Leopoldo María Panero, poeta y personaje.
Leopoldo María Panero, poeta y personaje.

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La vida junto a Panero

Hace 20 años se publicó el disco-libro “Leopoldo María Panero” (2004), un proyecto colaborativo protagonizado por Carlos Ann, Enrique Bunbury, José María Ponce y el colaborador de Rockdelux Bruno Galindo en torno a la figura y la poesía del escritor madrileño. La reedición en vinilo de este peculiar trabajo –por primera vez se publica en dicho formato– incita a evocar el proceso creativo del mismo a través de las memorias de dos de sus artífices.

Carlos Ann tuvo la idea, la iniciativa y el estudio para grabarlo. Hoy le pregunto cómo nació el proyecto –porque yo fui el último en entrar y hay cosas que no sé o no recuerdo– y él me lo cuenta: “Empecé a trabajar con los poemas sobre el 2001 y la verdad es que me sorprendieron mucho porque eran muy musicales. Luego pensé en grabar un disco. Primero se lo comenté a Enrique; pasábamos algunas noches en mi casa recitando poesía (el que recitaba se subía en un taburete y el otro lo escuchaba desde abajo como si fuera el mayor público del mundo). Después a José María Ponce, una noche en una discoteca donde estuvimos bebiendo hasta las tantas. Y el último al que se lo comenté fue a ti”.

Sí, de eso me acuerdo: fue ante una bandeja de sushi, una noche en el Donzoko, uno de los primeros japoneses de Madrid. Me asombró el proyecto. Y acepté, claro. Debí dudar una décima de segundo por pensar que cuando eres periodista no te lías en proyectos con los artistas a los que entrevistas (por ridículo que suene hoy, en esa época había ciertas líneas rojas en el oficio del periodismo musical); hacía pocos meses que había bajado a los estudios El Cortijo (Málaga) para conocer a Carlos, que estaba grabando su disco “Entre lujos y otras miserias” (Moviedisco, 2001) con Howie B y puede que viera alguna incompatibilidad. Sobre qué hacer en el álbum no tuve dudas: había escuchado discos de spoken word –Bowie leyendo en “Pedro y el lobo” de Prokofiev; Allen Ginsberg y Burroughs; Linton Kwesi Johnson– y me pareció que esto era algo con lo que yo podía probar. Además estaba ahí Bunbury, a quien conocí a finales de los ochenta en Zaragoza y con quien me unía –¿más señales incestuosas? yo y mis dichosas precauciones– una relación amistosa. A José María Ponce (1954-2024) no lo conocía.

Carlos Ann y Bruno Galindo recuerdan lo vivido con Panero.
Carlos Ann y Bruno Galindo recuerdan lo vivido con Panero.

Enseguida subí a Barcelona. Estudio Grabaciones Míticas, Gran Vía de las Corts Catalanas con Balmes, creo recordar. Ann entraba y salía. Charly Chicago estaba siempre en la consola. