rupo de suaves progresiones más que de giros radicales, Beach House regresa más abstraído y expansivo que nunca en su pop atmosférico. Su octavo álbum, “Once Twice Melody” (Sub Pop-Bella Union-[PIAS] Ibero América, 2022), acentúa y extiende al infinito las fuerzas gravitacionales de ese sonido de texturas vaporosas, densas baladas cósmicas y vuelos de ensueño.
Tras un largo e intenso período de gestación extendido por la pandemia, Victoria Legrand y Alex Scally se explayan en 18 temas distribuidos en cuatro capítulos, que se han ido desvelando entre noviembre de 2021 y el pasado febrero. A sus clásicas atmósferas de guitarras reverberantes, vocoders aterciopelados, teclados, órgano y sintetizadores se añaden por primera vez arreglos de cuerdas, a cargo del compositor David Campbell, padre de Beck.
El dúo asumió de nuevo la producción, después de su larga colaboración con Chris Coady y el breve maridaje con Pete “Sonic Boom” Kember para “7” (Sub Pop-Bella Union, 2018), su anterior entrega. Grabado en su mayoría en Baltimore, salvo las baterías y cuerdas registradas en Los Ángeles, el inmersivo entramado contó con refuerzos en la mezcla firmados por dos estrellas del diseño sonoro como Alan Moulder y Dave Fridmann.
En mayo, tras el tour estadounidense que les ocupa ahora mismo, iniciarán gira por Europa y en junio tocarán en el Primavera Sound de Barcelona. Hablamos con Legrand sobre el intenso proceso de autoproducción confinada, la evolución de su sonido y el refugio vital que esperan que sea su música.
Durante el confinamiento todos perdimos un poco el sentido del tiempo. 2020 fue casi como si no hubiera existido. Y en 2021, entre mascarillas, cuarentenas, teletrabajo, todo se volvió nebuloso. ¿Este disco tan expandido es fruto de esos tiempos extraños donde los límites espacio-temporales se difuminaron?
En principio no, o no exclusivamente. Alex y yo siempre hemos estado fascinados por el espacio-tiempo, siempre nos ha inspirado como tema. También vivimos tiempos extraños y tenemos esa sensación de pérdida de sentido de algo. Pero para nosotros este disco comenzó mucho antes, en 2019. La pandemia fue más un ancla. Independientemente de cómo nos sintiéramos, trabajar en un disco, una pintura, una escultura o un libro te centra, te da algo valioso por lo que vivir, algo a lo que aferrarte. La música es una cosa increíblemente poderosa que te da un sentido de dirección, te da sueños, lugares a los que ir en tiempos turbulentos. Nosotros trabajamos más arduamente, pero sin la pandemia este disco hubiera existido igual.
No es un hijo de la pandemia, pero sí os dio foco y tiempo. ¿También lo hizo más intenso?
Alex dice que la pandemia lo que hizo fue acelerar el proceso. Nos llevó tres años terminarlo, pero es que desde el inicio tenía una gran corporalidad. Comenzamos con más de 25 canciones/ideas. Sin la pandemia quizá nos hubiera llevado cinco años. Pero con las restricciones para viajar y demás, se aceleró todo. Nos permitió concentrarnos y fue todo muy intenso. Trabajamos durante dos años por nuestra cuenta, escribiendo y grabando sin parar. Nos sumergimos completamente en este universo, consumidos por nuestro arte.
Paisajes vaporosos, abstracciones cósmicas, atmósferas aún más etéreas y envolventes… El disco está tan cargado y compacto que, aunque lo escuches sin auriculares, es difícil oír algo más. ¿La inmersión fue concebida como un refugio para desconectar de la sombría realidad?
