Después de casi un año recorriendo toda América y Europa, Karol G llegaba anoche al penúltimo concierto –tercero en esta ronda histórica de cuatro llenos absolutos en el madrileño estadio Santiago Bernabéu, que culminará hoy con más de 240.000 entradas vendidas– del “Mañana será bonito tour”. Y lo hacía exhausta, emocionada pero también consciente de que está haciendo historia en España con este grand finale que ha superado –con creces– la taquilla de cualquier otra parada del tour, incluida su Colombia natal, y que también ha batido récords dentro de nuestras fronteras.
Como Shakira antes, y realmente como muy pocos artistas de las olas urbanas no asociadas en sus inicios a la generación streaming, Karol G ha entendido el impacto que un artista latino puede tener y de hecho tiene en España, y quizá por eso ha sido la primera en dar cuatro conciertos de esta magnitud. Entendiendo que J Balvin tuvo que abrir nuevas vías en un momento en que los estadios parecían una quimera –y que en el presente no ha sabido mantener el interés de ese a veces tan cruel público masivo–, por qué Bad Bunny o la misma Shakira no han dado aún un paso semejante es algo que habrá que preguntarle a ellos, pero el hecho es que Karol G, sin el aplauso de todos –pero sí de la mayoría– y bajo la permanente sombra de la marca blanca, ha conseguido llenar cuatro Bernabéus seguidos. Es para respetarlo.
Ojo, una de las razones es puramente física, porque el show de la colombiana –que además es visualmente sencillito, adaptable a estadios o arenas y funcional por tanto para girar por Europa, con fechas en Suiza, Alemania, Francia, Países Bajos, Bélgica, Italia y Portugal– no es precisamente un tour de force y está lejos de otros grandes ejercicios performativos maratonianos, tanto en lo coreográfico como en lo vocal. En cualquier caso aguanta el tipo, con sus altibajos, durante dos horas y media que quieren contar un cuento de empoderamiento femenino dividido en tres actos de una forma ligeramente conceptual, pero que en el fondo se abandonan siempre a un gigantesco karaoke.
En el primer pase se nos presenta a Karolina, una sirenita que poco o nada tiene que ver con esas princesas brasileñas del baile funk y con temas como “Parara Tibum”, aunque no dejen de verse referencias aquí y allá, en forma de cuento infantil; es evidente que la calificación “para todos los públicos” es una de las grandes razones del éxito masivo de Karol. La pobre Karolina ha sufrido mucho y se ha refugiado en un palacio de hielo. Tiene helado el corazón y suplica en plan balada por una “Noche de sexo” (Romeo Santos); no le da miedo ponerse blandita en “Tusa” prácticamente a los 15 minutos de empezar. Pero de pronto un hada madrina entra en la vida de la sirenita Karolina, que no da puntada sin hilo y ha decidido jugar a los dobles sentidos y darle a internet exactamente lo que quiere: el hada es una mariposa color carmín con gafas mosca, muy Motomami ella; con un poco de mala leche y presión –vaya–, logra que despierte de su gélida prisión y recupere el calor –cañones de fuego mediante– para convertirse en la Bichota.
El azul que dominaba el concierto cambia a rosa en esta segunda parte y la sirenita se convierte en tiburón –no solo figuradamente, también en el escenario, una especie de nave-escualo con la vibra futurista del hovercraft de Tokio– para afrontar, con la banda en modo full épica rock de estadios, los temas más trap, más agresivos, correspondientes al EP “Bichota Season” (2023). También los reguetones más secos, incluida la primera sorpresa del concierto en forma de colaboración con Cris MJ y Ryan Castro, “Una noche en Medellín”, aunque realmente la coherencia con el concepto de cada sección es rigurosa solo en sus primeros compases, y el círculo siempre termina cerrándose en torno al reguetón romántico y al dembow suave, dominios claros de una Karol G que se esfuerza, en la línea del pop colombiano, por allanar el camino a una Latinoamérica global.
