Dos décadas sin Elliott Smith.
Dos décadas sin Elliott Smith.

Revisión

Elliott Smith: en busca del tiempo perdido

La triste historia personal de Elliott Smith, fallecido con apenas 34 tras un presunto suicido hace ahora veinte años, a veces amenaza con distraer la atención de lo importante. El estadounidense era un compositor de primer nivel, dueño de una voz única y con una capacidad innata y pocas veces igualada de emocionar al oyente. Revisamos aquí –mañana se cumplen dos décadas desde su partida– una trayectoria apasionante y sensacional.

El 21 de octubre de 2003 cayó en martes. Elliott Smith y su compañera sentimental de la época, Jennifer Chiba, tenían una cita médica. Salió bien: se descartó que ella sufriera leucemia. Llegaron a la casa que ambos compartían en Los Ángeles. Al abrir la puerta, Elliott espetó: “No hables muy alto, ya sabes que nos pusieron micrófonos”. Jennifer contestó: “Y tú ya sabes que yo no estoy paranoica como tú”. El buen ambiente que había tras terminar la consulta se enrareció.

Al rato, Smith, que estaba enfrascado con su ordenador, volvió a dirigirse a Chiba: “¿No estarás trabajando para alguien?”, preguntó. “¿Acaso estás tratando de sabotear mi próximo disco?”. La mujer, que llevaba ya un tiempo soportando la manía persecutoria del músico, se encerró en el cuarto de baño. Tal y como declaró después, no era la primera vez que lo hacía. Una especie de refugio dentro del hogar. Elliott llamó a la puerta y le pidió perdón. Pero Jennifer no quiso salir y le dijo de malas maneras que la dejara en paz.

Pasó un tiempo indeterminado hasta que dentro de ese cuarto de baño se escuchó un grito amortiguado que provenía de la cocina. Chiba salió a toda pastilla y corrió hacia donde creyó que se había producido el chillido. Se encontró a su pareja apoyada sobre el fregadero. Elliott estaba de espaldas. Al darse la vuelta, vio que tenía un cuchillo clavado en el pecho. Una escena sacada de una película: surreal, increíble. Su primer acto reflejo fue retirar el cuchillo del cuerpo de Smith, todavía vivo. El segundo, llamar a emergencias y tratar de reanimarlo con primeros auxilios. Eran las 12:18 horas. A las 13:36 h., Elliott Smith fue declarado muerto por dos heridas que habían llegado al corazón. Tenía 34 años. La autopsia no determinó de forma concluyente que fuera un suicidio, aunque todo apunta a ello.

Elliott y Jennifer Chiba (la primera por la izquierda).
Elliott y Jennifer Chiba (la primera por la izquierda).

Una historia americana

Elliott Smith no nació donde debía haberlo hecho. Tampoco con el nombre que deseaba. Su vida avanzó siempre con el paso cambiado y, con todo ello, se convirtió en un mito del rock americano. El cantautor que se hizo famoso sin quererlo. Un creador plagado por un malditismo que nunca fue justo del todo. Un superdotado musical que tardó en encontrar su camino. Un hombre propenso a la depresión y la adicción que acabó sucumbiendo a ella.

Hay que remontarse al 6 de agosto de 1969, día en el que Steven Paul Smith nació en Omaha, Nebraska. Sus padres se llamaban Gary Smith y Bunny Kay Berryman. Siendo Steve un bebé de apenas seis meses, lo de Elliott llegaría más tarde, la pareja se separó y Bunny se mudó a Texas. Uno de los hechos fundamentales que marcarían para siempre la vida de Smith. En Texas, Bunny conoció a Charlie Welch, con quien tuvo dos hijos: Ashley y Darren. Su padre inició una nueva vida en Oregón y también tuvo una hija: Rachel.

La infancia de Elliott estuvo marcada por la complicadísima relación con su padrastro, al que citó en varias canciones posteriores y al que llegó a acusar de abuso sexual, hecho que siempre fue negado por su padrastro y su madre y que nunca se llegó a confirmar. Sea como fuere, no era feliz en casa. En medio de un ambiente cotidiano opresivo y un contexto sociocultural texano del que nunca se sintió parte, siendo todavía un niño, encontró una vía de escape que ya no le dejaría en toda su (corta) vida: la música.