Para nosotros la música siempre ha sido eso: una expresión y una reacción de lo que sea que esté pasando. Es un reflejo, una abstracción, una carta de amor. No importa lo que pase, pandemia o guerra; podemos estar en 2020, en los 40, en los 60, siempre hay cosas sucediendo en el mundo, eventos terribles. La historia de la humanidad continúa haciéndose, como el arte y la música. La música es un acompañante, algo bello y casi intangible pero que necesitamos. Es un lenguaje que cura y conecta, algo físico, emocional, sexual, celestial… Por eso no me gusta vincular el disco solo con la pandemia, porque es nuestra visión de la música. Y como artistas siempre queremos llegar a más, a historias más grandes, más energía, más apoteosis. Pero es probable que aquí haya un alcance más profundo: cielos amplios, estrellas, historias de amores cósmicos. Quizá estábamos tan consternados que inconscientemente empujamos aún más fuerte y más lejos. Este disco no es el hijo de la pandemia, pero sí una forma de seguir viviendo. Y esperamos que las personas consigan consuelo y refugio, que puedan perderse en lo que hacemos.
¿Tenía algún objetivo creativo presentarlo en cuatro capítulos? ¿Cómo nos invitáis a escucharlo?
En cualquier forma que desees. Puedes entrar por el capítulo tres, por el dos, escucharlo al revés… La idea es que entres al bosque y sigas tu camino, quizá encontrar algo de paz o una bella flor; sentarte a solas o escucharlo en tu coche conduciendo por un hermoso valle. Los capítulos son puertas anchas y abiertas. También fue una forma de aprovechar el streaming a nuestra manera. Pasamos mucho tiempo solos con este álbum. Así que no queríamos aburrirnos cuando lo sacáramos. Queríamos estar vivos e interesados. Pensamos que los capítulos nos darían varios momentos de alegría y diversión. Queríamos darnos más vida y color, pequeñas sorpresas y deleite. Es un doble álbum que puedes escuchar como quieras.
Entiendo que primero intentasteis hacerlo como un disco estándar y, al optar por el álbum doble, estuvisteis otro buen tiempo pensando en cómo abrir y cerrar los capítulos. ¿Cuál fue finalmente el criterio o hilo conductor?
El tiempo es tu mejor amigo y tu peor enemigo. El álbum nos tomó tres años: dos para componer y grabar y entre seis y nueve meses ¡solo para el orden! Teníamos más de 23 canciones que dejamos en 18. Tratamos de recortar para convertirlo en un disco de diez o doce canciones. Pero no hubo forma. Sería un álbum largo. Se sentía más vivo, más artístico, más cinematográfico, más literario y poético. La secuencia es un arte en sí mismo: escoges un inicio, un centro y un final, y cuentas una historia. Intentar definir el orden en su conjunto resultó muy difícil. Pero dividirlo en secciones nos ayudó a comprenderlo en su totalidad, viéndolo de adentro hacia afuera. En cada capítulo hay un principio y un final, pero también hay un principio y un final global, desde “Once Twice Melody” hasta “Modern Love Stories”. La gracia es que artística y abstractamente funcionan también como una historia más larga. La diferencia entre los mundos cuando terminas el tercer capítulo con “Illusion Of Forever” y comienzas el cuarto con “Finale” es muy emocionante. Brillan por las diferencias y cómo se siente la energía. Cada capítulo cierra, pero luego se extiende y sigue fluyendo.
Esta vez os encargáis de la producción. ¿Qué fue lo más complejo del proceso? ¿Lográis ser estrictos con vosotros mismos? ¿Quién hace de “policía malo”?
De alguna manera siempre nos hemos producido. Desde nuestro primer disco, asentamos nuestra zona tonal, nuestra paleta. Órgano, cajas de ritmo, guitarras, teclados… De ahí hemos ido extrayendo más y más cosas, enamorándonos de más instrumentos y agregando elementos. No fue sino hasta el tercer álbum cuando empezamos a trabajar con Chris Coady, y en gran medida lo coproducimos con él, porque siempre hemos tenido total conciencia de nosotros mismos. En 2019 no sabíamos si queríamos trabajar con alguien, pero llegó la pandemia. Fue retador, intenso y psicótico: dos personas encerradas, que son amigos y músicos, pero también productores, terapeutas, policía bueno, policía malo… fluctuaba. Aprendimos mucho de cuán liberador puede ser no tener a nadie alrededor, pero también cuán maravilloso es tener a alguien cerca, simplemente alguien en la habitación que haga una broma. Tuvimos experiencias maravillosas con Chris y Sonic Boom. Pero, llegados a este punto, somos nuestros propios productores. Y mirando hacia el futuro quizá lo que necesitamos es un comediante, alguien que haga cócteles y algunas bromas (risas).
