Juçara Marçal tardó siete años en lanzar un nuevo álbum en solitario, pero la espera no fue tediosa y sin sentido. Lo cierto es que desde el cambio de milenio ha trabajado incansablemente en demasiados proyectos, siempre enfocando sus esfuerzos hacia un movimiento que revitalice la escena musical independiente en la ciudad de São Paulo. Fue allí donde se mudó con su familia a la edad de diez años y donde construyó su carrera.
Integrante de los grupos Vésper Vocal, A Barca e Ilu Obá de Min, además de ser la voz del alabado trío Metá Metá, sus discos por cuenta propia ofrecen canciones muchas veces complejas para esos oídos que andan desatentos y perezosos. Sin embargo, fue siguiendo este camino hermético y poco obvio para construir una de las obras más interesantes de la música brasileña, un trabajo a menudo permeado por el rescate de clásicos de la cultura popular y reencuentros con ritmos tradicionales. Detrás de cada detalle, el deseo incansable de saber qué hay más allá.
Si en su debut, “Encarnado” (Autoeditado, 2014), dejó de lado el bajo y la percusión para privilegiar la voz y los instrumentos de cuerda, creando una atmósfera oscura y feroz, en las canciones de “Delta Estácio Blues” (Natura Musical-QTV, 2021) la idea fue ofrecer total autonomía a la creatividad. Obedeciendo a los sentidos, Marçal estructuró una combinación de poesía, parafernalias experimentales y collages sonoros, elementos que no solo representan sus posiciones como creadora, sino también el caos que vive el arte en Brasil. Prueba a decirlo en “Crash”, poderosa canción en la que rapea contra un enemigo innominado.
“Independientemente del ámbito al que pertenezca una obra, al ser desmenuzada revelará algún tipo de experiencia personal, o un acercamiento que suscite algún tipo de identificación por parte del creador”, dice la cantautora, quien también se dedicó a la carrera docente hasta 2015 y revela haber cambiado su vida después de encontrarse con el candomblé. En esta entrevista exclusiva para Rockdelux, comenta el interlineado de su nuevo trabajo. Grabado durante la pandemia, en compañía de grandes amigos como el premiado cantautor Kiko Dinucci, con quien además comparte escenario, el proyecto ahora sale a caminar por ahí. “DEB”, como se le apodó, acaba de cerrar una exitosa temporada en Europa y luego recorrerá en gira los principales escenarios alternativos de Brasil. En noviembre, aterrizará en el festival Primavera Sound, que se realiza por primera vez en São Paulo.
“Delta Estácio Blues” es una especie de metáfora de esos cruces e intersecciones que existen desde hace mucho tiempo en la música popular brasileña, y además en la música afrobrasileña. La síntesis de esta expresión es un reflejo de la profundidad lírica y sonora que nos presenta el disco.
Exactamente. El título del álbum proviene de una historia ficticia sobre el pionero del blues, el cantautor estadounidense Robert Johnson, quien habría aprendido su técnica de los “bambas” del samba, en Río de Janeiro. Al leer la letra que recibí de mi amigo Rodrigo Campos, me di cuenta de que sintetizaba el disco en su conjunto porque la producción de las bases que estábamos construyendo Kiko Dinucci y yo tenía como referentes centrales la música negra americana, la música africana contemporánea y la música negra brasilera. A su manera, en la Región del Delta del Misisipi que novelaba Campos –vinculando a Robert Johnson y a los “bambas” de la escuela de samba Largo do Estácio, es decir, a aquellos que tenían “ginga” (rollo al bailar) y que trabajaban para difundir el ritmo por todo el mundo– resumía el desenlace de esta música de diáspora que intentábamos crear y que vivimos en realidad, tanto en Brasil como en otras partes del mundo. Nos pareció que sonaba perfecto.
Es curioso que digas eso, pues muchas veces te describen como una artesana de la canción y de las artes. Quizá influya el hecho de que estas funciones se relacionen con tu faceta de docente e investigadora. ¿Sientes que este trabajo que se desarrolla desde las letras te sitúa ante una perspectiva de estudio incansable?
