No es raro que si tu padre es Neil Barnes, uno de los factótums de Leftfield, y has crecido rodeada de cajas de ritmos 808 y sintetizadores variados, termines dedicándote a la música electrónica. Es la historia de
Georgia Barnes, joven cantante británica que con
“Seeking Thrills” (Domino-Music As Usual, 2020), su segundo disco, pretende dar el salto definitivo, tanto artístico como comercial.
“Recuerdo que la música fue el epicentro de mi vida familiar desde siempre –desvela–.
Nunca pensé que me dedicaría a otra cosa”. Eso sí, durante un tiempo compartió afición con el fútbol. Llegó a militar en las categorías inferiores del Queens Park Rangers y el Arsenal y jugaba de volante derecho.
Georgia está en una cafetería del barrio madrileño de La Guindalera, donde está haciendo promoción. Tiene cara de duendecillo, habla con voz risueña y se explica con una franqueza desarmante.
“Pasé por una etapa personal muy complicada.
Tras mi primer álbum –
“Georgia” (Domino, 2015)–
caí en la clásica vida de excesos de la música. Salir demasiado, transformándote en una alcohólica sin apenas darte cuenta... No me estaba ocupando de mí misma y me convertí en un cliché absoluto. A la vez, mis padres se estaban divorciando, por lo que estaban pasando por su propio infierno”. Ese contexto difícil fue el detonante de su nuevo trabajo, que exuda autoconfianza, valentía y un nuevo tono pop.
“Mis amigos me organizaron varias ‘intervenciones’ –reuniones para informar a una persona sobre las consecuencias de una adicción y para pedirle que acepte un tratamiento–
, pero supongo que ni yo ni mis padres queríamos creer que era cierto lo que me estaba pasando. Por fin, un día me llevaron a una reunión de Alcohólicos Anónimos y todo cobró un cariz radicalmente real”.