Con tres álbumes oficiales publicados entre 2012 y 2017, La Iaia fue un interesante grupo catalán que lideraba en primera persona Ernest Crusats, autor de los temas y voz del combo. La última gira de la banda acabó en 2019. Algo más tarde, empezó a fraguarse el cancionero de “La font gelada” (Fina Estampa, 2022), relajado álbum en clave folk-pop que nuestro artista, que ahora tiene 36 años, ha acabado firmando en solitario. ¿Ha muerto, pues, La Iaia? “Bueno, estamos inactivos”, matiza Crusats. “No estamos haciendo nada y, si algún día tiene que pasar algo con La Iaia, ya pasará. Tampoco cierro la puerta: ‘Porta oberta’, ya sabes…”, dice en alusión a uno de los once temas que ha estampado en el trabajo a solas que ahora nos ocupa. Una obra producida por Jordi Matas y grabada en el estudio de Joan Pons aka El Petit de Cal Eril por la que desfila también la batería a cargo de Ferran Palau, lo que da más lustre si cabe al equipo artístico con el que ha trabajado en esta ocasión.
El consabido confinamiento fue, de algún modo, un aliado del proceso de escritura de unas canciones que empezó a concebir sin ningún futurible en mente. Ante las circunstancias, explica, encontró en la música “cierto punto de evasión, una vía de escape”. Hasta que hace cosa de año y medio experimentó lo que él denomina “un sentir”: “De pronto pensé que me apetecía, me motivaba, se me ponía bien dar a conocer estas canciones bajo mi nombre. Me dio la sensación de que hacerlo así era más coherente que seguirlas vinculando a La Iaia, que de hecho era un grupo con dos personas más”. En cierto modo, admite, subyace en la decisión la voluntad de marcar un antes y un después: “Sí, separar un poco las cosas. Tuve muchas conversaciones sobre esto, especialmente con Joan Pons, que siempre me decía que lo mejor es que siguiera siendo La Iaia. Pero no, pienso que al final esto era lo más honesto o, como mínimo, lo que me pedía el corazón”.
“La font gelada” respira sencillez –que no simplicidad– y sonidos acústicos en el terreno instrumental. “Compuse todas las canciones con una guitarra y unos auriculares, y en el momento de empezar a grabar enseguida incorporé otra. Están la mía y la de Jordi Matas: dos españolas, alguna acústica… Fue un recurso que me gustó y, cosas del destino, al final mi guitarra siempre suena en el canal izquierdo del estéreo y la de Jordi en el derecho”. Y a este respecto, añade: “Una de las premisas cuando entramos a grabar el disco fue que no quería ningún instrumento tecnológico: no quería sintes ni otros recursos. Me parecía más interesante que todo el álbum se situara en cierta organicidad instrumental que, creo, también se hace extensiva a las letras. Las tomas de guitarras y voz están grabadas en directo, lo que además de ser una manera de enfocar el sonido te permite transmitir una sensación de sinceridad. Es algo así como decir: ‘Lo que estáis escuchando es real’”.
En consonancia con este espíritu, el material se registró en un magnetófono analógico de ocho pistas. Con todo, hay en el disco un par de piezas que escapan un poco de estas marcas, tomando un vuelo más pop. Es el caso de “Entre uns pins” y de la anteriormente mencionada “Porta oberta”, tema especialmente afortunado que, como nos revela su autor, estuvo a un tris de quedar fuera del disco. “Esta pieza estaba un poco perdida hasta que Jordi la escuchó, dijo que le gustaba y decidimos grabarla. Él le dio toda esta energía que tiene con la combinación del bajo y una batería que casi suena como una caja de ritmos, y yo quise ponerle también flauta travesera, que es un instrumento que me acompaña desde siempre. La estudié hasta los 12 años y también la utilicé en los discos y los primeros directos de La Iaia”, rememora. El álbum incluye asimismo dos temas instrumentales, fruto de las sensaciones recogidas cuando Ernest se inició en los misterios de la afinación de su guitarra en Re abierto.
Los paisajes naturales son un recurso más que recurrente en las letras de “La font gelada”, por lo que cabe preguntarse si Ernest Crusats es uno de esos tipos que profesan devoción por el campo y sus cosas. “Hombre, tengo un carácter más bien contemplativo y aprecio la calma que hay en la naturaleza, pero ni vivo en el bosque ni me considero un hippy”. Una vez aclarado esto, expone que este leitmotiv naturalista, por así decirlo, surgió de manera no premeditada a medida que avanzaba el trabajo: “Empecé a escribir canciones, y de pronto descubrí que este tipo de referencias iban apareciendo una y otra vez y, lo más importante, que tenían sentido para mí. Pienso que la naturaleza me sirvió para desplegar nuevas canciones centradas en una cierta búsqueda de lo esencial, como esencial es la belleza de la propia naturaleza”. Fue así como dio con un lenguaje, o un enfoque, que “tal vez tenga un punto simbólico, en el que no hay referencias actuales tipo teléfono o WhatsApp, sino que está en una onda distinta, más atemporal”. Proceso que se articuló sin preverlo, por lo que el camino tuvo “un punto de descubrimiento personal”.
Más allá del paisaje, sin embargo, en los versos de estas canciones palpita de modo muy notorio el sentimiento de ausencia, de amor no presente, cosa que tiene que ver con ciertos cambios personales. “Cuando estaba haciendo las canciones pasaba por una época sentimental complicada que queda reflejada, sí. Una ruptura sentimental con alguien que en aquel momento no estaba en el país. Se juntaron esta ruptura, la lejanía física, la pandemia, el aislamiento”. Fue, desvela, un momento “que podía haber sido devastador y creo que en este contexto la música me sirvió, además de para evadirme, para depositar en algún sitio todo el amor que yo sentía por aquella persona. Un amor que ahora pienso que no venía solamente de esa herida concreta, sino que tenía un origen anterior a la pérdida de esa relación”. Por otro lado, las anteriormente mencionadas referencias naturales pueden ser interpretadas también como una manera de “despersonalizar un tanto las cosas, decirlo con unas palabras que no sé si de alguna manera las camuflan o te permiten expresarlas desde un lugar que quizá ya no es exactamente tu vivencia personal, ya que intentas trasladarlas a otro marco”.
En esta coordenada íntima, Crusats cita como la canción más representativa “Herbes d’esperar-te”: “Me propuse escribir algo muy centrado en la vivencia que estaba sufriendo y pienso que esta canción recoge un malestar duradero en el tiempo, que tuve que ir madurando”. Así, la fuente a la que se alude en la canción que da título al álbum “se ha ido deshelando. Pienso que son canciones de ausencia, pero también de la llegada del amor: no de un nuevo amor, sino de una manera más tierna de relacionarse con la vida, de generar un sentimiento de estima nuevo hacia los demás pero también hacia ti mismo. En este proceso de pasar del hielo al agua también puede haber un punto de renacimiento, de reenamorarse y de generarse una serie de perdones”. ∎