Creo que he tenido una conexión muy singular con estas áreas tan específicas, es decir, la música y el texto. Pero confieso que me interesa mucho más estar entre las dos, sobre todo cuando una se inserta en la otra. De esta manera, la canción es una pasión, es la representación explícita de este lugar que tanto amo. Me parece que ser investigadora demandaría mucho más tiempo y compromiso, no me puedo considerar como tal (lo dice entre risas). Hoy me doy cuenta de que es algo que viene de alguien a quien le gusta experimentar con las alternativas que esa canción puede ofrecer. Cuando admiras la palabra, cuando disfrutas interpretándola, eso contagia muchas otras cosas que haces. Actué en “Gota D’agua {Preta}” (musical de Chico Buarque y Paulo Pontes que abordaba temas raciales, trasladando la tragedia de Medea a los suburbios de Río de Janeiro) y allí desempeñaba la función de actriz, aunque lo que me interesaba eran las diferentes formas de pensar el cruce entre texto y musicalidad. Si vuelvo a observar mi trayecto desde mis inicios hacia el presente, veré que siempre estuve en esta encrucijada. Y en este momento, las posibilidades que nos dieron las canciones nos llevaron al rap, a la actuación, a la improvisación libre sobre el escenario... Estas son cosas que considero muy importantes.
¿Y qué lugar ocupa la palabra en tu vida?
La cultura africana puede ayudarme a responder esta pregunta, ya que la oralidad muchas veces es soberana allí. La palabra, en ese ámbito, asume un tipo de fuerza diferente a la que originalmente podría asumir, una fuerza que llega a las personas por el simple ejercicio de expresarse. Sin embargo, también pienso en los sonidos, en la forma en que un creador se posiciona frente a la audiencia a partir de las elecciones que hace de líneas sonoras, significados y simbologías. Todo eso se dirige a la consolidación de una fuente de creación que puede ser infinita. Y para mí este proceso contiene la posibilidad de un juego infinito. Estoy segura de que disfruto más que nunca ser parte de eso.
Hay una brecha de siete años entre tus dos álbumes en solitario, una brecha que se llena con varios proyectos paralelos que van desde álbumes colaborativos hasta giras y participaciones en el teatro. Un verso que destaca a ese respecto está en “Lembranças que guardei”, en donde dices: “Qué si traigo recuerdos que guardé / aunque estén muertos / que sé dónde lo dejé”. Eso nos recuerda que se puede medir el tiempo de muchas maneras, ¿no?
Es difícil decirlo (risas). Este verso en realidad es de Fernando Catatau, también cantante y uno de los colaboradores de “Delta Estácio Blues”. Cuando me dispongo a analizar la cuestión de la memoria, de las cosas que tenemos, vuelvo a caer en un dicho africano que dice: “Lo que guardas en tu memoria lo tienes”. Tengo la percepción de que un creador puede tardar siete años, o incluso otros quince en hacer un disco, pero hay algo que, aunque sea inmaterial, te va a pertenecer. Y una vez hecho seguirá siendo tuyo. Este no es un proceso que depende de un producto para realizarse, ¿sabes? Mencionaste los distintos proyectos en los cuales sigo involucrada, y creo que todos parten de esa premisa de establecer, a nivel particular y colectivo, una línea imaginaria entre mi obra y la memoria con las cosas que me pertenecen. Una obra artística no necesita estar completa y pulida para ser un producto específico. Pero serán mi caminar y los encuentros que establezca los responsables de definir su forma.
Mencionaste la oralidad y ella está presente justo en el tema de apertura, “Vi de relance a coroa”, en el que entablas un diálogo entre madre e hijo en el que el tema central es una visión llena de inocencia del poder. Esto nos lleva a una subversión de la lógica de la canción estandarizada: vas a un lugar que no es obvio. ¿Por qué te interesó esta perspectiva?
Me gustan mucho estas alternativas que se ofrecen al trabajar entre las fronteras infinitas de la canción y de los géneros mismos. El autor de esa pista, el también cantautor Siba Veloso, es un tipo que se sumerge en la cultura de la Zona da Mata Norte del Estado de Pernambuco, en la Región Nordeste de Brasil, para entender los límites de los márgenes creativos que existen allí. Así establece una forma de crear que es suya, pero que también amplía la definición de descubrimiento. De hecho, todos nuestros colaboradores, especialmente Kiko Dinucci, Rodrigo Campos y Rômulo Fróes, están inmersos en el placer de encontrar las posibilidades de la canción. Es lo que pasa en “Vi de relance a coroa”, en la musicalidad del tema que da título al disco, en los collages que forman “Baleia”... Creo que “Delta Estácio Blues” suena muy revelador. “Delta Estácio Blues”, como obra, es todo menos estándar.
