Cuando Baudelaire –al que, por nacer en 1821, le acaba de caer la losa de un bicentenario–, en su exploración de los efectos poéticos del vino, el opio y el hachís, acuñó una expresión que haría fortuna, “los paraísos artificiales”, no contemplaba nirvanas tan poco modernos como un museo o un archivo, o hemerotecas con gacetas y legajos que nadie había consultado en décadas. Para José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, 1948), esos depósitos estratificados son, en cambio, paraísos, tan artificiales y ordenados como encantadores. Él ha respirado repetidamente el aroma y la placidez de los de Sevilla, Madrid, Granada o La Habana y rememora siempre como gozosas todas aquellas horas sin tiempo. De su lectura de miles de periódicos del ochocientos y la primera mitad del novecientos, el creador en 1980 de la Bienal de Flamenco de Sevilla obtuvo material suficiente para, con la concurrencia de otros investigadores de su generación, dinamitar nuestro conocimiento sobre la génesis y primeras estaciones del flamenco, basado en las conjeturas e invenciones de la flamencología tradicional. En ese camino, su ensayo “¿Se sabe algo? Viaje al conocimiento del Arte Flamenco en la prensa sevillana del XIX” (El Carro de la Nieve, 1990), marcó un hito que acorraló al mairenismo reinante. Podemos afirmar que “Alegato contra la pureza”, editado por primera vez en 1996 –el mismo año en que Enrique Morente publica “Omega”–, es el manifiesto político consecuencia de aquellos recorridos: los de la investigación acumulada, contrastada y, sobre todo, descifrada.
“¿Un manifiesto?”, le pregunté a Ortiz Nuevo en Archidona, el pasado abril, mientras grabábamos una pieza para un documental sobre su figura que dirige José Luis Solís. “Es un panfleto”, me respondió. “¿Y qué trascendencia crees tú que ha tenido?”. “¡Ninguna!”. Genio y figura. Guasa flamenca. Burlas y veras.
Es cierto que algo de panfleto tiene esta “retahíla caótica lírico-corrosiva, como el lenguaje que se usaba en los periódicos del siglo XIX”, escrita por un licenciado en Ciencias Políticas, y bastante de manifiesto postraumático, y algo de collage. Panfletos y manifiestos gustan de las frases perfiladas y punzantes, y este viene rociado de ellas. Que cada cual escoja la que le conmueva. Yo confieso que la mía es esta: “Quien fabrica un molde prefiere que nadie se lo modifique”. Resume todas nuestras resistencias, todo nuestro temor a alterar lo que hemos troquelado y ya para siempre nos cuadra: a la hora de explicar una realidad o una ficción, un cálculo, una tesis. Porque no hay nada más predeciblemente muelle que jugar a componer ese puzzle que, sabemos, contiene todas las piezas, ni más gustoso que encajar la última.
Se dice con frecuencia que los flamencos no leen. Motivo extra para celebrar una tercera edición, atractiva, muy cuidada y en casa nueva (Malpaso) de “Alegato contra la pureza”. ¿O será que este no es un libro solo para flamencos? Igual que “Omega”, que alcanzó a públicos ajenos a lo jondo, el manifiesto o panfleto varias veces revisado al alza anhela otras lecturas y otros públicos. El envite de Ortiz Nuevo atañe no a una, sino a todas las músicas, no a una, sino a todas las artes. La pureza, esa “arma cargada de pasado”, alude a mitos tan impresos en nuestra cultura que ni siquiera percibimos como engañosos: un paraíso o una arcadia o un edén o un elíseo o una yanna incontaminados. Una edad áurea en la que la felicidad y la inocencia son alteradas por el vicio. Lo virgen prostituido, comercializado. En el flamenco, este reclamo acontece siempre en compañía de la queja por esa pérdida y por la inminente defunción de la criatura. Pero la criatura –solo hay que abrir ojos y oídos para percibirlo– está paradójicamente viva gracias, de un lado, a su fidelidad a las raíces, y del otro, a su traición a esas raíces. Negar la naturaleza dialéctica, el permanente debate, o combate, entre lo viejo y lo nuevo del flamenco, es cuestionar su mayor virtud. El flamenco se crió y camina con un hambre epicúrea, por eso fagocita y hace suyo todo lo que de apetitoso halla a su paso. Como todas las grandes músicas de acopio, redistribución y montaje. Punto 103 del “Alegato”: “La pureza es una utopía imaginada en los tiempos pretéritos”. En un momento de restauración de dañinos esencialismos es preciso alertar del peligro que entraña exaltar lo puro: lo musicalmente puro, lo nacionalmente puro, lo étnicamente puro, lo sexual y físicamente puro.
Virtuoso de la provocación, Ortiz Nuevo lo es, también, de la confesión de errores y hasta de su pública petición de clemencia. En vena escénica pasada por el psicoanálisis y la tradición cofrade. Así, desde 2010, se incluye en este libro un apéndice llamado “Autocrítica a la primera edición” en la que afirma cosas como esta: “Hay un tono general de suficiencia –entre humilde monacal y jactanciosa– que no comparto ahora, incluso me es hasta molesto porque a mi entender peca de presuntuoso manque se oficie con oropeles de falsa modestia”. Idéntica operación realiza al tratar de Antonio Mairena, a quien, como es habitual en su discurso, le habla de tú, un tú vivificante: “Perdón, Antonio, te pido perdón; no por disentir de tus pensamientos y publicarlo, sino por la forma de hacerlo. Fui bastante brutal en el ‘Alegato’, lo reconozco. Innecesariamente, porque se puede pensar y transmitir lo mismo pero sin herir; dicho llanamente: sin faltar”. En el momento presente Ortiz da los últimos retoques a la primera entrega de su “Libro de Morente”, que no parece sino reunir ya todos los estilemas, exacerbados incluso, de su estética particular: recolecta y reproducción de documentos gráficos y sonoros, estilo directo y conversacional, digresiones que atañen al presente, estampaciones del habla popular andaluza, resurrección de la alegría, pentimenti, rabia, ternura.
No canta ni baila ni toca, pero todos los flamencos que conozco lo llaman maestro: por su inagotable nivel de indagación, desde tantos ángulos, de su arte y por el número y valor de sus propuestas, mucho menos por la frecuentación de sus libros; esta nueva edición de “Alegato contra la pureza” puede ser la oportunidad –por tono y propósito– para acercarse a ellos. Aunque nuestra invitación resultaría incompleta si se limitara a animar a los intérpretes perjudicados de pereza lectora que practican el arte musical andaluz; es preciso extenderla a todos los músicos, tocados o no por la superstición de lo puro. ∎

