La vida pasa −a veces vuela− y no vuelve. Así que en ocasiones se imponen decisiones drásticas para que no se nos escape. Y escucharse puede resultar la más sabia de las decisiones. Joan Pons necesitaba tomarse una pausa, un descanso, para así poder recargarse de energías y retornar con nuevos aires a El Petit de Cal Eril. Sobre todo después de un período prolífico y sin descanso tras “La força” (2016), “∆” (2018), “Energia fosca” (2019) y “N.S.C.A.L.H” (2021), todos ellos publicados por el sello Bankrobber.
Tras un parón de cuatro años, El Petit de Cal Eril ha vuelto por todo lo alto con su noveno álbum, “ERIL ERIL ERIL” (Bankrobber, 2025), un disco que lo reafirma como una de las mejores bandas catalanas y estatales, cuenta con la producción del estadounidense Luke Temple y ha sido grabado por Paco Loco. En este nuevo trabajo no ha podido estar el teclista Artur Tort por su múltiples proyectos audiovisuales, pero sí sus fieles Jordi Matas (bajo), Dani Comas (guitarra, R del estéreo en este álbum) e Ildefons Alonso (batería). Charlamos con Pons (voz, guitarra, L del estéreo en este álbum) para desentrañar la magia musical del Eril.
¿Es necesario detenerse para después continuar el camino?
Sí, y de alguna forma en este caso ha funcionado. No creo que hubiera podido hacer un disco como este sin la parada de estos cuatro años. Hubiera sido imposible. No tenía nada que decir. No tenía energía ni para salir adelante, ni para hacer música nueva que me pareciera estimulante.
Pero has seguido trabajando en la música, ¿no?
Sí, pero para mí es muy distinto el proceso de hacer música, producir o tocar para otros, a hacer mis canciones. Lo que más me enorgullece de este disco es que siento que tiene muy buenas canciones. Y eso no es tan fácil. Por eso me conecta más con los primeros discos de El Petit; seguramente entonces tenía más tiempo entre disco y disco y me permitía llegar a encontrar canciones mejores, más profundas o más guays.
¿Cómo sabes cuándo una canción está acabada?
No sé exactamente qué es lo que hace que sientas que una canción está terminada. Es un feeling, una sensación inconcreta. Pero sí tengo la sensación de decir “esto es una canción”. En este disco me ha pasado con las doce canciones, porque es un álbum más de canciones que de producción. Aunque la producción para mí sea superimportante, aquí está muy focalizada en las canciones. Por eso está grabado en directo. Toda esa pátina viene porque la canción ha sido la que ha mandado aquí.
Has cultivado una manera de hacer álbumes conceptuales. ¿Cómo ha sucedido con este álbum?
Te seré sincero: normalmente todo lo que es el concepto del disco lo visualizo con el trabajo terminado. Desde el primer largo, “Per qué es grillen les patates?” (2007), “I les sargantanes al sol” (2009), “Vol i dol” (2010), “La figura del buit” (2013)... Todos para mí son discos muy conceptuales. Pero eso aparecía cuando el disco ya estaba un poco avanzado. Cuando he visto todas las canciones y hay un tejido que las engloba, ese tejido es el concepto que me viene bien para cerrar el álbum.
Este álbum suena muy a El Petit de Cal Eril.
Sí, es un disco cien por cien Eril, pero a la vez suena superdiferente. Por ejemplo, “N.S.C.A.L.H”, su predecesor, o “Energia fosca” son discos que para mí no tienen nada que ver el uno con el otro, pero la forma de hacer de El Petit está presente. Siempre que quiero hacer música me inspiro en artistas muy diferentes y pienso “quiero hacer lo que hace este o quiero hacer esto otro”. Después tengo que aplicar un acto de sinceridad y decir “tú no eres eso, tú eres las canciones que salen”. Al principio fue muy traumático. Ahora veo que necesitaba ese acto de purgación para llegar y decir “yo soy este”. Quizá me gustaría ser otro, pero en el fondo soy este. Por eso el título del disco va en esa dirección.
¿Qué has buscado en Luke Temple para producir este álbum?
Ha sido alguien inspirador para nosotros desde hace tiempo. Estaba en nuestro imaginario como productor y como músico. Cuando empecé a hacer las canciones de este disco tenía muy claro que debíamos grabarlo de una manera totalmente diferente: en directo, tocando todos a la vez, sin preocuparnos demasiado del sonido y de la producción, que es lo que nos pasaba en los discos anteriores. Teníamos que encontrar a alguien que hiciera esta función y nosotros librarnos de ello. Llegó Luke y nos dio un empujón de energía para verle la cara al disco. También ha ayudado con cuestiones de melodías de voz. Y le ha dado mucho carácter a un disco muy crudo. Para mí esa crudeza es también virtud suya. Ha entendido lo que queríamos hacer y lo ha llevado hasta el límite.
Y lo ha grabado Paco Loco. ¿Era la primera vez que trabajáis con él?
A Paco lo teníamos en el punto de mira desde hace muchos años. Es alguien al que admiramos a nivel de productor y de ingeniero. Controla muchísimo las máquinas y al mismo tiempo es muy caótico, pero es un caos exquisito.