Juventud y sensibilidad.
Juventud y sensibilidad.

Ya en el instituto, Smith y sus amigos, personajes que se salían de la norma de Texas y en los que encontró un apoyo vital, empezaron a experimentar con grabaciones caseras que estampaban en casetes. Juegos aparentemente triviales que, sin embargo, dejaron una huella gigante en la carrera de Elliott. No solamente porque fueron la semilla de lo que luego vendría, sino porque el compositor recogería algunos fragmentos de sus primeras aventuras para incluirlos en obras futuras. Desde que empezó a tocar la guitarra –los primeros rudimentos se los enseño Gary, su padre biológico, en algunas visitas veraniegas a Oregón–, la vida de Elliott fue un constante fluir de canciones.

Sus amigos y conocidos afirman que era un superdotado musical ya de niño. Fan de The Beatles y de Rush, tenía una facilidad innata para encontrar melodías, arpegios de guitarra y, en general, para entender la estructura interna y profunda de la música. Esa naturalidad compositiva nunca lo abandonó y Smith apenas tuvo períodos de sequía creativa. El arte era algo consustancial a su vida y los problemas externos –familiares, mentales, de sustancias– apenas llegaron a frenar ese impulso.

Elliott Smith (centro), serio, en sus años universitarios.
Elliott Smith (centro), serio, en sus años universitarios.

Una nueva vida en la costa

En 1983, sin aviso previo y con apenas 14 años, Elliott decidió irse a vivir con su padre Gary a Portland. Un movimiento decisivo que le cambió para siempre. La llegada a la ciudad de Oregón no tuvo un inmediato impacto escolar, donde sufrió novatadas y un ambiente cercano al bullying –curiosamente, en Texas era un alumno bastante popular–, pero sí encontró la necesaria estabilidad en el hogar para desarrollar su personalidad. Como no podía ser de otra manera, se sumergió de inmediato en el ambiente musical de Portland, a través de tiendas de discos y, en cuanto pudo, garitos donde tocaban bandas. Por aquel entonces era un lugar con una actividad artística limitada, lejos de la meca hipster que es en la actualidad. A cambio, todo el mundo se conocía. Todavía en contacto con sus amigos de Texas, formó bandas como Stranger Than Fiction y empezó a grabar sucesivas casetes: a todos los efectos y en modo casero, sus primeros discos. En Portland fue también donde apareció por primera vez lo de Elliott. Empezó como una especie de broma y ya nunca abandonó ese nombre. Nacía Elliott Smith.

Tras el instituto, nuestro protagonista se matriculó en una universidad en Massachusetts llamada Hampshire College. Una institución educativa casi posmoderna y radicalmente feminista que también dejó su huella imborrable en Elliott. Tanto en lo personal y político como en lo artístico. Como era habitual, allí también encontró una de esas almas gemelas musicales con las que se iba topando de cuando en cuando y que esencialmente servían para cubrir su principal necesidad vital: hacer música. En este caso no fue un encuentro menor: allí conoció a Neil Gust, su media naranja en Heatmiser, su primera gran aventura musical.

Heatmiser fue un grupo de rock guitarrero bastante crudo y potente, que estuvo activo entre 1991 y 1996. La alineación del combo la completaban el batería Tony Lash y el bajista Brandt Peterson –Elliott y Gust se repartían las guitarras y las voces– y juntos editaron tres álbumes: “Dead Air” (Frontier, 1993), “Cop And Speeder” (Frontier, 1994) y el disco final y casi póstumo “Mic City Sons” (Caroline, 1996). Fue el primer contacto con un éxito (relativo) y la auténtica educación de Elliott en el mundo de la industria musical. Un proyecto de cierta repercusión –acabaron fichando por Virgin, una multinacional– que se topó con un obstáculo inesperado: la propia carrera en solitario de uno de sus compositores y cantantes principales.