“Omega” no es un álbum influido por “Alegato contra la pureza”; o no, al menos, de manera objetiva ni lógica. Para empezar, porque ambos trabajos son estrictamente contemporáneos, pero, justo por esa sincronía y, sobre todo, por cuestiones que tienen que ver con la coincidencia anímica y la voluntad estética, se tornan complementarios. De la intimidad y las conversaciones de sus autores y de su inquietud común hacia el año 96 da cuenta la próxima publicación de Ortiz Nuevo, “Libro de Morente”, cuya primera entrega se subtitula “Hablar contigo ahora (1969-1976)”.

Carmen Linares tiene un doble CD, el antológico “La mujer en el cante” (Mercury, 1996), que ocupa un lugar preferente en nuestra historia musical. Aparte de esa obra enorme y reivindicadora de un lugar, el femenino, nuclear en el arte flamenco, hay un trabajo suyo, uno de los más emocionantes, que juega con pensamientos y deseos impuros: “Un ramito de locura”. Desde su mismo arranque: la toná a verso abierto de Ortiz “Canto de la resignación”, que acaricia y rasga con la música de Juan Carlos Romero.

La propia Mayte Martín lo ha reconocido: “Alegato contra la pureza” es un texto brutal. “Todo lo que yo creo está ahí escrito. Es un libro lleno de verdades y lleno de cosas que nadie se ha atrevido a decir”. Donde tal vez más se sienta su influjo es en un álbum que contiene ya clásicos del siglo XXI, el tan inspirado como melancólico “alCANTARaMANUEL”: versos sencillos escritos por el prolífico periodista malagueño Manuel Alcántara que Mayte eleva. Pudiera ser una buena compañía para esta lectura concreta; para varias coyunturas vitales, con certeza lo es.

Los diecisiete temas que Rocío Márquez dedicó en 2014 a Pepe Marchena son ortiznoveanos hasta en su reivindicación de la heterodoxia del Niño, que en el homenaje barcelonés de 2004, concelebrado por Ortiz y Morente, había tomado forma de símil: Marchena es como Dalí. En “El venadito” (un pedagógico, bello y desmitificador tratado sobre la creación libertaria de un estilo por parte de un cantaor y no del albur popular) o en “Este modo de quererte” (granaína del revés que es prodigio de cante por derecho) respira el aliento del polígrafo.

La “Antología del cante flamenco heterodoxo” que Niño de Elche grabó en 2018 podría haberse gestado sin el precedente del “Alegato”, aunque cuesta mucho creerlo. El director de aquella producción, Pedro G. Romero, proporciona en las notas interiores del álbum ciertas claves que apuntan a esa adscripción: arte anacrónico, constituido por degeneración, arte de montaje, el flamenco. De lo que no cabe duda es de que en su álbum inmediatamente posterior, “Colombiana” (Sony, 2019), hay un tema, “Ni chicha ni limoná”, que es puro Ortiz impuro: lo es, incluso, en sus ecos, o lecos, de Pepe el de la Matrona. ∎