Catorce álbumes tiene ya en su haber Dominique A (Provins, 1968) y se diría que ninguno de ellos ha carecido de interés o de capacidad de conmover o sorprender. Es un logro importante que consolida una de las trayectorias más sólidas y coherentes del pop europeo. No solo no ha mostrado nunca agotamiento creativo, sino todo lo contrario, como confirma el colosal “Le monde réel” (Cinq7- Wagram-Popstock!, 2022). Frente a la tendencia imperante en estos tiempos de aislamiento, colaboraciones a distancia a través de internet y proyectos individuales de habitación, el músico bretón ha puesto toda la carne en la olla y ha apostado por el gesto colectivo. Se encerró a grabar con una banda orgánica de cinco miembros –David Euverte, Julien Noël, Sébastien Boisseau, Sylvaine Hélary y Étienne Bonhomme– y acompañamiento orquestal. Todo ello con la complicidad en la producción de Yann Arnaud, un hombre de pedigrí que venía de mezclar la banda sonora de “Annette” (Leos Carax, 2021). La sensación de dramatismo e intemperie ante un mundo vasto, salvaje, imprevisible, impera en un trabajo ambicioso, de gran formato, arrojado a los peligros de su propia humanidad y que, como en cualquier obra importante que se precie, deja con muchas más preguntas que respuestas. Esto fue lo que él respondió a nuestras cuestiones.
La primera vez que te entrevisté para esta revista, cuando ibas a publicar “L’horizon”, en 2006, me decías que tu intención era crear una discografía en que cada trabajo fuese una reacción al anterior. ¿Sigue siendo así?
Sí, es un movimiento natural para mí, un disco minimalista lleva a uno maximalista, a un deseo musical siempre le sigue su contrario. Pero no hay nada calculado en ello, es más bien un deseo de abarcar todos los campos posibles dentro de la música que me gusta.
Dices que no hay un cálculo, pero siempre he tenido la impresión de que, antes de cada álbum, te impones una serie de reglas más o menos estrictas para espolear la creatividad.
No es algo únicamente propio de mí; sin un método, sin un deseo creativo bien definido, no se llega muy lejos. Dicho esto, sé que a menudo hay un mundo entre una intención inicial y un resultado. Un disco terminado nunca se parece del todo a lo que uno imaginó. Y eso es bueno porque, si no, ¿qué sentido tiene hacerlo?
En este caso, has apostado por una gran orquesta e instrumentaciones orgánicas. ¿Qué te motivó a ello?
Estoy cansado de los sonidos electrónicos y de la dictadura del beat. Me inspiró también el tipo de música que escucho desde hace unos años, esencialmente discos que capturan momentos, con gente tocando junta y dejando que la música respire. La parte orquestal es ciertamente importante en el disco, es la que le da en parte su amplitud, pero lo principal para mí fue el diálogo musical con el grupo de instrumentistas que reuní en el estudio, gente que nunca había tocado junta, que no conocía las canciones cuando entró en el estudio y que no tuvo más remedio que crear un sonido de grupo conjuntamente. Yo estaba allí para guiarlos y conseguir que produjeran ese sonido.
¿Y cómo vas a llevar eso al directo?
Será la misma banda, con teclados, contrabajo, flauta y batería, y un poco de guitarra de vez en cuando. La ausencia de cuerdas no será un problema. Se ha creado un sonido de grupo con el que me siento muy cómodo, sobre todo tocando las canciones antiguas, que es lo que más me gusta hacer en las giras. Las nuevas, con las que he convivido los dos últimos años, a veces me parecen paradójicamente más viejas que algunas de las más antiguas, a las que me gusta volver.
Nunca has tenido reparos en reconocer las inspiraciones de música ajena a la hora de gestar tus álbumes. ¿Quién te guió esta vez?
Antes de entrar en el estudio, le pedí a todo el mundo que escuchara “Laughing Stock” (1991), de Talk Talk, o que lo volvieran a escuchar para los que ya lo conocían. Quería inspirarme en los ritmos de ese disco y de su sentido del espacio. Eso era lo más importante para mí y para Yann Arnaud, el “realizador” (“productor” no es la palabra adecuada, tiene una connotación demasiado dirigista): las canciones tenían que tomarse su tiempo y había que sentir el aire, las dinámicas. Los álbumes de Mark Hollis son un modelo en este aspecto, son discos en los que el oyente puede moverse libremente. Además, he escuchado mucha música instrumental en los últimos años, especialmente los discos de Anouar Brahem, del sello ECM: discos muy contemplativos, en los que el oyente nunca está subordinado al sonido.
