“Yo no soy ni un hombre ni una mujer
yo quiero ser una persona que cuidáis
un cuerpo que maquilláis”
(Bonitx, “chica”)
Hay discos que le dan a une la sensación de estar colándose en una habitación que no le toca, como espectadore accidental de la intimidad de quien canta, como estar leyendo un diario que de casualidad has encontrado abierto. Así sucede con el álbum de debut y homónimo de Bonitx, editado por El Genio Equivocado a finales del pasado abril. Once soberbios cortes de pop sin concesiones, en los que las sonoridades ochenteras a lo Anoraak o FM Attack son el telón de fondo para construir un imaginario queer donde las experiencias de Edu Rubix (Barcelona, 1997) como persona no binaria son protagonistas, desde la reivindicación de otras feminidades y afectos posibles en “femme” o “amigas” hasta el miedo a no encajar en “punk”. Con una voz que, desintegrada entre distorsiones, se construye entre la tensión de esconderse y mostrarse, Bonitx te invita a un mundo, el suyo, sí, pero que ahora también puede ser tuyo si quieres. “Para mí, este disco ha sido como una manera de salir del armario musicalmente”, cuenta Bonitx, para quien hacer música siempre ha sido una manera de conocerse mejor a sí misme. “Tenía mucho miedo de hacer pop y que no se me respetara como artiste, igual que en su día tenía mucho miedo de ser yo. Cuando me definí como no binarie tenía un grupo de música experimental, pero siempre me ha encantado el pop. Así que dije: ‘Mira, si te has definido como persona no binaria y te da igual lo que piensen les demás, esto también te la tiene que sudar’”.
El disco de Bonitx viene a sumarse a una constelación cada vez más viva de artistes que tratan abiertamente las disidencias de género y otras formas de relacionarse en sus propuestas artísticas: interrogación amor, Putochinomaricón, Flamenco Queer, Megane Mercury, AL-V, La Dani, Las Bajas Pasiones, por nombrar solamente a algunes y de les más recientes. Con Samantha Hudson copando merecidamente cada vez más espacios mainstream, lo fácil sería decir que la escena queer española atraviesa hoy uno de sus mejores momentos. Pero ¿no sería más justo decir que ahora, simplemente, hemos decidido prestar más atención? Las disidencias de género siempre han estado allí. Aunque, cuidado: sería muy cínico afirmar que el primer paso para la normalización de las mismas es dejar de subrayar las diferencias cuando, hace apenas unos días, en Barcelona hubo seis agresiones homófobas en menos de 24 horas, por poner tan solo un ejemplo reciente de la discriminación que el colectivo LGTBI sigue sufriendo cada día delante de nuestras narices. Es más, señalar las diferencias y desigualdades es tan necesario que lo que debemos hacer desde los medios musicales es precisamente –y perdonadme el juego de palabras– más autocrítica musical. Preguntarnos qué estructuras de poder seguimos reproduciendo cuando metemos a todes les artistes queer en el mismo saco por su identidad de género y no por su música, o por qué podemos escribir centenares de palabras sobre el uso de la tecnología para superar la propia corporalidad en artistes como Octo Octa o SOPHIE y nadie le pregunta a David Guetta qué tiene que ver usar una mesa de mezclas con ser hombre cis. Por qué nos hemos llevado las manos a la cabeza ante artículos que señalaban el machismo en el indie a través de sus letras al grito de “¡separemos obra y autor!” y, al mismo tiempo, nos preguntamos si influye ser una persona no binaria en la producción artística. En cuanto a mí, no tengo ninguna de estas respuestas, pero es junto a todes vosotres con quien quiero plantearme, como mínimo, algunas de estas preguntas.
En este sentido, para Megane Mercury (Móstoles, 1996), inclasificable torbellino que pasa sin despeinarse del trap más agresivo –el EP “FR33 B33F” (autoeditado, 2020)– a las guitarras más rasgadas –el EP “Desamor y pop-rock para adolescentes” (Snap! Clap! Club, 2021)–, así como del género masculino al femenino, lo más importante es diferenciar entre identidad y expresión de género. “A nivel artístico, juego continuamente con mi expresión de género y mi identidad afrodescendiente, haciéndolo más o menos explícito según me parezca. Pero yo siempre voy a ser ‘queer’ y racializade, aunque vaya con una camiseta blanca y un tejano cualquiera por la calle. No dejo de serlo porque no lo muestre en la música o en mi estética”, comenta. “Sin embargo, cuando eres une artiste muy explícitamente ‘queer’, casi siempre te van a llamar para cosas LGTB. Igual tú haces música indie, pero para cosas indie no te llama nadie”.
