Burruezo, recuerdos de Claustrofobia. Foto: Jordi Vidal
Burruezo, recuerdos de Claustrofobia. Foto: Jordi Vidal

Entrevista

Claustrofobia y el arrebato de Pedro Burruezo

Satélite K ha reeditado este año los tres primeros discos –“Arrebato”, “El silencio” y “Repulsión”– de Claustrofobia, el legendario grupo que Pedro Burruezo lideró entre 1982 y 1999. Mandala publicó el pasado mes de diciembre “Auto-Sufí-Ciencia”, primera novela del artista catalán, y en mayo se estrenó la segunda parte del documental “Las 3 vidas de Pedro Burruezo”, dirigido por José López Pérez.

Eran, por tanto, tres las razones para acercarnos al polifacético Pedro Burruezo, aunque la cosa no pintaba fácil. Hace décadas que este barcelonés de cuna y ampurdanés de adopción se mantiene en los márgenes del negocio, veinte desde que se convirtió al islam. Zacarías es hoy hermano sufí, que no sufista”. Su discurso es cautivador, intenso y transparente, aunque tienda de forma inevitable a lo esotérico, y se muestra abierto a hablar de todo lo que queramos. Bueno, de casi todo: “Desde finales de los noventa y hasta principios de los dos mil, naufragué. Fui a dar a algunas islas de las que prefiero no acordarme. Aunque en todo proceso siempre hay luces y sombras, y forman parte del mismo camino”. “Les TrèsOrs (1982-1999)” (1999) fue el último disco en estudio de Claustrofobia, en realidad un recopilatorio de viejas canciones con alguna recreación y tres temas nuevos grabados junto a María José Peña y Antoni Baltar, los otros dos miembros míticos de la banda, ya que Sebastián Montesinos se marchó pronto: “Solo hicimos aquellas tres canciones y un concierto de despedida. Luego Antoni me ha ayudado con algunas programaciones rítmicas y Paula Veiga, su esposa, ha contribuido en coros para Bohemia y Nur Camerata”. De estos últimos recomendamos álbumes como “Dervishes & Troubadours” (Satélite K, 2017).

Antoni Baltar, Pedro y María José en una variante de la imagen de portada del disco “Repulsión”, el mejor de 1987 según Rockdelux. Foto: Rosa López
Antoni Baltar, Pedro y María José en una variante de la imagen de portada del disco “Repulsión”, el mejor de 1987 según Rockdelux. Foto: Rosa López

Los orígenes del claustropop

Podríamos entretenernos en glosar la historia de Claustrofobia, pero es mejor que lo haga Burruezo. Le pregunto por Peña: “Salíamos juntos y la enrollé para hacer un grupo. Grabamos una primera maqueta los dos solos. Ahora escucho muy poca música, pero entonces lo absorbíamos todo. No éramos músicos, solo queríamos hacer cosas creativas. No teníamos dinero ni para instrumentos”. En “Rito gitano”, del álbum “El silencio” (Justine, 1986) y una de las mejores canciones del grupo, María José aparece acreditada como única autora: “Era menos música que yo, que ya es decir, porque yo solo sabía hacer cuatro acordes y poco más”, afirma entre risas. “Pero tenía una voz muy bonita, un gusto exquisito para todo y una imagen bellísima. Éramos uña y carne. Si yo descubría algo que me gustaba, rápidamente se nutría ella también de eso. Y a la inversa. Estábamos siempre juntos. Tuvimos una hija en común, Sara, y dos nietos. Nos vemos aún por temas familiares. Es una buena persona”.

En cuanto a Baltar, era uno de los tipos más elegantes del gótico nacional: “Con Antoni sigo teniendo una gran amistad. Era el que más escuchaba música de grupos británicos y estaba más al loro de todo lo nuevo. Tampoco era muy músico. Hablábamos más de sonidos y tendencias. Pero era nuestro bastión rítmico. Se ocupaba de las cajas de ritmos, bajos, etc. Éramos como una familia. Sentimos la separación como si hubiésemos perdido a un hermano, pero queríamos investigar músicas tradicionales, étnicas, flamencas”. Ya iremos a eso, pero un aspecto ineludible en Claustrofobia eran sus directos: A finales de los ochenta ya éramos un grupo más o menos profesional. Pero antes nuestros directos dejaban mucho que desear. Eran caóticos y hermosos”. “Fiesta en la noche” (Los Discos del Arrabal, 2006) recoge alguno de aquellos bolos. “Pasábamos de un muro eléctrico a un bolero con piano y caja de ritmos, de una balada crepuscular con sintetizadores amargos a lamentos y melismas neoandalusíes en plena bacanal rítmica, o a un reggae electrónico con las soflamas de Ragnampiza. Una parte del público nos adoraba; la otra nos odiaba a muerte, no nos entendía. Solo gustábamos a los convencidos”.

“Pasábamos de un muro eléctrico a un bolero con piano y caja de ritmos, de una balada crepuscular con sintetizadores amargos a lamentos y melismas neoandalusíes en plena bacanal rítmica, o a un reggae electrónico con las soflamas de Ragnampiza. Una parte del público nos adoraba; la otra nos odiaba a muerte”

Pedro Burruezo

El capítulo de las actuaciones es una mina de anécdotas que vale la pena excavar un poco más: “Una vez actuamos varios días en un pub de Lleida y el sábado coincidía con un festival punk. Las autoridades decidieron suspenderlo por miedo a altercados y una parte del público vino a vernos. Pensarían que era eso mejor que nada. Quizá esperaban un grupo afterpunk. Con el primer bolero, ‘El ruso’, un punk local más largo que un día sin pan dejó constancia de que aquello no iba con sus gustos. Iba tan enchufado que acabó subiéndose al techo de la sala y a punto estuvo de provocar una tragedia”. Pedro propone la participación de Antoni Baltar, que interviene por e-mail: “La imagen que mejor define nuestros directos era cuando cerrábamos con ‘Lluvia dorada en tu boca’ (que también pertenece a “El silencio”), una orgía percutiva de ritmo salvaje y Pedro en trance subido a una silla de mimbre entonando sus quejíos. La alargábamos hasta el infinito, era brutal. La gente igual creía que íbamos de drogas hasta arriba, pero éramos los chicos más limpios y sanos del panorama musical de la época. Una vez nos ofrecieron un sobre de coca y María José lo vació en el WC”.

María José Peña y Pedro Burruezo tras “Repulsión”. Foto: Jordi Fàbregas
María José Peña y Pedro Burruezo tras “Repulsión”. Foto: Jordi Fàbregas

Cisma en las calles de Barshilūna

Clave de bóveda en la no-fórmula del autodidacta Burruezo era buscar armonía en los opuestos, como tradición y vanguardia, una cancela abierta para el gozo y el descubrimiento: “Es que nosotros somos de Barcelona, muy mediterráneos. Y todo eso empezó a aflorar cada vez más en nuestra música. Siempre estuvimos en tierra de nadie. Demasiado catalanes para España, demasiado españoles para Cataluña. Demasiado vanguardistas para el pop, demasiado pop para los vanguardistas. Demasiado exquisitos para las masas, demasiado dulces para los estrambóticos. Demasiado enraizados para los tecno, demasiadas máquinas para el folk. Visto con el tiempo, me encanta esto. Ahora todo el mundo presume de heterodoxia”.

En “Repulsión” (Justine, 1987), el duende de Burruezo comienza a arrancarse por peteneras, otra de las herejías, por ahora solo estéticas, de este personaje expansivo y melodramático: “Siempre he sido un corazón libre y en el rock de los ochenta había muchas sectas. O eras punk, o afterpunk, o tecno, o pop, o cantautor, o ‘baboso’, o rocker, o mod, o jazzy, o heavy, o folk… No se concebía habitar en varios géneros a la vez. Aquel sectarismo no iba con nosotros. Por eso metíamos en nuestros discos piezas de géneros y estilos distintos. La culminación de aquella divergencia fue ‘Repulsión’. Por primera vez en la historia del pop español, con descaro y atrevimiento, un mismo artista metía en un disco tantas canciones como géneros. Ahora es normal, pero entonces no existía. Aquel disco abrió muchas puertas”.

“La imagen que mejor define nuestros directos era cuando cerrábamos con ‘Lluvia dorada en tu boca’ , una orgía percutiva de ritmo salvaje y Pedro en trance subido a una silla de mimbre entonando sus quejíos. La alargábamos hasta el infinito, era brutal”

Antoni Baltar

Aquel disco fue votado álbum del año por esta revista. Su deslumbrante mixtura de ritmos, atmósferas y temáticas era insólita para un ámbito tan formulario como el del pop: “No había nada calculado. Jugábamos con intuición y muy poca premeditación. Nos apasionaba mezclar elementos diferentes: cajas de ritmos con guitarra flamenca, voces africanas con sintetizador, un lamento oriental y guitarras eléctricas, una copla flamenca con sonidos modernos. Estábamos como una cabra y salía lo que salía. La figura de José Luis Escuer fue esencial en aquel disco (lo produjo junto a Burruezo). Llamó a buenos músicos para apoyarnos y él mismo tocó guitarras muy inspiradas. Por lo demás, todo era bastante loco”.

