Mientras el público iba cubriendo todas y cada una de las localidades, con la pista (segregada) casi rebosante desde muy temprano, Suzy Stapleton presentó su magnético cancionero en configuración de trío eléctrico y tormentoso. Hubo momentos de ruido y furia que nos recordaron las primeras andanzas en idéntico formato de PJ Harvey, con una propuesta que encajaba a la perfección con el tono general de la velada. Armada con una Les Paul negra a juego con su indumentaria y el espíritu oscuro de su cancionero, la australiana cuajó media hora de rock siniestro y visceral que gusta por igual cuando fuerza el metrónomo –“September”– y cuando apuesta todo a la intensidad –con mucho feedback y spoken word incluido en “We Are The Plague”– en onda Bad Seeds.
Aunque la artista invitada tuvo vatios de sobra, cuando Depeche Mode amagó su entrada en escena se hizo notar un dramático incremento decibélico, y eso que la introducción transitaba más por la zona grave que por la aguda. Los recibimos a contraluz, de oídas, entre ritmo industrial, saturación y la voz de Dave Gahan ya en modo chorreo –sonaba “My Cosmos Is Mine”– para ponernos en situación. Después, todavía en la fase de calentamiento, introducen “Wagging Tongue” con teclados Kraftwerk y las cajas acústicas del batería Christian Eigner, un seguro de vida tras los parches capaz de robar plano a cualquiera. Se hace la luz y comprobamos que Gahan –tacón cubano de punta en blanco– conserva intacto el charme escénico, antes de que Martin Gore empiece a exprimir como es debido su Gretsch, llegue el turno de “Walking In My Shoes” y el concierto por fin suelte amarras.
“Policy Of Truth” suena incluso mejor que las anteriores, como perfecto compendio de los aciertos que el grupo cuajó en esa zona mixta de rock-electrónica que dominó su producción mientras morían los ochenta y nacían los noventa, con melodías eternas y estribillos de diez. Y Gahan se sigue gustando: regala una breve sesión de pole dancing aferrado a su pie de micro, aprovecha “In Your Room” para apretar las tuercas de la melancolía y en su primera incursión por la pasarela –apenas 30 metros ida y vuelta mientras la banda clava “Everything Counts”– consigue subir varios grados una temperatura ambiente casi tropical. Cuando toca rematarla, con Gore haciendo los últimos estribillos, regresa a la plataforma y nos sigue manejando a su antojo.
Para bajar las pulsaciones nada mejor que “Precious”, porque todavía hay mucho por delante y conviene avituallar. El caso es que no se contienen del todo, porque la canción terminará implosionando entre ráfagas de teclado –Peter Gordeno en la casa– y baterías rotas que bosquejan un caos que nunca llegará a producirse. Para que el tónico mantenga su curativo efecto, Martin Gore se queda a solas interpretando “Strangelove” y “Somebody” mientras el implacable barítono que da voz a sus composiciones desde hace más de cuarenta años se toma un descanso. También se aventura hacia la linde de la pasarela, acarreando su atavío de rockstar córvido antes de que Gahan –que se ha apeado la camisa y lleva un chaleco bien molón– regrese para alabar la interpretación de su compadre y retomar la senda del apreciable “Memento Mori” (2023), con una fantástica interpretación de “Ghosts Again” que el cantante va a culminar minutos después ejecutando una coreografía-volatín que ya quisiera David Bisbal.
Entre los momentos cimeros de la segunda parte del concierto –que fue mayormente brutal, todo hay que decirlo– destacaron la corrosiva interpretación de “I Feel You” –al público le iba a dar un jari, todos superarriba–, la corpórea versión de “Behind The Wheel”, una tremenda “Black Celebration” que dedicaron a Andy Fletcher –fallecido en 2022–, el rollo sexi de “Stripped” y por supuesto “Enjoy The Silence”, en la que contaron con el contundente taconeo y la mordiente expresividad de la bailaora tarraconense Belén López para hacer guiño cultural al respetable y terminar de meterlo en su bolsillo antes del bis.
Ese último turno empezó con las dos G en el extremo de la pasarela, cantando “Waiting For The Night” en completa compenetración –Gahan solista, unísonos que saben a gloria, Gore armonizando como dios– antes de dar paso a “Just Can’t Get Enough”, que alargaron con mucha interacción de un público que hoy irá a la oficina con voz de Vidal-Quadras, pero qué importa, acuérdate de que vas a morir, ya saben. El momento más trance del concierto –si me apuran, el mejor– llegó casi al final gracias a “Never Let Me Down”, preludio inmejorable a una “Personal Jesus” en la que volvieron a combinar lo mejor de su universo particular –ese electro-rock contundente y sofisticado, siempre sugerente– antes de parar el crono en el minuto 132 de una velada en la que no sobró nada. Porque estas canciones siguen sonando en plenitud, parecen revivir cada noche sin que su aliño sónico prescriba. No es solo que sigan sonando a aquí y ahora, que también, sino que parecen avanzar únicamente por el eje del espacio, como si el tiempo no fuera con ellas. ∎