De Nairobi a Berlín. Foto: Paco Amate
De Nairobi a Berlín. Foto: Paco Amate

Entrevista

KMRU: aprendiendo a escuchar

Nacido en Kenia e instalado desde hace poco en Berlín, KMRU es una figura de brillo emergente en la actual escena ambient. Aprovechamos su paso por el festival Etnoscòpic, el 27 de mayo en Barcelona, para hablar con él sobre su denso magma sonoro.

El nombre de KMRU se ha extendido por la escena musical electrónica europea durante el último año y parece que el efecto es imparable, sobre todo después de la publicación de su último trabajo, el intrigante “Logue” (Injazero, 2021). El productor y compositor keniano se encuentra en la cúspide de su joven carrera y todas las orejas están puestas en él. El pasado jueves 27 de mayo arrancaba en Barcelona el festival Etnoscòpic y el emergente compositor, cuyo nombre real y completo es Joseph Kamaru, se encargaba de inaugurar la programación en la basílica de Santa Maria del Mar. El certamen debía alargarse durante todo el fin de semana, pero sufrió algunas incidencias derivadas de la huelga de los trabajadores de atención al público de la que era su sede principal, el Museu Etnològic i de Cultures del Món (MUEC). Esto llevó a la cancelación de las actuaciones de Antropoloops, Atomizador y CSFCMMCAB. 

Un portátil, la Push 2 de Ableton, un sintetizador Soma Lyra-8 White Angel y un micro-looper / delay granular Mood fueron los mandos de la cabina desde la que KMRU pilotó una nave que iba sin rumbo y con la única intención de tensar y destensar el espacio-tiempo a su antojo, dejándonos en una eterna contemplación e intriga sonoras. Su sonido, que tras sus diferentes trabajos musicales se podría presentar como poliédrico, se convierte en una representación más cercana a “Peel” (Editions Mego, 2020), su primer LP, en lo que se refiere al formato live

Al entrar en la monumental basílica, la encontramos atestada de gente. Calculo que alrededor de 300 personas han acudido a la cita. También calculo que la mitad están desubicadas y no saben con exactitud dónde están a punto de adentrarse. De repente, entra KMRU en escena, vestido de negro, como de costumbre, con una capucha que no se quitará durante todo el concierto y que, posiblemente, le ayude a mantener el sosiego ante una audiencia y un espacio tan imponentes. 

Empieza el espectáculo y el silencio y la quietud invade la sala. KMRU, bajo la gran bóveda, nos lanza texturas y capas infinitas de sonidos que emulan paisajes apacibles, donde el tiempo se detiene, y que en su inicio incitan a la contemplación, sobre todo la introspectiva. “En 2019 dejé de utilizar el metrónomo y las rejillas y empecé a usar más mi intuición sin pensar demasiado en el tiempo –me explica Kamaru cuando nos encontramos después del concierto–. Es por eso que algunas composiciones son muy cortas y otras muy largas. Dejo que el cuerpo me diga cuándo parar”.

Actuando en la basílica de Santa Maria del Mar, en Barcelona, el 27 de mayo. Foto: Paco Amate
Actuando en la basílica de Santa Maria del Mar, en Barcelona, el 27 de mayo. Foto: Paco Amate

No todos los cuerpos presentes en el recinto son capaces de penetrar en el paisaje que nos propone; algunos se sienten algo inquietos con un sonido y un formato ante el cual no saben cómo responder, mientras que otros van pillando el mensaje y se van acomodando en los bancos del templo buscando una mejor conexión frecuencial. “Me di cuenta de que podía aprender mucho con el simple hecho de escuchar activamente. De alguna forma, con mi música intento incitar a la gente a bajar un poco el ritmo y apreciar la voz de lo que nos rodea, a hacer una escucha meditativa”. Imagino que no se aprende a meditar en dos días. Aun así, la audiencia pone de su parte. 

Sea como sea, la música avanza con una intensidad cada vez más notable. Durante la sesión podemos incluso escuchar algunos cantos y susurros dignos de una misa convencional sobre líneas sostenidas que invitan a sonidos capturados por el propio KMRU y que parecen girar en una rueda ascendente que no se sabe muy bien hacia dónde se dirige. Intuimos que hay una parte importante de improvisación es sus directos. “Antes solo usaba sintetizadores digitales. Actualmente, aunque tiro más de equipo analógico, me siento algo limitado, ya que solo utilizo unos pocos sintetizadores y tampoco controlo sus infinitas posibilidades. Al mismo tiempo, esto me expone a una espontaneidad a la hora de usarlos que me resulta sugerente y que me funciona muy bien a la hora de hacer directos y de improvisar”. 