También sin mucha historia pasa el concierto a verde, truncando cualquier esperanza de un verdadero relato conceptual o de hilván narrativo. En algún momento puede parecer que se acerca, pero el concierto de la de Medellín es simplemente –nada más y nada menos– una macrofiesta con forma de avalancha de hits y fuego diseñada para fans. No es poco, y si el sonido del Bernabéu acompañara –es un verdadero despropósito, al menos en el gallinero donde sitúan a la prensa, que está estupendamente pensado para el fútbol pero no tanto para un concierto, como muchas otras cosas del estadio, por ejemplo el rebote excesivo de los cantos del público– quizá fuera posible una mejor inmersión sin saberse al dedillo cada una de las treinta y pico canciones.
La aparición de Bad Gyal –supongo que hace tiempo que eligió equipo (de verdad que es broma, pero no puedo resistirme a una buena dosis de lore)– para hacer “Kármica” como gran sorpresa dedicada al público español –en la fecha anterior fue el icónico regreso a los escenarios de Amaia Montero– marca el interludio hacia una fase ligeramente más intensa con “Ocean”: se viste de negro y se monta en su nube sobre una base de piano clásico, recordando a la gente que digan más que quieren a quienes quieren; la banda la espera en la flor central y se añaden vientos en directo. Es en esta sección más orgánica y cercana –y aunque por momentos termine rozando los estereotipos de musical de “El rey león”– cuando más consigue brillar el espectáculo: menos elementos = menos ruido rebotando en el Bernabéu. Saludos a los de las primeras filas, mensajes positivos y telón para dar comienzo, de nuevo desde el fondo del escenario, al último acto, reservado para un extenso repaso a los temas de “Mañana será bonito” (2023).
Una super-Karolina, montada en su tiburón, acomete esta última manga abrazando su verdadero yo, empoderada y en su propio mundo de fantasía color arcoíris –bastante flow J Balvin x Murakami: en el fondo hay pocas cosas genuinamente originales en este concierto–. Todo viene acompañado de una reconciliación con géneros más tradicionales en su amalgama con el pop-rock que viene a romper Tiësto –tercera gran sorpresa de la noche– al aparecer sobre su cabina en el fondo del escenario. El holandés prendió el party con su remix hipertrófico de “Provenza” y el “nanana” de “Don’t Be Shy” que tanto lo petó en el primer verano D.P. (Después de la Pandemia), y siguió después con clásicos propios como “Boom” o “The Business” para acabar su sección –full EDM todo. Que yo bien, ¿eh? ¿Un Ushuaia gigante en el centro de Madrid? Pero, uf… de verdad que si el Bernabéu sonara mejor…– de nuevo con todo el foco puesto en KG y el remix de “Contigo”.
En el desenlace todo funciona y los elementos parecen encajar mejor que en el resto del concierto, probablemente por la naturaleza caótica de su concepción más puramente festiva, con un puntito más de oscuridad y una apertura estilística más arriesgada que mira al dancehall, al tech house, a los afrobeats o al tamburzão –en temas como “Cairo”, “Ojos Ferrari” o el “Tá OK” de DJ Dennis–, y que incluso se atreve con rancheras cowgirl y con un rollito casi post-punk en “Tus gafitas”. Pero al final ya incluso parece un vacile que el tema sea tan, tan Shakira y que los de la banda vengan disfrazados de mariposa, enfundados en vestido rojo y con aros dorados de flamenca en las orejas. En fin, llámame loco, pero qué fuckin’ necesidad, la verdad.
Obviamente, y como internet se ha encargado de hacer notar en las últimas semanas, la sirenita Karolina, inocente ella, terminó poco después su concierto con una invasión de escenario durante una canción –un merenguito veraniego, o mambo urbano para ser más exactos, como prefieras– que, casualmente, sacó en el último esprint de su headlining tour. El significado de la coincidencia hay que preguntárselo a Karol G. ∎