Hace un par de meses, leí en algún sitio que la industria musical vive actualmente un momento de auge y bonanza económica propiciada, en su mayor parte, por el uso masivo de las plataformas de reproducción de streaming. Según el artículo, este supuesto buen momento superaba al de los mejores tiempos de la venta del formato CD. Era una información curiosa, teniendo en cuenta que la mayoría de mis muchos amigos músicos no habían notado ninguna subida en sus ingresos, más bien todo lo contrario. Para conocer si esto está pasando realmente, escribo un mensaje de WhatsApp a Ana García-Villaverde (La Bien Querida) y le pregunto. Me responde: “Yo desde el año pasado sí he notado que se han doblado mis escuchas en Spotify, por ejemplo, y siento que mi público se ha ido ampliando... Pero eso apenas se refleja económicamente. Algo estaré haciendo mal, eso está claro”. Quizá a los músicos, en general, les falta información.
Para poner algo de luz, empecemos por definir quién es quién en todo esto. Digamos que tú escribes una canción en tu casa. Como autor, es una editorial musical la que se encargará de gestionar tus derechos, reclamar la parte correspondiente de la venta de entradas de un concierto y otras muchas cosas más. Por otro lado, está la discográfica, que paga el estudio de grabación para que tu canción quede registrada y la maquinaria pueda empezar a moverse. Si esa es la grabación que aparece en Spotify, TIDAL, Deezer, etc., será la discográfica quien cobre por esos derechos, porque aquella melodía que nació en tu habitación ahora se ha convertido en una canción que legalmente no te pertenece a ti, sino que es propiedad de la empresa que ha sufragado su grabación.
Luis Fernández, bajista de Los Punsetes y responsable del sello Sonido Muchacho, parece el personaje perfecto para valorar el momento actual y el reparto del que acabamos de hablar. “Yo tengo la sensación de que hoy en día todo el mundo consume música, pero no todo el mundo la paga. En el caso de los artistas de Sonido Muchacho, el consumo en ‘streaming’ ha crecido, pero sé que en el caso de otros compañeros ha caído. Respecto a lo del reparto, por lo general los artistas suelen estar disconformes con su porcentaje de royalties, pero es que las empresas discográficas deben hacer grandes inversiones para sacar un disco adelante y de algún lado tiene que salir el dinero para recuperar eso e intentar, de paso, ganar algo. Y es algo que está pactado de antemano. Quizá eso de ‘qué poco me pagan por lo que genero en Spotify’ debería cambiarse por ‘qué poco me asesoré cuando firmé el contrato’. Recomendaría a los artistas que no firmen aquello que no les parece justo. De todos modos, estoy seguro de que si preguntas a algún artista nacido directamente en el formato digital, te dirá que está encantado de recibir lo que esté recibiendo por sus escuchas en ‘streaming’. ¿Por qué? Porque no está comparando el momento actual con cómo se hacían las cosas hace veinte años”, asevera, antes de matizar. “Tampoco creo que podamos fundamentar el crecimiento actual únicamente en el digital”. Cierto.
Señalar a las plataformas de música en streaming como el único factor decisivo para levantar la industria parece un argumento demasiado simplista. Me pongo en contacto con uno de los gurús sobre temas musicales en YouTube, Víctor Amorín, responsable y protagonista del canal Music Radar Clan, para hablar al respecto. “Realmente, según los datos, la recuperación de la industria empieza antes del ‘streaming’, con empresas como iTunes vendiendo música en formato digital. Hoy, el ‘streaming’ se ha convertido en la gran parte del pastel, pero la buena racha viene de antes. Es curioso que lo que en su día se consideraba un margen de beneficio vergonzoso (iTunes se quedaba con el cincuenta por ciento de lo que cobraba al cliente) ahora se consideraría una ganga”, asegura. Tirando de ese hilo virtual, parece coherente deducir que los gastos de la distribución digital deben ser mucho más asequibles que los de una distribución física. Amorín afirma que “uno de los grandes pilares que sustentaban el precio del formato físico eran precisamente los precios de la producción y, sobre todo, de la distribución. Cuando empiezan las distribuciones digitales y la gente ve que una canción vale un dólar y un álbum completo prácticamente cuesta lo mismo en digital que en formato físico, surge la pregunta de si el precio de los discos compactos está realmente asociado a los gastos de fabricación y distribución. Ahora nos movemos hacia un modelo digital que abarata mucho los costes, pero que no está repercutiendo directamente en los artistas. No sé si estás siguiendo todo lo que está pasando en el parlamento británico con la campaña Broken Record…”. Pausa. Hagamos un alto para explicar este hito.
