Veinte años de carretera. Foto: Alfredo Arias
Veinte años de carretera. Foto: Alfredo Arias

Concierto

Cass McCombs: el encanto de lo sobrio

En este 2022 se cumplen 20 años de la primera grabación del cantautor californiano, que está de actualidad por su décimo álbum, “Heartmind”. Anoche lo presentó en vivo en Madrid (Teatro Lara), en formato de trío, ante un puñado de espectadores que disfrutaron de un espectáculo contenido, exento de adornos y que fue de menos a más. Hoy tocará en Zaragoza, el viernes en Alicante y el sábado en Valencia.

Pocas cosas hay tan vivificantes como un concierto bien construido, aunque sobre ese particular los expertos aún no se pongan de acuerdo. Nos referimos, naturalmente, al orden de las canciones. Para algunos, estas deben sucederse a la manera de una montaña rusa, con sus picos y sus valles, de modo que cuando el espectador caiga en la modorra de una tonada demasiado lenta, un tema rápido de rock guitarrero le coja de las solapas y lo espabile de dos bofetones. Esto, inevitablemente, sume al público en una grata espiral de emociones que suele dejarlo francamente satisfecho. Otros optan por construir con sus temas algo parecido a la línea de un encefalograma plano, lo cual también puede funcionar, pues significa que el concierto no tiene altibajos: es igual de soporífero, o de agitado, de principio a fin. Pero de todas esas teorías a mí me parece que la más brillante es la de Cass McCombs, pertinaz partidario de ir de menos a más. Si fuese un gráfico, su concierto del 28 de septiembre en el Teatro Lara de Madrid sería como el del precio de la luz: en continuo ascenso.

Solo así puede entenderse que el cantautor californiano decida empezar su recital con “Buried Alive”, una canción de 2011, bonita pero terriblemente morosa, con una letra que debería estar vetada por el Colegio de Psicólogos (“Si estoy vivo o muerto no me importa mientras mi alma esté intacta. Cadáver apestoso, huelo pero no puedo ver”) que logró persuadir a los 80 espectadores –cifra aproximada; eran tan pocos que podría haberlos contado, pero resistí heroicamente la tentación– de que tenían por delante hora y media para echarse una siesta. Pero antes de que pudiera llegar el primer bostezo, McCombs decidió subir apenas unos grados de intensidad y nos endosó “A Blue, Blue Band”, un tema de su último disco, “Heartmind” (2022), que mece con su ritmo de bossa nova.

Es precisamente este álbum, décimo en su discografía, el que vino a presentar en directo. Podría decirse, no obstante, que lo presentó casi a medias, pues de las ocho canciones que contiene solo tocó cinco: la citada “A Blue, Blue Band”, “Karaoke”, “New Earth”, “Belong To Heaven” y “Unproud Warrior”. Es “Heartmind” un disco de concepto lúgubre –del que no vamos a hablar porque ya lo hicimos aquí– pero a la vez extrañamente luminoso, con instantes de euforia pop –como en “Karaoke”– y hasta con destellos bailables: “Krakatau”. “Karaoke” parece destinada a convertirse en otro de sus temas fetiche, al estilo de “Brighter!”, aunque la melodía del final de su estribillo recuerde demasiado a la de “Pancho And Lefty”, de Townes Van Zandt. Fue la cuarta que interpretó, y fue entonces cuando el grupúsculo del patio de butacas se removió en los asientos consciente de que podría pasar incluso un buen rato.

Formato de trío, sin adornos. Foto: Alfredo Arias
Formato de trío, sin adornos. Foto: Alfredo Arias

McCombs compareció acompañado de un elegante bajista zurdo y un desgarbado batería que había cubierto con paños varios de sus tambores para obtener un sonido más sordo y contenido. El efecto del trío era bastante seductor, pues transmitía a la audiencia la sensación de estar escuchando a los músicos en su local de ensayo. Y aunque no se les puede poner ninguna pega técnica, el escueto formato resulta incompatible con las canciones más ambiciosamente instrumentadas, como “Krakatau”, de aires latinos, o “Abstentee”, de su anterior álbum, “Tip Of The Sphere” (2019), que excluyeron del repertorio.

Lo cierto es que a partir de “Karaoke” el concierto siguió subiendo en empaque. Y cuando tocaron seguidas la soleada “New Earth”, “Belong To Heaven” –con la que durante cuatro minutos el trío se convirtió en The Police–, “Unproud Warrior” y, sobre todo, “Bum Bum Bum” y “Brighter!” –posiblemente las dos más adherentes y reconocibles de su catálogo–, no puede decirse que el recinto se convirtiese en una fiesta, pero sí que los 80 intrépidos del público dieron por bien pagada la entrada.

Escalado el Tourmalet del concierto, entró en su recta final en una suerte de falsa llanura, con canciones más antiguas como “Not The Way” –la que abría el EP de igual título de 2002–, “Dreams-Come-True-Girl” –con marchamo a lo Roy Orbison, que en 2009 Cass grabó acompañado de Karen Black– y la animosa “Sleeping Volcanoes”. Tras retirarse unos minutos del escenario, McCombs y compañía regresaron para rescatar la narcótica “I’m A Shoe” y “That’s That”, otro de sus ramalazos de pop.

El Cass McCombs que actuó en Madrid no fue un tipo dicharachero, más bien al contrario: cohibido, concentrado en seguir la letra de las canciones en folios sobre un atril, obsesionado con la técnica, con los pedales, el delay y obcecado con conseguir un efecto de vibrato mediante el sistema de menear el mástil. Cantó bien, pero no es seguro que disfrutase. En un contexto menos sobrio quizá el resultado, que fue notable, hubiese sido excelente. ∎

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