El álbum se basa en un sesgo experimental de principio a fin, aspecto que gana aún más aliento en momentos como “Sem cais”, “Crash” y “Oi, Cat”. Percibo una forma casi radical, indomable, de construir estas pistas. Al pensar en el carácter sensorial que asume esta decisión estética, ¿cómo estos collages, y la imprevisibilidad que encierran, pueden relacionarse con la imaginación?
Hay muchos frentes y creo que en ese sentido los temas destacan por el hecho de que provocan interpretaciones muy amplias por parte del oyente. Creo que en nuestra gira esto se vuelve aún más latente, es inevitable que no te rindas a los deseos de la imaginación al escucharlos, a bailar simultáneamente a las imágenes que se crean en tu mente. Esto es algo que también pasa con “La femme à barbe”, tema compuesto por los franceses Brigitte Fontaine y Jacques Higelin. En esta canción, la sensación se despierta por el contacto que tienes con un idioma diferente: entiendes algo mientras canto, pero no puedes entender todo el mensaje. Me gusta mucho esta posibilidad de que la canción no sea explícita; desde mi punto de vista refuerza mi trabajo a nivel de lirismo, de juego poético. En “Oi, Cat”, el tema se construye entre versos sueltos e incompletos. Los mensajes se entregan como si tuvieran huecos y el discurso se vuelve cada vez más roto, no se sabe quién escribe el mensaje, qué quiere realmente decir y el bajo aún se atreve a entretejerse… Para mí esto es estupendo, es la clave que nos lleva directo al cruce de las puertas sensoriales de las que hablabas tú.
¿Puedes ver algún paralelismo entre el papel de intérprete musical y el teatro, que también es una de tus áreas de actuación?
Cuando te llega una canción con un personaje de características y discurso muy claros, inevitablemente, lo encarnas. En términos musicales, trabajar con la composición del otro va a exigir, por supuesto, que estés en un lugar de actuación. Yo podría quedarme solo en el nivel musical y obedecer lo que me piden las notas, pero me gusta quedarme inmóvil. Quiero tratar de encontrar cómo habla ese personaje, ese “yo” que busca expresarse. Es un juego que tiene que ver con esos viajes creativos de los que hablé hace poco y que me encanta emprender. Recuerdo que en “Gota D’Água {Preta}” (espectáculo dirigido por Jé Oliveira y que se desarrolló entre los años de 2019 y 2022) había muchas canciones, pero los textos del personaje de Joana, que me tocaba interpretar, eran gigantes. Para mí fue como aprender el repertorio de una nueva gira, el proceso que usé para memorizar el guion y el diálogo con mis compañeros se filtró por el mismo hilo de interpretación. Así que diría tranquilamente: para mí, todo está íntimamente conectado. Incluso, en el disco, las canciones que se inclinan hacia una estética hip hop, como “Crash,” me piden una carga más dramática. Esta es una música de revancha, siempre me divierto (risas).
Independientemente del contexto, construyes minuciosamente tu propio sonido. ¿Es una forma de garantizar la propia libertad?
No sé si sería adecuado decir “garantizar mi libertad”, pero ella se expande a su modo. Cuando recibo o compongo letras siempre trato de buscar una manera de cantar que tenga sentido para mí. Me gusta trabajar con esa posibilidad en mente; si no existe y tengo que encajar en un patrón o actuar de una manera específica, seré mucho menos feliz, tal vez ni siquiera lo haga. En mi trabajo autoral, al contrario, siempre intentaré descubrir qué caminos me gustan más. “Crash”, esta canción combativa, realmente fue un reto muy grande. Nunca había hecho un rap y, cuando Rodrigo Ogi la hizo, pasé un tiempo estudiando su flow. Es decir, me preguntaba cómo yo, Juçara, podría darle vida a esa narrativa de venganza y supervivencia. El autor me dio apertura total y descubrí esa nueva voz en mí, que es muy diferente a la suya. Hoy escucho y veo que es una total expresión de mi libertad. Creo que tengo suerte por haberla logrado. ∎