¿Cómo surgió la colaboración con David Campbell para los arreglos de cuerdas?
Las cuerdas son una cosa particular. Cuando piensas en ellas, piensas en lágrimas, en drama. Y este disco claramente tenía mucho de drama, de teatro, de fantasía… Sabíamos que queríamos cuerdas y ya teníamos escritas algunas secciones para “Pink Funeral” o “Once Twice Melody”. Empezamos a investigar, vimos un par de nombres y David Campbell nos pareció increíble, fue el más entusiasta y enérgico. Hizo unos arreglos brillantes para violas, chelos y violines. En febrero de 2020 fuimos a Los Ángeles y grabamos todo en un día. Fue hermoso oír las cuerdas añadidas. Siento que le dio otra dimensión al álbum.
Además de las cuerdas, también hay guitarra acústica. ¿Qué buscabais añadiendo estas sonoridades?
Perseguimos la belleza. “Sunset” nació de unas progresiones en la guitarra acústica y así se mantuvo. Siempre nos fijamos en cómo nacen los temas. “Pink Funeral” nació en un teclado con sonido de cuerdas. Es cosa de leer las señales que están en la propia composición. Pero solo buscamos belleza, fantasía y no limitarnos a nosotros mismos. Queremos llegar tan lejos y ser tan grandiosos como sea posible, divertirnos, ser extravagantes. No queremos vivir una vida mínima y neutral, sino llena de color, pasión y obsesión. Por eso hicimos los arreglos de cuerdas, añadimos guitarra acústica al vocoder, ritmos electrónicos al drama, psicodelia al romance… Somos humanos y artistas y quizá este sea nuestro trabajo más colorido y romántico.
Una vez dijisteis que lo que más os inspiraba era la propia sonoridad de los instrumentos y las máquinas, que los presets y los timbres naturales disparaban vuestra creatividad. Esto podría ser una aproximación parecida a la del DJ, en el sentido de que a lo primero que se enfrenta es al diseño de sonido, a diferencia de un power trio, por ejemplo, cuyo sonido está dado por su propia configuración. ¿El diseño de sonido es vuestra prioridad? ¿Todos los elementos de la composición son igual de importantes?
Es verdad, amamos las sonoridades. Nos llama el diseño de sonido, las texturas, la saturación, las cualidades táctiles. Pero creo que todos los elementos de la composición son importantes, desde las palabras hasta los arreglos y la interpretación de los instrumentos. A diferencia de un DJ, tocamos físicamente instrumentos: Alex, guitarra y bajo; y yo, teclados y órgano. Todo es importante. Pero sí nos sentimos especialmente atraídos por los sonidos. Podemos comprar un teclado por un sonido que nos interesa, aunque sea de mierda, porque lo importante es cómo lo usas. Si fuéramos pintores, a lo mejor primero nos atraería un rojo, un verde, un naranja. Ahora trabajamos en violetas y jugamos con más elementos, hacemos pinturas más grandes. Esa es nuestra evolución: nuestra paleta ha crecido y sigue cambiando.
Tus letras dan una panorámica vaga pero llena de metáforas sobre luz y oscuridad, espejos, cielos y estrellas, principios y finales, lo visto y lo oculto… ¿Buscas expresar cosas de manera integral, contar una historia completa o más bien sugerir para que el oyente la cierre? ¿Evocar imágenes que disparen los sentidos o las emociones?
Todo y más. También cada canción tiene su trayectoria. Pero creo que las emociones y las historias provienen de la propia música. Para mí las imágenes, las historias abstractas, surgen de la música y yo solo respondo como letrista a los acordes; escucho y veo cosas y empiezo a escribir. Pero también creo en la universalidad. Y debes asegurarte de que haya un lugar para que el oyente entre a ese mundo; dejarle espacio para que pueda encontrarse a sí mismo. Como compositora no me atraen los espacios diminutos. Me gusta jugar con lo pequeño y lo grande. La dualidad de las cosas es una obsesión: luz y oscuridad, lo bello y lo feo…
También te gustan los contrastes, como “Depression Cherry” o “Pink Funeral”. ¿Buscas remarcar cosas aparentemente opuestas, quebrar oposiciones?