Elliott Smith (centro), sonriente, en la etapa Heatmiser,
Elliott Smith (centro), sonriente, en la etapa Heatmiser,

Nadie estaba preparado para Elliott Smith

En mitad de las giras, sesiones de grabación, fotografías y rodajes de videoclips de Heatmiser, Elliott se empezó a encontrar algo incómodo. La razón era muy sencilla: la música que estaba produciendo con su banda no era la que quería hacer. La pulsión creativa que albergaba dentro iba por otros derroteros muy distintos al rock rotundo que practicaba con sus colegas. Casi de manera casual, sin sentir que estaba preparando su primer álbum como solista, Elliott grabó las canciones que formarían “Roman Candle” en la casa que compartía con su novia JJ Golson en Portland. El resultado de aquella sesión terminó en manos de Cavity Search, que lo publicó en forma de disco sin dudarlo demasiado el 14 de julio de 1994.

En ese trabajo ya estaban presentes los ingredientes que definirían a su autor: una voz en forma de susurro con altísima capacidad de calado emocional. Arreglos basados en su primitiva y a la vez intrincada manera de tocar la guitarra. Letras intimistas que tratan sobre dolor, depresión, anhelos y sueños. En definitiva, Elliott Smith sin adulterar y directo al corazón. A millones de galaxias de distancia de Heatmiser.

La onda expansiva de aquel debut se generó de boca en boca, como un pequeño gran secreto que iba llegando a oídos de unos pocos privilegiados. Un tesoro no apto para todo el mundo del que nadie escapaba. En aquella época, Elliott estaba escuchando a Bob Dylan, Joni Mitchell y los primeros discos de Bruce Springsteen. Influencias que plasmaba en las canciones y que a la vez trascendía, sonando radicalmente a sí mismo. Nadie ha sonado nunca como Elliott. Quizá Sufjan Stevens, el único.

Un nuevo camino se había abierto, pero Elliott seguía teniendo que compartir su actividad en Heatmiser con su carrera en solitario. Grabado de una manera análoga a su debut, en 1995 apareció su segundo elepé, titulado simplemente “Elliott Smith”. Los puntos cardinales de su ópera prima seguían ahí. Mejoraba el sonido, la capacidad de emocionar, se añadía el doble tracking en la voz y en general las canciones eran todavía mejores. No era casualidad que cada día Elliott estuviera más pendiente –en todos los sentidos– de su carrera en solitario. Heatmiser sonaba a pasado. En este trabajo homónimo fue el sello Kill Rock Stars quien se encargó de editar.

Bromista, en 1993, en Portland. Foto: JJ Golson
Bromista, en 1993, en Portland. Foto: JJ Golson

El gran salto

El final de Heatmiser coincidió casi cronológicamente con su tercera entrega como solista. Si los dos primeros álbumes eran un prodigio de sensibilidad y habilidad compositiva, no eran nada comparado con lo que tenía entre manos el estadounidense. Discurría 1997, el momento bisagra en la carrera de Smith. A principios de año, “Either/Or” vio la luz. Un salto de gigante respecto a anteriores entregas y una de sus obras maestras indiscutibles. Fue también el inicio del culto a la personalidad del compositor, cuando se empezó a hacer carne la relación especial, íntima e intensa de sus seguidores con su ídolo. También el momento en que el alcohol y la depresión empezaban a ser una constante indisoluble. Un ejemplo de todo esto ocurrió el 22 de junio de 1997, cuando Smith saltó de un acantilado. Así, como suena. Nadie puede asegurar que fuera un intento de suicidio, pero sí al menos una muestra del descontrol que empezaba a atenazar su salud mental.

Mientras, de puertas hacia fuera, todo parecía ir como la seda. El éxito iba in crescendo y nada para simbolizarlo como una nominación a los Óscar por “Miss Misery”, la canción incluida en la banda sonora de “El indomable Will Hunting” (Gus Van Sant, 1997). Su participación en la ceremonia, en la que todo el mundo parecía estar incómodo –Elliott con el esmoquin blanco que le prestaron, la propia Academia tratando de recortar su tiempo en pantalla, Céline Dion tratando de animarlo– fue un momento surrealista donde los haya que, como poco, sirvió para presentar a Smith al mundo y garantizar un contrato con DreamWorks.

En el aspecto más puramente creativo, estaba en un momento imparable. “XO” (DreamWorks, 1998), su cuarto álbum, es sencillamente uno de los mejores trabajos de la década. De la mano de, entre otros, Jon Brion, el músico contó con recursos casi ilimitados, creando un enjambre sonoro que lo emparentaba ya definitivamente con algunos de sus ídolos: The Beatles, The Kinks, David Bowie… Un disco atemporal lleno de canciones memorables. Una entrega capital en la que ajustaba cuentas con su pasado y que es, básicamente, gloria bendita. Coincidió también con una serie de mudanzas: de Portland a Nueva York y, finalmente, a Los Ángeles. Con un período (infructuoso) en una institución en Arizona. Era un hecho: la adicción había entrado de lleno en su vida. Durante años estuvo amenazando con probar la heroína y por fin ocurrió. Una nueva puerta abierta hacia la perdición.

En Barcelona, noviembre de 1998, cuando tocó en Garatge Club el día 13. Foto: David Tong (Getty Images)
En Barcelona, noviembre de 1998, cuando tocó en Garatge Club el día 13. Foto: David Tong (Getty Images)

El reverso tenebroso

Mientras su música se hacía cada vez más grande y luminosa, camino que cristalizó en “Figure 8” (DreamWorks, 2000), el que quizá sea su disco más ambicioso en lo sonoro, la existencia íntima de Elliott se tornaba más oscura. Extraños episodios de peleas en público se solapaban con una creciente sensación de paranoia. También una retahíla de relaciones sentimentales y la ya citada animadversión hacia su padrastro Charlie, acusaciones de abuso sexual incluidas. Su gente cercana parecía querer salvarlo, pero quizá él había renunciado a salvarse a sí mismo. La estancia en Los Ángeles tampoco pareció convencer a sus allegados, que se temían que lo peor estaba por llegar. Hecho no por esperado menos doloroso.

Lo más perverso y cruel es que en los meses previos a su muerte Elliott estaba mejor. Aparentemente había dejado la heroína. No así una montaña de medicamentos (legales) recetados por sus diversos médicos. Como de costumbre, él estaba preparando un nuevo trabajo en su propio estudio angelino. Sería un disco más ruidoso y crudo, no menos valioso. Esas sesiones serían el germen de “From A Basement On The Hill”, que se publicaría de forma póstuma en 2004 por el sello Anti, como siniestro recordatorio de que –al margen de la pérdida para sus seres queridos, que lo describían como una persona divertida, tierna y muy inteligente– su muerte privó al planeta de un creador en estado de gracia al que le quedaba muchísimo por dar. ∎

En 2003, el año de su desaparición. Foto: Wendy Redfern / Redferns (Gettty Images)
En 2003, el año de su desaparición. Foto: Wendy Redfern / Redferns (Gettty Images)

Encontrando la aguja en el pajar

10

Let’s Get Lost

de “From a Basement On The Hill” > Anti, 2004

Tras un arpegio de guitarra que parece directamente sacado del “The White Album” (1968), The Beatles otra vez, aparece la voz doblada de Elliott, más trémula que nunca. Emoción a flor de piel sujeta por una interpretación que es pura belleza sin adulterar. La letra es también oscuridad a la enésima potencia. “No sé a dónde iré ahora / Y realmente no me importa quién me seguirá hasta allí / Pero quemaré los puentes que vaya cruzando”, canta. Y sin embargo no suena sin esperanza. Junto a “Pretty (Ugly Before)”, quizá la mejor canción del disco no terminado que se publicó tras su muerte. Anécdota: Billie Eilish mostró un trozo de una versión que hizo de este tema en el programa de Howard Stern.

09

Because

de la banda sonora de “American Beauty” > DreamWorks, 1999

Elliott Smith realizó diversas versiones de The Beatles, grupo del que fue fanático, tanto en estudio como en directo. Aquí, una muestra de lo que le gustaba adaptar canciones ajenas, pasión que nunca abandonó. Se podría haber elegido también la reinterpretación de “Thirteen” (Big Star), incluida en el recopilatorio “New Moon” (Kill Rock Stars, 2007). Sin embargo, nos quedamos con esta, perteneciente a la banda sonora de “American Beauty” (Sam Mendes, 1999) –el cine, otra vez– y que es sencillamente sobrecogedora. La parte inicial a capela es extraterrestre. ¿Cómo se puede cantar así? Piel de gallina.

