará este proceso de creación de contenido de usar y tirar, funcional y destinado al consumo pasivo. Lo llaman AI Slop –contenidos de baja calidad creados mediante tecnología de IA generativa– y en realidad no es culpa de la IA, sino de nuestra dependencia algorítmica y un reflejo de la realidad creativa: hay una superabundancia pero un estancamiento cultural absurdo”.
En todo este berenjenal, Pizá destaca “la paradoja de la música electrónica”, ya que “fue la primera subcultura en imaginar la música sintética, y ahora protesta colectivamente contra la expansión de la IA y los ‘tracks’ sintéticos, perdiendo o traicionando su vocación futurista. A diario, cientos de miles de usuarios crean ‘tracks’ como memes efímeros en Suno y Udio, plataformas ya denunciadas por todas las ‘majors’ y que facilitan a cualquiera obtener canciones con tan solo unas órdenes de texto. Están comenzando a aparecer referencias en Bandcamp –el ejemplo del álbum de Marcellus Young es sin duda uno de los más paradigmáticos– y en otras plataformas que ponen al consumidor de música electrónica en un dilema potencial: diferenciar qué está hecho con IA y qué no. Y posteriormente decidir si le importa o no, tambaleándose incluso la relación cultural y perceptual que tenemos con el arte”.
Otro peligro derivado de este asunto que apunta Pizá es la “dilución extrema” del mercado. “Si hoy ya se suben más de 100.000 canciones al día a plataformas de ‘streaming’, la integración de música generada por IA y su normalización puede multiplicar exponencialmente la contaminación de contenido que ya existe en la actualidad. Esto no solo diluye la visibilidad de los artistas humanos, sino que convierte el ecosistema musical en un mar de contenido efímero, difícil de filtrar. Está superclaro que los planes de Spotify y otras compañías es reforzar la música funcional, las ‘playlists’ con ‘moods’ y demás escenarios auditivos preparados para que el oyente simplemente entre en un viaje de música infinita sin contexto alguno. Ya sea para meditar, trabajar, atravesar escenas vitales, lo que sea. Ellas, las plataformas, son las primeras que buscan convertir lo que hoy es un valor común en un idioma privado: música ultrapersonalizada de la que tengan ellos todo el control –regalías– y que desvincule emocionalmente al oyente con la música. Si ya Spotify es reconocido como la música misma por muchos consumidores, imagina dónde llegaremos si esto se extiende sin medida. Literalmente están destruyendo a los artistas”.
También hay que evaluar el nivel de falsificación cultural y plagio estructural vía contenido sintético, ya que, como explica Pizá, “ya hay sellos discográficos y distribuidoras que están poblando sus catálogos con música generada por IA, a veces sin declararlo y en ocasiones incluso sin ni siquiera inventar una narrativa adjunta. Para ellos es barato, rápido, escalable y, en muchos casos, legalmente más cómodo: no hay regalías, ni problemas contractuales, ni egos artísticos humanos. No creo que todas estas empresas, editoriales o pequeños sellos que lo están poniendo en práctica lo hagan para demostrar que son ‘early adopters’ o para poner sobre la mesa los dilemas creativos que conlleva esta práctica, sino más bien porque saben que esto ya es cuestión de tiempo y cuanto antes entren en la espiral mucho mejor. Lo que no entienden es que están justamente restando aún más espacio para que artistas reales y jóvenes promesas puedan llamar la atención ¿Es competencia desleal? Legalmente aún no se considera así, pero muchos artistas lo perciben como tal. No porque no se pueda competir con la IA en creatividad, sino porque los modelos de negocio están cada vez menos interesados en obras con contexto o trayectoria, y más en piezas fácilmente monetizables, sin la fricción humana”.
En un reciente encuentro digital organizado por CISAC, la mayor red mundial de sociedades de derechos de auto, su presidente, Björn Ulvaeus, miembro de ABBA, respondió a una pregunta de este periodista lo siguiente: “Si el entrenamiento de IA generativa estuviese regulado para que los artistas que lo nutren de datos obtuviesen algo a cambio, no nos importaría competir con músicos virtuales”. Pero ¿y los sellos de artistas reales, especialmente los independientes, que no tienen las posibilidades de una multinacional para competir con esto? ¿Qué piensan de la irrupción de discográficas como All Music Works?
A algunos directores de sellos indies, como Bruno González de Mushroom Pillow, es un tema que les “da igual”. A otros, como David López de Limbo Starr, no les genera ningún conflicto ético: “Es un reflejo de los tiempos. Como profesional, siento que juegan en otra liga. Lo que sí me preocupa es que la industria, real o virtual, siga funcionando sin códigos claros ni compromiso colectivo. La verdadera competencia desleal no está en la tecnología, sino en cierta moralidad humana”.
Pero otros directores de sellos independientes como Alén Ayerdi, que publica los discos de Robe Iniesta, Marea o El Drogas en El Dromedario Records, sí tienen una opinión contundentemente clara sobre este fenómeno: “Es el siguiente paso natural dentro de la deriva antiética que está devastando el panorama musical actual. Después de sustituir al compositor humano por la IA hacía falta dotarlo de identidad, y no se iba a caer en el error de buscar intérpretes de carne y hueso que generen gastos y puedan tener derechos que generen problemas. Así nace el artista virtual, el cual no cobra derechos de autor ni royalties, ni tiene derechos de imagen. El último paso es explotarlo en conciertos con un holograma… Estoy seguro de que esa será la siguiente noticia patética”.
Ayerdi afirma que “vivimos la época de la historia más nefasta en lo que a la música se refiere, y no solo por la sustitución de seres humanos por tecnología. Esto es la punta del iceberg de una involución que calificaría de estafa a nivel mundial. Pero sigamos con la deshumanización marca de la casa de nuestros tiempos, en los que cada vez más artistas de carne y hueso no llevan músicos y actúan con música pregrabada. He leído a algún grupo punk moderno hablar de que el batería se equivoca e incurre en gastos y la máquina no… Yo lo que no concibo es un grupo punk sin baterista. Esta misma evolución se ha llevado a la industria, que ha sustituido la inversión en carreras de artistas de largo recorrido con talento y capacidad de evolución, que en toda la historia han producido éxitos atemporales que han trascendido generaciones, por artistas cada vez más efímeros, que generen contenidos rápidamente viralizables y monetizables y, sobre todo, fácilmente sustituibles antes de que puedan adquirir cierto estatus o puedan negociar derechos”.
El resultado de todo esto es, según Ayerdi, “una pérdida de calidad en la música, una música de usar y tirar”. Y concluye: “Pero ¿qué esperábamos? La industria musical, para maximizar su beneficio, ha creído que puede eliminar de la ecuación primero a los músicos, luego a los compositores y por último a los artistas. Ahora solo falta que creen un público virtual que compre esa música y vaya a los conciertos de sus hologramas. Pero, claro, aquí necesitan al público de carne y hueso que es el que tiene dinero para pagar. Y esta es mi esperanza, que el público, siempre soberano y en el cual confío a muerte, siga distinguiendo una canción que sale del alma de un compositor y artista con talento de lo fabricado con retazos de estos mismos artistas y que una máquina sin corazón se atreve a suplantar. Desde El Dromedario Records seguiremos apostando por crear oportunidades para artistas con talento, confiando en la inteligencia musical del público, que es el único que puede parar estas auténticas atrocidades de un modelo de negocio sin escrúpulos”. ∎