Proyectos como Golpes Bajos practicaban mezcolanzas similares, aunque eran más dados a experimentar con los ritmos latinos: “Dices bien. Golpes Bajos y nosotros nacimos en un mismo momento, teníamos inquietudes muy similares, pero eran más músicos que nosotros. Los admiraba porque eran capaces de hacer actuaciones muy solventes utilizando una cierta tecnología, que ahora da un poco de risa. Hablé varias veces con Germán Coppini. Iba a colaborar con él pero entonces llegó la noticia de su muerte. Descanse en paz. Era un artista muy singular y muy querido”. Baltar también tiene algo que decir al respecto: “Su primer mini-LP era fantástico. No se parecían a nada que hubiera escuchado antes. Teníamos un instrumento en común: la caja de ritmos. Una Korg KR-55 que aún conservo. También la usaban Derribos Arias. Yo diría que fuimos un poco más originales porque utilizábamos un sinfín de instrumentos: el cencerro tocado con mazo por María José, que sonaba de muerte, claves, cajas chinas, congas, bongos, bidones y el Synare-3 que le había visto a Stewart Copeland de The Police y a Tuxedomoon. Una noche en Zeleste, viendo a Parálisis Permanente, Ana Curra lo tocaba con una fusta. Su típico sonido ‘crash’ era alucinante. Nos miramos y pensamos todos lo mismo: ¡Tenemos que conseguir ese aparato! Diría que se convirtió en más seña de identidad de Claustrofobia que de Parálisis”.

El periodista Juan Bufill, Pedro, María José y Robert Wyatt.
El periodista Juan Bufill, Pedro, María José y Robert Wyatt.

Robert Wyatt en el tablao

“Repulsión” incluía “La elegancia de tus lágrimas”. Esta canción tiene una curiosa intrahistoria: “Si no recuerdo mal, el ladillo de un artículo que había publicado Juan Cervera tenía ese título. Me gustó mucho y lo utilicé para la canción”. Otra pieza destacada es “Tu traición”. En ella colaboraron con el músico británico Robert Wyatt –ex Soft Machine–. Aprovechamos para conocer de primera mano cómo ocurrió: “Robert y su mujer, Alfie, se encontraban en Gavà. Creo que estaban preparando grabaciones para un documental de la gente del programa ‘Arsenal’, hoy impensable en TV3. Escuer insistió en que fuéramos a verlo. El poeta y hombre televisivo Juan Bufill hizo de enlace. Lo visitamos en un par de ocasiones. Nos comimos una paella en un bar que hoy está regentado por chinos. Fuimos a una peña flamenca del extrarradio de la que Wyatt era habitual y le propusimos que participara en una de nuestras canciones. No le hizo mucha gracia. Tenía su salud muy debilitada, la verdad. Le dimos un día, una hora y una dirección. Si venía, genial, y si no, genial también. Pero vino…”. Parece un chiste antiguo: un inglés (Wyatt), un catalán (Bufill), un gitano apócrifo (Burruezo) y un chino.

Burruezo prosigue: Esa grabación también está en un disco suyo de rarezas llamado ‘Flotsam Jetsam’ (1994), de Rough Trade, donde compartimos nómina, entre otros, con Kevin Ayers y Jimi Hendrix, que toca el bajo en una pieza, no la guitarra. Creo que somos los únicos españoles que comparten disco con Jimi Hendrix”, afirma de nuevo con una sonrisa. En el libreto de “Flotsam Jetsam”, Wyatt comenta que “Tu traición” sale en un disco que nadie ha escuchado fuera de España. Ni dentro… “Jajaja. Es que nuestro concepto de underground era diferente. Wyatt podía ser un artista minoritario, pero le seguía muy poca gente de muchos sitios de todo el planeta. En cambio, a nosotros solo nos seguía poquita gente de España, algún mexicano loco, algún francés militante y poco más. A Robert creo que al final le hizo mucha gracia participar en un disco de artistas tan malditos como nosotros”.

“Robert Wyatt y su mujer, Alfie, se encontraban en Gavà. Lo visitamos en un par de ocasiones. Nos comimos una paella en un bar que hoy está regentado por chinos. Fuimos a una peña flamenca del extrarradio de la que Wyatt era habitual y le propusimos que participara en una de nuestras canciones”

Pedro Burruezo

Las semillas de tamarindo

A pesar del constante cambio de enfoque, hay un hilo conductor entre el “claustropop” de la primera época y los boleros finales de “Encadenados” (Nuevos Medios, 1992). El disco anterior, “Un chien andaluz” (Nuevos Medios, 1989), aún conserva elementos de pop, pero el camino hacia la música tradicional se fue intensificando. La salida de Antoni parece responder ahora a planteamientos más éticos que estéticos, aunque estén unidos: “Empecé a darme cuenta de que la sociedad moderna caminaba aceleradamente hacia la autodestrucción y no quería ser cómplice de ello. La destrucción del mundo tiene mucho que ver con la hegemonía monocultural occidental. Millones de personas consumiendo la misma música, Colgate, Coca-Cola, pizzas-basura, etc. Todo se ve ahora con más claridad. La era global ha traído destrucción ambiental y social. La supresión de las culturas autóctonas ha impuesto una sola cosmovisión: materialista, antropocentrista, etnocéntrica. Había que luchar contra todo eso. Y una manera de hacerlo era reivindicar la música no anglosajona. En un momento dado, me planteé la posibilidad de asaltar el Parlament y morir como Mishima en el intento de restaurar un sistema medieval de gobierno de sabios y sabias subordinados a la divinidad y a la belleza. Menos mal que se me cruzaron los sufís y opté por un camino menos problemático”, asegura entre risas.