Hace años, en otra entrevista, ya me contabas el enorme impacto que tuvo en ti “Laughing Stock”. ¿Qué es lo que te obsesiona de ese álbum?
Lo que más me gusta de ese disco es que uno no entiende cómo está hecho. Mantiene su misterio intacto. Conocemos el método, los siete u ocho meses pasados en el estudio, las decenas de músicos de los que solo se guardaron los errores... pero eso no explica la magia de las canciones y la extrañeza de algunos de sus momentos instrumentales en particular. He querido simplemente inspirarme en ciertos elementos del sonido de “Laughing Stock”, de los ritmos vaporosos, pero sin ser demasiado respetuoso, para no engañarme: soy un cantante francés, con una voz clásicamente francesa, muy articulada, y eso modifica necesariamente mi enfoque hacia la música. Haga lo que haga, el resultado estará ligado a la chanson francesa. Y no hay que huir de eso, al contrario, porque me permite no dejar que me invadan las influencias anglosajonas. Para mí es importante que la gente sienta que mi música viene de algún sitio. Sin orgullo alguno por mis orígenes, pero con la idea de que una música que no esté ligada a un territorio no tiene sentido para mí.
Tu álbum parece casi un manifiesto sobre el estado del mundo, como si reivindicaras la conexión humana frente a la conectividad digital. Y también hay una fuerte presencia de una naturaleza indómita. ¿Hay realmente un mensaje social, una plasmación de tus preocupaciones?
Puede parecer extraño, teniendo en cuenta las letras, pero no quería contar nada en particular. Cuando me pongo a escribir me dejo guiar por las ideas que surgen. Las que surgieron están relacionadas con una situación angustiosa a nivel mundial, tal y como todos la percibimos. Antes hablé de invasión y, bueno, aquí me invadió la ansiedad contemporánea hasta el punto de ser yo el primer sorprendido por ello. Y, a pesar de eso, no trata de la guerra.
Son ya recurrentes en tu discografía las canciones que te retrotraen a la infancia. ¿Por qué?
No es que me guste volver a mi infancia, no sentiría ninguna alegría ante la idea de revivirla si se abriera una brecha temporal para poder hacerlo. Es más bien que la niñez, nos guste o no, es el período de referencia con el que podemos juzgar el éxito o el fracaso de una vida, según la traicionemos o no. En cierto modo lo menciono en “Dernier appel de la forêt”: los problemas a los que nos enfrentamos quizá sean solo la suma de nuestras renuncias a los sueños de la infancia.
¿Qué te motiva a seguir haciendo música después de tantos años?
La alegría de hacer música y la insatisfacción de no poder hacerla como quisiera. Y la sensación de que, si me detuviese, moriría.
Voy a terminar volviendo a la primera pregunta. ¿Se puede decir que esa discografía de reacciones ha creado también un diálogo entre determinados álbumes? Lo digo porque este me recuerda muchísimo precisamente a “L’horizon”.
Estoy completamente de acuerdo contigo. Hay puntos de unión evidentes con ese trabajo. El inicio del disco, por ejemplo: una canción larga, con una secuencia de partes imprevisible, una llamada a la fuga y un final instrumental muy lírico. Y, efectivamente, esta idea de espacio y de huida de las ciudades, ya muy presente en “L’horizon”. No es casualidad: sentí que me acercaba a la música que quería hacer a partir en aquel momento: orgánica, grabada y creada en el estudio con excelentes músicos. En ocasiones me he alejado de esto, con discos en solitario que también son importantes para mí particularmente, como “La musique” (Cinq7-Wagram, 2009) o “La fragilité” (Cinqu7-Wagram, 2018), pero nada sustituye al trabajo conjunto en el estudio, ese momento en el que todas las energías se concentran en un punto que hay que alcanzar. Y en este contexto, la idea de que los discos dialoguen entre sí es muy importante para mí: de este diálogo nace una coherencia global. ∎
“La fossette” y “La mémoire neuve”.