“No queremos chicos como Pablo Alborán
la homonorma de mierda tiene que acabar”
(Megane Mercury, “5 en Punt0”)
En una de las canciones más conseguidas de su disco, Bonitx canta: “otra vez vuelvo a intentar / que me guste el techno y salir de fiesta […] a mí me daba pánico enseñar / lo que hacía porque decían que no era punk / tratándome siempre como un chico cursi”. Con un toque de humor, confiesa Alverd Gual-Cibeira (Llinars del Vallès, 1991), también conocido como AL-V, que escuchando esta canción se planteaba si había abrazado tanto el techno porque realmente le gusta o por haber sido un espacio de comunidad entre disidentes, “como cuervos en la noche”. “Cuervos”, el primer single de su EP “(Non quero morrer)” (Snap! Clap! Club, 2021), es precisamente un preciosísimo alegato de la belleza en los márgenes. Un disco, por cierto, en el que lo queer no se explicita en las letras ni en nada en particular, sino que se cuela entre las sonoridades experimentales, como resquicios de luz en una cueva, más universal que nunca. “Incluso en el mundo ‘queer’ parece haber unos cánones en los que inscribirse, sobre todo en la representación de los cuerpos”, apunta AL-V. “Cuando se habla de la disidencia, suelen ser mujeres trans o personas no binarias cuyo sexo asignado al nacer es masculino y que tiran más hacia la expresión de lo ‘flamboyante’. Pero una persona no binaria y de estética ‘butch’ es igual de disidente, aunque esté haciendo rock puro y duro”.
Rock puro y duro como el que hace Thaïs Cuadreny (Barcelona, 1982), activista queer desde hace más de una década en el underground barcelonés a través de proyectos musicales como La Quiero Viva o el más reciente Fera y Las Disidentes, quienes publicarán en breves su primer largo. “El espectro ‘butch’ es el gran olvidado, ya que a ojos de la sociedad normativa es una expresión de género menos sexualizada, entendiendo el término como el deseo hegemónico de un hombre cishetero por una mujer cishetero, con determinados roles, apariencia física y comportamientos”, señala. Debemos preguntarnos: incluso cuando creemos que estamos siendo inclusives, ¿a quiénes estamos dejando fuera? Solo así podremos ir realmente más allá de los límites de nuestra mirada.
“Todas las peones unidas
Solo el pueblo salva al pueblo
yo te cuido y tú me cuidas”
(Las Bajas Pasiones ft. Tremenda Jauría, Pinan 450f, Gemma Polo, “Sols el poble salva el poble”)
“Por mucho que te digan que no, las exigencias para les que somos disidentes de raza y de género son diferentes en la industria”, afirma tajantemente Megane Mercury. “Desde cero jamás van a apostar por nosotres. Tenemos que tener millones de ‘streams’ antes de que alguien se atreva, como La Dani fichando por Subterfuge. Luego, a cualquier grupo de pavos cisheteros los cogen y les financian desde cero aunque estén haciendo lo mismo de que otra decena de grupos de pavos cisheteros”. No se trata de necesitar la validación de los de siempre. Todes les aquí entrevistades podrían vivir –y viven– perfectamente de espaldas a la industria. Lo que reclaman son las mismas oportunidades. Tener la misma visibilidad que X grupo de tíos cishet es tocar en las mismas salas que ellos y, por extensión, cobrar lo mismo. Si la industria musical ya de por sí es precaria hasta para los hombres, para colectivos en situaciones de desigualdad es, directamente, un páramo. “A mí me está costando un año sacar un disco, algo que otro podría haber hecho en un mes”, afirma Bonitx. “El mundo, y sobre todo el de la música, sigue siendo un mundo muy hetero y muy blanco que vive siempre de las mismas personas. Necesitamos disidentes de género no solo en posición de artiste, sino también en posiciones de poder dentro de la industria como promotores, programadores o responsables de sellos”, incide.
Para AL-V, en cambio, no se trata tanto de quién ocupe la silla en el despacho, sino de prenderle fuego a ese despacho y que arda hasta los cimientos. De cambiar por completo la manera de funcionar de la industria, reivindicando una estructura mucho más horizontal. “Un ejemplo sería Snap! Clap! Club, el sello en el que estamos tanto yo como Megane Mercury. Es un sello pequeño, que no tiene como objetivo forrarse, y que cuenta en su catálogo con muches artistes del colectivo”, afirma.
“El señorito, nadie sabe ni se explica
si es muy macho o es marica
para amar es indistín”
(Rafael de León, “El señorito”)
En su ensayo “Glitter Up The Dark. How Pop Music Broke The Binary” (2020), la periodista norteamericana Sasha Geffen analiza la capacidad de la música para hacer audible el género en todas sus ricas, expresivas y cambiantes formas más allá de las definiciones binarias. A través de artistes como Prince o Maxine Feldman, pero también del corte de pelo de los Beatles o el pop-rock vulnerable de Green Day, Geffen traza una genealogía alternativa de las prácticas no binarias para demostrar que la disidencia de género y la música han ido de la mano desde desde mucho antes que el término “no binario” existiera siquiera como tal o que la música fuera un producto pop. Solo una mirada colonialista podría obviar, por ejemplo, la cultura nativoamericana, que desde hace centenares de años reconoce la existencia de personas que llevan el espíritu masculino y el femenino al mismo tiempo en su interior. “Pero el orden patriarcal, para sobrevivir, necesita hacer pasar las ideas amenazantes por artificiales, dañinas y nuevas con el fin de distraer la atención de la verdad subyacente”, escribe Geffen. “Y es que el propio patriarcado es artificial, dañino y no tan antiguo ni tan universal como pretende ser. El patriarcado, que no es el orden natural del ser humano, se basa en la ilusión de su propia inevitabilidad para sobrevivir”. Lo queer es nuevo y rompedor solamente por oposición ficticia a un heteronormativo universal, que se erige entonces como lo que siempre ha sido y siempre será.
Por eso es importante recordar que no hace falta ni cruzar el charco para encontrar una época musical en la que la disidencia de género y las sexualidades no normativas estaban presentes en lo más intrínseco de la música popular. Como recuerdan investigaciones recientes como el libro “Historia queer del flamenco” (2020) de Fernando López Rodríguez o el pódcast “¡Ay, Campaneras!” de Lidia García, la memoria queer del siglo XX español está codificada en gran medida en la copla, la zarzuela, el flamenco y todos sus dobles sentidos. No eran lo mismo las letras de Rafael de León cuando las cantaba Miguel de Molina que Concha Piquer, y canciones como “Tatuaje” o “El señorito” están llenas de referencias ya no solo a la homosexualidad, sino a todas aquellas manifestaciones de género que quedaban relegadas a la marginalidad durante el franquismo. “Estamos en el panorama primero porque otres han luchado para que llegáramos hasta aquí sin que nos maten, luego porque la gente es curiosa y quiere consumirnos como monos de feria”, afirma Thaïs Cuadreny. “No queremos ‘pinkwashing’, ni ser el nicho de nada ni el porcentaje de ‘maricasbollerasytrans’ de las series de Netflix o de los videoclips de moda. Pero mientras sigamos siendo les rares, les disidentes, les que levantamos miradas y comentarios a nuestro paso, esa normalidad no puede existir. Es por eso que, aunque nos sintamos instrumentalizades por modas o tendencias pasajeras, pienso que es necesario ponernos donde se nos vea y aprovecharlo para meterle un gol al sistema”, concluye. Insistir en la novedad de lo andrógino e interpretar las personas disidentes como ficciones, haciéndolas encajar en una historia escrita de antemano, no hace más que reforzar las dinámicas de poder del patriarcado. Quienes escribimos en medios tenemos el privilegio de escoger qué historias contar. Así que contémoslas bien, por entero. Tenemos el deber de no olvidar a todes aquelles que vinieron antes que nosotres y, al mismo tiempo, apoyar a quienes siguen luchando día a día. Celebremos lo nuevo, honremos la memoria. ∎