En realidad lo que hacemos es jugar con cosas que ya todos sabemos. Sabemos que no hay una única respuesta para “¿cuál es el sentido de la vida?”. Todo artista hace rearreglos a viejas preguntas. Todos estamos volviendo a hacer arreglos sobre viejas inquietudes, jugando con las posibilidades y pintando diferentes cuadros. Escribimos de lo mismo una y otra vez: cómo confrontar el amor, la muerte, el dolor, el sufrimiento, la sexualidad. Los sonidos, las progresiones, las texturas son maravillosos porque nos dan nuevas posibilidades para abordar las historias de siempre.
Beach House dio nuevo aire al llamado dream pop. También se os suele vincular a la nueva psicodelia, ambient, shoegazing, synthpop… Pero su sonido ha ido evolucionando. Hoy en día, ¿con qué parte de todas estas etiquetas comulgáis y con cuáles no? ¿Hacia qué otros territorios sentís que os habéis expandido?
Creo que podemos comulgar con todos los “pop” (risa pícara). No, bromeo. No renegamos de ninguna de estas descripciones. Continuaremos evolucionando y seguirán surgiendo más adjetivos, géneros, palabras. La otra vez nos dijeron “goth house”, por “Masquerade”. Creo que todo esto es un techo un poco limitador bajo el cual vivir. Pero que nos pongan donde quieran. Habitamos en el mundo de la música alternativa y podemos ser lo que queramos.
En “7” surgieron algunos tropiezos para llevarlo al directo, al tener temas sin teclados, otros sin guitarras o con tantas capas que resultaba difícil de recrear fuera del estudio. “Once Twice Melody” tiene aún más capas, arreglos de cuerdas y más recursos. ¿Cómo lo adaptasteis al directo? ¿Un show para espacios íntimos o grandes escenarios?
Con “7” aprendimos mucho. Ahora retomamos varios elementos de esos conciertos. No vamos a tocar todas las canciones del nuevo álbum, tenemos muchos discos. Y obviamente no nos iremos de gira con una sección de cuerdas, pero sí tocaremos, físicamente. Yo tocaré cuerdas con mis dedos, James (Barone) seguirá tocando baterías… no vamos a tener backing tracks. Tomamos las canciones, pero adaptándolas. Queríamos que fuera algo diferente y que la energía fuera tan “en vivo” como fuera posible. Es todo un reto, pero también algo que ansiamos. Extrañamos tanto compartir con otros después de tanto tiempo. Llevamos meses preparando el show y podemos adaptarlo a un teatro, un festival, una discoteca, un club de rock. Estamos perfectamente cómodos tocando en grandes escenarios o, si es necesario, en pequeños. Pero creo que ahora el show es más para grandes espacios.
Os gusta lo etéreo, la ensoñación, pero ¿cómo habéis vivido desde Baltimore los últimos acontecimientos en Estados Unidos: el asalto al Capitolio, la muerte de George Floyd y el movimiento Black Lives Matter, y ahora una guerra a partir de la invasión de Ucrania por Rusia?
Como humanos sentimos una profunda compasión por los que sufren. La guerra es algo terrible. Yo he vivido mi vida en Baltimore y es muy difícil ver lo que pasa lejos. Hay una sensación de impotencia. Pero sí hay formas de ayudar. Lo primero es ser amables, dar amor y encontrar esas pequeñas vías para colaborar, enviando dinero, escuchando y viendo de qué otra manera puedes apoyar. También seguir creando.
¿Escapismo creativo como mecanismo de supervivencia?
Frente a esa sensación de caos e impotencia, la creatividad es a veces la única forma de sentir que sí puedes. Hay belleza y esperanza en eso. Crear es una señal de vida. Al final, este disco es solo nosotros queriendo seguir viviendo, un reflejo de nuestros apetitos y de nuestra incapacidad de ser otra cosa. Algunas canciones aluden líricamente al suicidio o a un sentimiento de rendición. El arte hace statements, declaraciones de principios. Y en este álbum nuestro statement es “supervivencia”. Mientras queramos sobrevivir continuaremos haciendo música, ya no como niños curiosos y estupefactos por las estrellas, pero sí todavía muy interesados en la vida y en la expresión de todos sus componentes. ∎

Como “inocencia y maravilla” lo recuerda Victoria Legrand. Registrado en una grabadora de cuatro pistas en el sótano de Alex Scally, el álbum sentó las bases de su hipnótico sonido desde una aproximación más indie lo-fi. Con una mínima instrumentación –órgano, cajas de ritmo, steel guitar– y la voz de ensueño de Legrand, elevaron nueve canciones de atmósfera onírica y envolvente, texturas shoegazing y ecos de Mazzy Star, Slowdive y Spiritualized.