08

Son Of Sam

de “Figure 8” > DreamWorks, 2000

La primera canción del último disco real de Elliott Smith dejaba a las claras por dónde iban a ir los tiros. Guitarras energéticas, pianos, órganos, batería exaltada: sería el paso definitivo iniciado en “XO” y última parada en un camino truncado por su muerte. De alguna manera, el Hijo de Sam del título es él mismo y no el serial killer estadounidense David Berkowitz, conocido como Son Of Sam. Según el autor, es una obra “impresionista sobre la creatividad y la destrucción”. Buena metáfora de su vida.

07

Everything Means Nothing To Me

de “Figure 8” > DreamWorks, 2000

Una de las canciones favoritas del repertorio del propio Elliott, como confesó tiempo después de editarse. Una balada conducida por un piano mágico que desemboca en una explosión de batería y cuerdas sintéticas, en una psicodelia grandiosa como de andar por casa. Smith repite en una letanía infinita que todo significa nada para él. Un grito de auxilio frente al nihilismo que se queda en lamento sordo, a tenor de lo que fue su vida a posteriori. De una belleza que asusta.

06

Bottle Up And Explode!

de “XO” > DreamWorks, 1998

La primera muestra genuina de que todos los lugares comunes y etiquetas que se le adjudicaron a Elliott –meditabundo, callado, depresivo– eran injustas, al menos en lo musical. “Bottle Up And Explode!” es una de sus obras más rotundas. De las que podrías pinchar perfectamente en un bar y que no se quedara vacío. El protagonista de la canción, trasunto de Elliott, va acumulando frustración hasta explotar, también en una desconcertante visión de lo que vendría en apenas cinco años. Las letras de Smith están llenas de pistas no-tan-secretas sobre su vida, y esta no es una excepción.

05

Waltz #2 (XO)

de “XO” > DreamWorks, 1998

Una pareja va a un karaoke. Ella elige “Cathy’s Clown”, de los Everly Brothers. Él,“‘You’re No Good”, un viejo clásico de los sesenta versionado por un montón de artistas. Imposible pensar que no son Bunny y Charlie, madre y padre adoptivo –respectivamente– de Elliott Smith. Mensajes cruzados a través de canciones en un juego de metaficción que va más allá de la vida. Todo a ritmo de vals crepitante, de emoción infinita. Quizá la mejor canción que escribió y un verdadero clásico de la historia de la música popular americana.

04

Miss Misery

de la banda sonora de “El indomable Will Hunting” > Capitol-Miramax, 1997

La relación de Elliott con el cine fue discontinua, pero extraordinariamente intensa. “Miss Misery” no estaba predestinada a ser una de las canciones decisivas de Smith, pero lo fue y de qué manera. En lo musical, es una muestra del sonido paradigmático que lo hizo inmortal: doble track vocal, ese susurro marca de la casa, guitarra acústica rasgueada suavemente. Su inclusión en la banda sonora de “El indomable Will Hunting” (1997), de Gus Van Sant, lo cambió todo. La imagen de Elliott en los Óscar, con un esmoquin blanco y cara de “¿qué hago yo aquí?” es absolutamente icónica. Planeta Tierra, le presentamos a Elliott Smith.

03

Between The Bars

de “Either/Or” > Kill Rock Stars, 1997

Para muchos, la canción que se viene a la mente cuando se piensa en Elliott Smith. Una historia de rescate sentimental que tiene diversas lecturas: ¿el título habla de un bar o de los barrotes de una celda? Una búsqueda de amor imperfecto que remite a “The White Album” (1968), de los Beatles, referencia totémica para el cantautor. Un tema suspendido en el tiempo que está a medio camino de casi todo lo que estaba sucediendo en su vida: el último atisbo de inocencia antes del éxito, de la depresión y de la adicción.

02

Needle In The Hay

de “Elliott Smith” > Kill Rock Stars, 1995

Hay canciones que quedan indefectiblemente asociadas a una imagen. En este caso, a la escena de “Los Tenenbaums. Una familia de genios” (Wes Anderson, 2001) en la que Richie Tenenbaum –interpretado por Luke Wilson– se corta la barba, primero, y las venas, después. Como una premonición siniestra y salvaje de lo que sería su final. Curiosamente, parece que a Elliott no le gustó demasiado esa escena cuando se estrenó la película de Anderson. Sea como sea, la canción es una maravilla. El juego de (auto)armonías vocales pone los pelos de punta y la letra, todavía inexpugnable, permite que sea el oyente quien le saque el significado profundo. La música de Smith era definitivamente encontrar la aguja en el pajar, como reza el título original en inglés.

