Celebrando veinte años. Foto: Christian Bertrand
Celebrando veinte años. Foto: Christian Bertrand

Concierto

Interpol, gélido romanticismo

Interpol celebraron anoche en Paral·lel 62 de Barcelona el vigésimo aniversario de “Antics”, un álbum con una atmósfera inquietante que resonó profundamente en el Nueva York post 11-S, pero también entre una audiencia global que conectó con la sensación de romanticismo ansioso de esta música inmediata y atemporal.

Robert Smith de The Cure comentó una vez que la música de Interpol es “sincera”, en contraste con su “dureza y barniz helado”. “Se ven de fábula sobre el escenario, pero no parecen poner demasiado esfuerzo. Parece calculado a primera vista, pero tienen un fantástico sentido de la identidad”. Es una cita que resume la polarizada recepción de una banda a menudo acusada de ser artificial, con un sonido minimalista y una imagen oscura y elegante que a la postre los convierte en emocionalmente distantes. La estética cuidadosamente seleccionada de la banda, sus elegantes trajes y su precisa presencia en el escenario alimentaron aún más estas percepciones.

También son palabras que podrían describir su talante sobre el escenario veinte años después de pronunciarlas. Anoche, en el concierto inaugural de su gira para celebrar el vigésimo aniversario de su segundo álbum, “Antics” (2004), volvieron a hacer gala de esa sensación de control y desapego, repasando de principio a fin un álbum que solidificó su lugar en el indie rock al afinar las crudas aristas de su debut en una experiencia más ágil y emocionalmente tensa. Canciones como “Evil” y “Slow Hands” equilibraron perfectamente el minimalismo inquietante con una intensidad emocional subyacente.

Revival post-punk al cuadrado. Foto: Christian Bertrand
Revival post-punk al cuadrado. Foto: Christian Bertrand

Las giras de este tipo tienen mucho ganado en lo que a repertorio se refiere, puesto que los fans saben exactamente lo que van a escuchar. Más en el caso de unos Interpol siempre dados a la ejecución técnica rayana en la perfección, aun a expensas de la razonable baja del batería, Sam Fogarino, aún recuperándose de una operación en la columna vertebral. Pero una historia diferente es batallar no ya con las expectativas de los seguidores, sino contra los recuerdos que esas canciones han generado en ellos, contra quiénes éramos veinte años atrás; si nuestros yo presentes han traicionado a los yo pasados. En 2004, muchos de nosotros acabábamos de aterrizar en la universidad o habíamos sufrido nuestro primer gran desengaño amoroso o nos habíamos dado de bruces con la realidad del mercado laboral. Pero todos los que estábamos anoche quemábamos nuestros minúsculos dispositivos MP3 al ritmo de canciones que nos hacían sentir únicos y comprendidos, que no estábamos solos. Esta decena de canciones, en fin, nos pusieron ante el espejo de lo que fuimos y hoy somos.

Su concierto de anoche, 24 de septiembre, con todo el papel vendido, en el Paral·lel 62 de Barcelona –la sala Apolo, su hábitat natural, estaba ocupada por Richard Hawley– sirvió también como prueba de fuego para los neoyorquinos en una plaza de escasa exigencia por la conexión sobrenatural que tienen Paul Banks y compañía con el público local. Fue un calentamiento para la gira propiamente dicha de “Antics” que empezará el próximo 19 de octubre en Estocolmo, además de una excusa perfecta para celebrar anticipadamente el 50º cumpleaños del guitarrista Daniel Kessler (nació el 25 de septiembre). Uno podría esperar un espacio de mayor tamaño, especialmente después de la machada del pasado mes de abril en el Zócalo de Ciudad de México ante 160.000 personas –¿quién dijo que el rock estaba muerto?–, pero en las distancias cortas se pudo palpar mejor la perfecta sintonía entre los cinco músicos, en una sala que no jugó ninguna mala pasada a su perfeccionismo técnico casi clínico y con un juego de luces sobrio y elegante como las primeras portadas de sus discos.

Daniel Kessler, cumpleaños feliz. Foto: Christian Bertrand
Daniel Kessler, cumpleaños feliz. Foto: Christian Bertrand

Interpol podrían haber interpretado todo “Antics” y recuperado “Turn On The Bright Lights” (2002) como también hicieron en su gira sudamericana de principios de año. Al final, saben que su arsenal de canciones funciona como un reloj suizo en tanto que repertorio nostálgico a base de canciones que saben tocar las teclas adecuadas para despertar profundas emociones en el público. O que la madurez de Paul Banks ya es cosa de brujería, que cualquier día podría transmutar en crooner, copa de bourbon y cigarro en mano, y ponerse a cantar torch songs. Pero en su lugar tuvieron la valentía de reivindicar canciones de sus últimos y menos reivindicados discos sin que estos desentonaran con su repertorio de clásicos. Fue su manera de decir que esta velada no solo trataba de nostalgia y legado, sino también de demostración de constancia: “My Desire” fue la enésima prueba de que detrás de esa aparente fachada de cristal hay unos románticos empedernidos y unos maestros a la hora de trabajar la tensión; “No I In Threesome”, en su oda al macho rock de los ochenta, esconde el lado cachondo de esta banda de rictus serio, y “The Rover” sigue sugiriendo un excitante lado experimental de una banda casada –y fiel– hasta la muerte con el post-punk.

Otra cosa es lo que hagan de puertas para adentro, y escuchando precisamente algunos fragmentos de “The Rover” alguno se explique qué diablos hacía Colleen de telonera de los neoyorquinos, más allá de que lleva asentada en Barcelona desde hace ya unos cuantos años. En Paral·lel 62 se sobrepuso a los problemas técnicos iniciales para repasar sus últimos dos discos en el sello Thrill Jockey. Y, aunque “Le jour et la nuit du réel” (2023) es un sortilegio de minimalismo instrumental, también se atrevió a cantar por primera vez en años canciones como “Implosion Explosion” a la vez que trasteaba con toda su cacharrería analógica, con predominio de los sintetizadores Moog. ∎

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