Broken Record es una campaña iniciada por el músico Tom Grey (de la banda Gomez), con la que se trata de presionar a la industria para que los músicos reciban un porcentaje más justo del pastel del streaming. Según Grey, muchos artistas jóvenes con cientos de miles de oyentes mensuales no llegan a percibir el salario mínimo. Spotify, Apple o la fundación benéfica Help Musician UK han donado dinero para estos músicos en dificultades económicas, pero el problema está aún lejos de solucionarse.
Seguimos con el responsable de Music Radar Clan y vamos un poco más allá. Hablamos de espacios como Facebook o YouTube, lugares de comunicación de los que las grandes compañías discográficas reciben pagos por la reproducción de músicas de sus catálogos, en muchas ocasiones reclamando dinero por el uso de canciones utilizadas para fines sin ánimo de lucro. El propio Amorín ha visto cómo las reclamaciones de derechos de autor mermaban la mayor parte de los ingresos generados por las visualizaciones de los vídeos de su canal, a los que ha renunciado para poder expresarse como quiere. “Las discográficas llevan décadas haciendo negocio de recuperar dinero que no les corresponde. Hay un punto clave en toda esta historia, y es el momento en el que se desvincula la necesidad de lucro de la necesidad recaudatoria. Si lees la nueva Directiva de Derechos de Autor que ha tramitado la Unión Europea en el último año, te das cuenta de que YouTube es la nueva vaca lechera a la que las discográficas y los gobiernos quieren echar mano. Es un monstruo que gana cantidades ingentes de dinero, que no paga impuestos, que ha sido cómplice durante años de un fraude masivo de derechos de autor y del que todo el mundo aspira a sacar dinero. La propia Unión Europea, que ha redactado esa ley, sabe que con ello está permitiendo un robo masivo, dejando libertad para que se apliquen derechos de autor a cosas a las que no se deberían aplicar. Muchas de estas reclamaciones no serían viables en países como Estados Unidos, porque allí se aplica lo que se entiende como uso legítimo; es decir, que yo tengo derecho a mostrar algo sobre lo que estoy hablando. Esto es algo que solo ocurre con lo audiovisual y no pasa por ejemplo con una obra escrita: yo puedo leer párrafos de un libro sin que se me pida nada. Lo justo, en mi opinión, sería que se reclamara dinero si se está monetizando”, afirma.
Aún con la cabeza hirviendo tras este alud de información, decido hablar con un buen conocedor de la industria independiente de las últimas décadas en nuestro país, que prefiere permanecer en el anonimato. De camino a nuestra cita me siento como Bob Woodward en versión cutre. Mi garganta profunda particular me da su versión informada de los hechos, y no es muy optimista. “En los últimos meses, la industria musical ha facturado más dinero que en los últimos dos años completos juntos”, afirma. Pero, siguiendo la coherencia del reparto de beneficios que ya hemos explicado anteriormente, “esos ingresos no se están repartiendo de forma equitativa entre todos los actores, sino que está recayendo fundamentalmente en manos de las tres grandes corporaciones de la industria: Sony, Universal y Warner”, continúa. “Nos encaminamos hacia un escenario en el que el negocio musical al completo –es decir, no solo la venta de discos, sino también todo lo relacionado con management, música en directo, etc., lo que en el mundillo se conoce como el “modelo 360”– estará en manos de estas multinacionales o, peor, en carteras de fondos de inversión cuyo único y obvio (además de legítimo) fin es el de rentabilizar sus inversiones”, concluye. Esto ya está pasando, y sus consecuencias afectan a consumidores y creadores, a profesionales del gremio y aficionados a la música. Te afecta A TI. El precio de una entrada a un concierto o un festival o el de un disco comprado en un gigante como Amazon, dueña ya de más del cuarenta por ciento del mercado físico, podría dejar de regirse por la competencia. Que la industria musical se convierta en un simple artículo comercial no contribuirá necesariamente a un reparto más equitativo de la economía ni a la creación de expresiones artísticas saludables. Evitar este futuro aún debería ser posible. ∎