01

Condor Ave.

de “Roman Candle” > Cavity Search, 1994

Una vieja composición que Elliott escribió cuando apenas tenía 17 años y que recuperó para su debut discográfico. La letra parece indescifrable a primera escucha: pinceladas de la vida en Portland, impregnadas de una extraña melancolía, como si fuera una fotografía antigua encontrada en una vieja caja de zapatos. El hallazgo es la voz de Smith, apenas un susurro ululante por aquel entonces. Era capaz de realizar tomas vocales clavadas, perfectamente afinadas. Sin embargo, tenía una inseguridad grande con respecto a su voz. Aquí esas dudas provocan una magia especial e irresistible. ∎

Alguien a quien conocimos

“Roman Candle”
(Cavity Search, 1994)

Raramente se consigue un debut con este nivel de pureza. Quizá fuera porque precisamente no es una ópera prima per se. Las canciones incluidas aquí se grabaron sin mayor pretensión que registrar unas composiciones que se acumulaban en el disco duro cerebral de su autor. Temas de desarmante intimidad, páginas arrancadas de un diario personal sin ningún atisbo de pudor. Como un cuadro de Hopper, deja entrever la vida íntima del creador de manera oblicua, casi impresionista. La carta de presentación de Elliott Smith al mundo.

“Elliott Smith”
(Kill Rock Stars, 1995)

El hecho de que mientras Elliott publicaba sus primeros discos compartiera actividad con Heatmiser provocó que las canciones tuvieran un delicioso e irresistible sentido de baja fidelidad sonora. Casi de manera literal, Smith se sentaba en su silla y dejaba que sus composiciones lo traspasaran. Todo lo contrario que con Heatmiser. Aun así, se advierte mayor ambición que en el debut, con creaciones más elaboradas, mejor sonido y estructuras más claras. Ya nunca podría replicar esta manera de hacer discos, pero lo que venía era todavía mejor.

“Either/Or”
(Kill Rock Stars, 1997)

En cierta medida, su primer disco de verdad. Al menos en el sentido de que ya sabía que la gente estaba esperándolo y tenía que obrar en consecuencia. La pérdida de pureza se compensa (con creces) con canciones que están varios escalones por encima de casi cualquier cosa que había escrito antes. Hay una mayor cohesión melódica y lírica, con imágenes fantasmagóricas de frágil belleza que hablan del presente y pasado de Elliott. Un recorrido por los claroscuros de su psique, con todo lo que ello conlleva. La presencia de batería hace que todo parezca más grande e importante, sin perder nunca la intimidad desbordante que impregnó todo lo que hizo el norteamericano.

“XO”
(DreamWorks, 1998)

Su obra maestra, su declaración definitiva, el disco decisivo. Cada una de las piezas que componen este puzle funcionan por sí mismas, pero juntas componen una figura total, completa y poliédrica que asemeja la mente de Elliott. Desde las omnipresentes guitarras acústicas de sus álbumes iniciales se llega aquí a pequeñas sinfonías llenas de pianos, órganos y los múltiples instrumentos de Jon Brion: chamberlin, armonio, Optigan, Orchestron y demás. Naturalezas muertas de sentimientos desbordantes que diseccionan su propia vida, presente y pasada. Inigualable.

“Figure 8”
(DreamWorks, 2000)

Elliott Smith se negó siempre a ser caracterizado como un artista de folk. La música que lo emocionaba –The Beatles, The Kinks, The Left Banke, Rush, R.E.M., Bob Dylan– iba mucho más allá. El hecho de utilizar pocos instrumentos en sus primeros trabajos se debía únicamente a no contar con los medios apropiados. Esa visión completa y ambiciosa de su música se demuestra de manera integral en “Figure 8”, su álbum más rock y luminoso. Del artista que alguna vez fue catalogado como “silencioso” no quedaba nada. Muestra de que Smith siempre intentó (y logró) evolucionar y entregar obras diferentes, diversas y apasionantes. ∎

Como complemento de esta Revisión, Nacho Ruiz selecciona esta exclusiva playlist de Elliott Smith.

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