En aquella época se leía mucho a Mishima. En “Seppuku”, la canción que cerraba “Repulsión”, Burruezo arengaba: “Antes de que la mediocridad, antes de que la monotonía, nos destrocen… con crueldad: ¡sepukuuuuuu!”. Ardor y candor que pueden confundirse con pedantería, pero es necesario a veces para que la música tenga corazón y no solo cerebro: “Mishima es adorable. Y Kawabata. ‘País de nieve’ y su inigualable belleza me dejó KO. Hay una anécdota muy bonita en relación a lo que cuentas. A mediados de los ochenta un crítico me dijo que mi música era preciosa, pero que las letras eran pedantes. Nombres como ‘Ariadna’ o palabras como ‘tamarindo’… Al cabo de veinte años me volví a encontrar a esa persona, un crítico muy sensible y noble, la verdad. Me dijo que hacía tiempo que tenía ganas de hablar conmigo porque en su familia había tres Ariadnas y el arbusto de la casa de campo de sus padres de toda la vida era ¡un tamarindo! Citó algo más de mis canciones presente en su vida cotidiana creyendo que era un orientalismo ‘burrueziano’. Está claro que mis letras no eran: ‘Oye, tronco, vamos a hacer unas birras / Y que le den por culo a la poli’”.

Pedro Burruezo es Zacarías, hermano sufí. Foto: Jordi Vidal
Pedro Burruezo es Zacarías, hermano sufí. Foto: Jordi Vidal

Trovador con turbante

Una cita de Jaume Sisa en el tráiler del nuevo documental reza así: “De todos los artistas galácticos que conozco, Burruezo es uno de los más siderales”. El malditismo vocacional de Zacarías alcanzó dimensiones cósmicas cuando decidió introducirse en una tariqa –cofradía– sufí. El sufismo es la rama mística del islam, muy perseguida por el salafismo suní y el extremismo chií. Comparando, que siempre es malo, el romanticismo rock queda como una travesura para occidentales malcriados: “Muchos de los supuestos malditos de la cultura del rock no lo son en absoluto. Han hecho suyos los paradigmas de la modernidad. No son rebeldes, sino la punta de lanza, la vanguardia del sistema. Una de las mitologías que más me repugnan del mundo del rock y sus satélites es todo el asunto de la veneración a ‘los estados alterados de conciencia’. Yo aspiro a un ‘estado inalterado de conciencia’, un estado originario, primigenio. Bastante alterados estamos ya en la sociedad moderna. Lo ‘original’ debería ser volver al origen, nuestra razón de ser en el mundo: vivir en un estado de adoración continuo y, al mismo tiempo, de servicio a las criaturas… Yo ya era maldito antes, pero con la aceptación de islam y con el regreso a la ‘fuente’ de la que hablaba San Juan de la Cruz –probablemente un morisco que se hizo pasar por monje– mucha gente me dio la espalda. Me tomaron por loco. Me menospreciaron. Un tipo llegó a decirme que cualquier conversación conmigo era imposible, pues yo era una especie de troglodita…. Pero otras personas empezaron a ver que no estaba tan loco y que ahora hago muchas más cosas que el sistema no sabe tolerar. Por ejemplo, rezar. No hay irredención legítima sin postración. No aspiro a hacerme rico, ni a tener muchas fans y amantes, ni a venerarme a mí mismo, ni a tener una placa en alguna calle, ni discos de platino, ni a que los medios me idolatren. Solo aspiro a ser un puente entre los mundos… El mayor logro de mi carrera no es actuar para los fans más acólitos en los templos de los iniciados, como teatros, salas de conciertos, etc., sino ir al Festival de Música Sacra de Segovia o a la Fira Medieval de Besalú, por decir algo, ante un público que no me conoce de nada, que incluso me mira con desconfianza, y salir con las dos orejas y el rabo contra todo pronóstico. Esto sí que es el secreto de la música. Lo demás… cosas de sectas musicales y tonterías… Por otro lado, la música es un misterio que no se puede valorar desde un prisma racional. La música más verdadera y profunda siempre remite a lo divino”.

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