“Auguri” y “La musique”.Se cumple este año el 30º aniversario de “La fossette” (Lithium, 1992), el álbum que puso en el mapa a Dominique A, publicado por el que se convertiría en influyente sello Lithium. Se considera su debut oficial, aunque no lo fuera en sentido estricto: un año antes, en 1991, había autoeditado “Un disque sourd” con versiones primerizas de muchos de aquellos temas. El caso es que, desde Lithium, y en paralelo a la irrupción de otros nombres fundamentales como Diabologum y, posteriormente, Françoiz Breut, Bertrand Betsch y Jérôme Minière, Ané se convirtió en punta de lanza del indie francés de los 90, un fenómeno que discurrió en paralelo al español pero que causó un movimiento de tierras más profundo: había que marcar distancias con la chanson y, al mismo tiempo, utilizar los referentes anglosajones sin caer en la copia. “Everyday’s Not Like Sunday” era, de hecho, el título de uno de los temas de aquel debut de Ané, apartándose del icono Morrissey al tiempo que plasmaba su influencia. Muchos aún recordamos su concierto en el Festival de Benicàssim en 1996 (con pelo todavía, y la única vez en su vida que tocó en pantalón corto) presentando su tercer álbum, “La mémoire neuve” (Lithium, 1995). Entre medias, había entregado el también estimable “Si je connais Harry” (Lithium, 1993). Ané abrió allí el camino para la normalización entre nuestro público indie del pop en lengua francesa, que vivió hasta bien entrado el nuevo siglo una era de gloria en territorio español, también propiciada por el perseverante trabajo que realizó el sello y promotora Green UFOs en aquel tiempo. Dominique ya parecía un astro mayor, ocupando portadas y posiciones altas de nuestras listas de lo mejor del año mientras veíamos aparecer joyas como “Remué” (Lithium, 1999), “Auguri” (Labels-Virgin, 2001), “Tout será comme avant” (Labels-Virgin, 2002) y, en mi opinión, los que son los dos picos de su cordillera discográfica: “L’horizon” (2006) y “La musique” (2009).
Pero ¿era ese pequeño star system francófono que encabezaba Ané y que vimos hasta la extenuación en festivales, ciclos y salas españolas algo normalizado fuera de aquí, o se trataba de un mero espejismo? Uno piensa que lo que se creó fue una especie de realidad paralela, como bien mostró el mucho más famoso Benjamin Biolay en alguna entrevista, perplejo porque, cada vez que venía a España, ¡y solo en España!, todo el mundo le preguntara por Dominique A. En cierto modo, esa adopción cultural nos permitió conocer y valorar una discografía que, de otra manera, habría caído en el olvido como tantas otras.
Treinta años después del álbum que incluía “Le courage des oiseaux” y con los 54 recién cumplidos, el de Provins tiene un estatus extraño en la cultura pop francesa. Obtuvo un premio Victoire de la Musique en 2013 y, en 2016, le nombraron Oficial de las Artes y las Letras. El canal Arte ha retransmitido algunos de sus conciertos y ha compuesto canciones para Jane Birkin, Étienne Daho y Jeanne Balibar, entre otros. En ese sentido, hace años que consiguió salirse del nicho indie pero todavía está lejos de ser considerado un clásico que, en su país, pudiese funcionar como un caso análogo al de Patti Smith, Nick Cave o Tom Waits en el mundo anglosajón, lo cual pienso que sería plausible a nivel artístico. “Es muy amable por tu parte, pero esa comparación está alejada de la realidad”, rebate Dominique A. “Soy un cantante francés, por lo que, aparte del español y un poco del alemán, estoy condenado por razones de hegemonía económica y cultural a dirigirme únicamente a un público francófono y, por lo tanto, con un estatus y una notoriedad en absoluto comparables a los nombres que acabas de mencionar. E incluso en Francia –añade–, no tengo tanto peso. Un cierto público me sigue con gran fervor, algo por lo que estoy inmensamente agradecido, pero la gran mayoría de la gente no ha oído hablar de mí”, concluye. ∎