Sois más una banda de emociones que una banda política, pero “Ni rei, ni dèu, ni pàtria” sí que me parece una declaración de principios. ¿Qué opinas tú?
El Petit de Cal Eril no es una banda de mensaje político, pero en todo el mensaje poético hay una forma de pensar, y esta forma de pensar es política. Con todas las pequeñas decisiones que tomamos estamos haciendo de nuestra música una forma de entender la vida y, por tanto, una manera de entender la política y la sociedad. Hay canciones más clarividentes en este sentido, como “Cendres”, pero en todas hay una forma de entender la vida que se traduce políticamente. Últimamente, si me salían canciones así, las dejaba un poco apartadas porque tenía una obsesión por hacer estructuras más pop.
En este disco no ha podido estar el teclista Artur Tort por sus proyectos audiovisuales. El Petit de Cal Eril son Jordi, Ildefons y Dani, que llevan un tiempo contigo. Son parte de la casa, ¿verdad?
Para mí la gracia del grupo está en esto. No es un grupo de un artista, es un grupo de cuatro artistas o de cinco cuando está Artur. Y eso es lo que le da el carácter al grupo. Por eso también lo de grabar en directo, para que esto se notara más que nunca. Me emociona muchísimo poder compartir este viaje con ellos. Artur es insustituible. Por eso decidimos hacer un disco sin él. Lo abrazamos como una oportunidad que nos llevase a hacer otro tipo de sonoridad. Y cuando vuelva Artur ya haremos otro disco con teclados.
¿Cómo ha sido la experiencia de colocar las dos guitarras a cada lado del estéreo?
Siempre intentamos dibujar el espacio sonoro. Con este álbum dijimos que era un disco de base, batería y bajo en el centro, y que las guitarras debían estar abiertas, porque a nivel sonoro siempre funcionan. Al no haber teclados teníamos que esculpir ese espacio y nos preocupaba mucho que quedara tanto espacio sin los teclados. Era demasiado crudo. Y yo decía que cuanto más crudo, mejor. La gracia del disco está en esa crudeza.
En directo buscáis experiencias totales...
El directo es una liada máxima. Debo reconocer que me he pasado de frenada. A ver, la idea es muy bonita. Tenía la idea de realizar una gira focalizada en la experimentación y en la sensación del concierto como algo único. Es una experiencia ir a un concierto, como un acto litúrgico. Nosotros llevamos el espacio, un globo, una especie de iglú, una tienda de campaña gigante. La gente se ubica dentro y nosotros también. Todo ocurre en este tipo de espacio onírico. Pero, claro, es algo muy grande y los sitios deben ser gigantes para poder montarlo. Además llevamos el equipo de sonido, el equipo de luces... Es como una especie de circo ambulante.
En “La por i l’oblit” hablas de nuestra vulnerabilidad y de la fe. ¿Tienes fe en algo en concreto?
Sí, tengo fe en la humanidad. Siempre la ha tenido. Y esta canción habla exactamente de eso. Este disco es de personas. Para mí todo recae en las personas. Son en quienes confío más. Porque las personas te dan todo, son las únicas que nunca te fallarán. Además, las personas tenemos mucho poder. Aunque a la vez somos muy vulnerables porque la muerte está ahí, nos está rodeando. Eso me da miedo. Pero al mismo tiempo me reconforta poder cantarla. La fe en la naturaleza y en las personas es lo que me mueve como ser.
En tus canciones apelas a la búsqueda, a la poética que llevas dentro como un tipo de autoconocimiento, de autodescubrimiento. ¿Cómo sucede?
Tengo que hacer un acto de inconsciencia con eso, como que estoy haciendo una pieza artística. Para mí eso es lo principal. Tiene un punto egoísta en el que pierdo un poco el conocimiento. Viendo la última película de Albert Serra, “Tardes de soledad”, pensaba “¿qué hace que una persona se ponga delante de un toro y sienta esa necesidad?”. Yo puedo criticar mucho el toreo, el acto del toreo, el acto de la crueldad, pero en realidad entiendo perfectamente al torero, porque hace lo mismo que hago yo: tiene una devoción por lo suyo. El empuje para hacer eso. A mí me pasa lo mismo. Dejo de pensar en mí. Tengo una energía dentro que tiene que salir por algún sitio y dejo que salga por ahí. A veces me pregunto por qué me dedico a hacer esto, por qué hago canciones. Es esta cosa energética del arte. Con lo bueno y lo malo, porque como acto a veces es curativo, pero también te hace ir a lugares oscuros de uno mismo o te hace sentir que ya no te salen canciones buenas como antes.
También creo que el ritmo, la velocidad de este mundo, debe adecuarse a nosotros.
Siempre me ha perturbado la flexibilidad del tiempo. Los relojes van exactos, pero el tiempo no es exacto. Es un invento totalmente mecánico. El tiempo para mí es emocional. Cuando estás bien todo sucede más rápido, cuando estás mal puede pasar más lento. Ahora nuestra sociedad está muy basada en esa exactitud del cronómetro, pero el tiempo no pasa así. A mí esto me perturba. Y creo que a la sociedad también. Los indígenas que viven en medio de la selva no tienen esa manera de funcionar, viven de forma muy diferente. Y quizá son más felices que nosotros. ∎