La segunda entrega fue de “exploración y devoción”, según rememora Legrand. Fue el álbum que los consolida internamente como dúo de “soñadores”. Aquí comienza a madurar su propuesta dream pop, con composiciones más audaces y pulidas, más órgano y cálidas armonías lidiando entre lo oscuro y lo romántico y un mayor dominio en la interpretación vocal. Fue el primero de sus discos en ingresar a la lista Billboard 200, en el puesto 195

“Sensualidad. Nueva pasión”, son las palabras que invoca Legrand respecto a su tercer álbum. Acompañados por primera vez por Chris Coady (Yeah Yeah Yeahs, Grizzly Bear) en la producción, significó la sofisticación de su sonido, con batería y percusión reales: consolidación de su dream pop y estética de romanticismo minimalista, a la vez que apertura a otras sonoridades, incluso soul y gospel.

“Violencia. Cambio. Miedo”, evoca Legrand sobre el que fuera su disco de consagración, a partir del popularísimo tema de apertura, “Myth”. “‘Bloom’ tiene una oscuridad tremenda. Pero, a la vez, crearlo fue de las experiencias más bellas. Los atardeceres en el oeste de Texas son los más hermosos que he visto”. En efecto, sus atmósferas desgarradoras y texturas de ensueño florecen, paradójicamente, más cálidas, expresivas y luminosas. Emociones cuidadosamente encapsuladas en la hora mágica de su pop cósmico.

Como un “regreso al pasado para salvarte y saltar al futuro”, lo califica Legrand. Y la sensual melancolía no es solo temática. Si en “Bloom” pulieron y escalaron su dream pop en paisajes de alta definición y exuberantes texturas, aquí revisitan el enfoque más despojado de sus dos primeros álbumes, huyendo de la sobreproducción: más no significa siempre mejor. Dejan de lado baterías y potencian sintetizador y guitarra, dando una cálida corporalidad a sus sonidos etéreos e invocando una paradójica intimidad dentro de la inmensidad.

Como un “cofre secreto” identifica Victoria el sexto álbum del dúo, lanzado tan solo un par de meses después de “Depression Cherry”. Aunque las canciones se escribieron justo después y fue grabado prácticamente en paralelo, la banda lo sintió y presentó como una obra distinta e inconexa. Ciertamente, la simplicidad que el grupo anhelaba tras la exuberancia de “Bloom” se expresa de manera diferente: piezas más cortas y menos abstractas, incluso más crudas como la bien llamada “Rough Song”. Más sombrío y a la vez más próximo, un sueño lúcido.

“Rock. Los 70. Superestrellas”, así resume Legrand el disco que muchos consideran su culmen, el más pesado e inmersivo. Con la producción de Peter “Sonic Boom” Kember (Spacemen 3, Spectrum), dieron un vuelco a sus métodos creativos llevando al estudio a su baterista de giras, James Barone, y grabando apenas terminaban de escribir. Resultado: un Beach House más enérgico y de múltiples registros, incluyendo algunos temas sin guitarras, otros sin batería y otros con infinidad de capas irreproducibles en el directo. Emotivo, oscuro y cautivador.

“Ola romántica destructiva. Futuro incierto. Hermosa superexplosión”, dice Legrand. Su grandilocuencia no es gratuita. Se trata de su obra más ambiciosa hasta el momento. Un doble álbum de casi 85 minutos, donde el dúo retoma la producción e intensifica al infinito sus obsesiones de abstracciones vaporosas, imágenes etéreas y baladas espaciales. El iniciático dream pop en expansión cósmica, ahora hasta con sección de cuerdas, aunque conservando vestigios shoegazing. “Un bosque denso que invita a perderse y encontrar tu rincón”. ∎