“Me di cuenta de que podía aprender mucho con el simple hecho de escuchar activamente. De alguna forma, con mi música intento incitar a la gente a bajar un poco el ritmo y apreciar la voz de lo que nos rodea, a hacer una escucha meditativa”

De sus palabras, se deduce que el factor sorpresa –para el público y para sí mismo– es algo que le atrae bastante: “Me he dado cuenta en los últimos dos años de que la industria te va a definir y que a lo mejor no quieres ser definido en esa dirección. Es algo en lo que he estado pensando con mis proyectos. Me etiqueto como un artista sonoro y pienso que mi sonido va en varias direcciones, sobre todo cuando hago instalaciones sonoras. Pienso en el sonido y la escucha como un concepto distinto al de los géneros musicales, pero sé que mi sonido es ambient o experimental de alguna forma, solo que no me gusta que se me coloque exclusivamente ahí”.

Kamaru es bastante conocido por el uso de grabaciones de campo, ruidos y captaciones de todo tipo que definen gran parte de sus trabajos y su filosofía creativa. “Cuando pienso en un proyecto nuevo, incluyo sonidos espontáneos que me rodean. Tengo un gran banco de sonidos, pero intento editarlos lo mínimo posible para que no pierdan su esencia natural. Si cometo un error en el proceso, a veces lo dejo intencionadamente para que la gente lo aprecie.

En la actuación, sin embargo, no detectamos tanto uso del sampleo, sino más bien una espiral que va formulando resonancias cada vez más intensas y subidas de tono, dando por clausurada una hora llena de meditación, emoción y desazón.

KMRU: ceremonia ambient. Foto: Paco Amate
KMRU: ceremonia ambient. Foto: Paco Amate

Cuando bajo a reunirme con KMRU, este me recibe con modestia y con una expresión de cansancio y satisfacción. Le hago la pregunta obvia de cómo se ha sentido al actuar en una basílica, algo que no pasa todos los días. “Quería hacer algo así cuando estaba en Nairobi, incluso programar en iglesias. Ha sido una experiencia muy surreal para mí y he pensado mucho en la acústica y en cómo podía reforzar el sonido, sirviéndome del espacio para realzar la atmósfera todavía más”.

El productor, que recientemente se ha mudado a Berlín para seguir con sus estudios de sonido, se encuentra en un punto estratégico para conectarse y poder dar a conocer su trabajo por estos lares. “Mudarme a Berlín ha sido en parte un reto, pero también algo excitante”. Cuando le comento acerca de cómo va a salpicar eso a su sonido, me responde despreocupadamente. “No creo que vaya a cambiar la forma en que produzco, pero definitivamente el entorno y su inspiración son distintos. Por ejemplo, Berlín es muy silenciosa comparada con Nairobi; allí estoy acostumbrado a escuchar sonidos por todas partes, sonidos que incorporo con facilidad en mis composiciones, mientras que, en Berlín, cuando cierras la ventana no se filtra ningún ruido”

KMRU no es el único resonando fuerte fuera de Kenia. Nombres como Slikback, [MONRHEA] o DJ Raph, a los que menciona con admiración y cariño, forman parte de una emergente corriente musical. “La escena alternativa es pequeña, pero está creciendo. Los artistas están redefiniendo la expectación de lo que está sucediendo en Kenia. Es una cuestión de abrir la mente de cara a la exploración de sonidos. Me siento agradecido por los artistas que van más allá de cómo la música africana debería sonar supuestamente. Hay muchas comunidades musicales en Kenia que intentan hacer cosas diferentes

Respecto a la mirada externa, KMRU opina que aún hay mucho por conocer. “Siento que, desde fuera, hay que explorar más lo que sucede allí y no atribuir a la gente estereotipos sobre cómo debería sonar la música de esos lugares”

Intuyo que Kamaru no lleva solo la responsabilidad de su música, sino un poco la de todo un país, y probablemente un continente, intentando mostrar sus diversas e infinitas facetas creativas. ∎

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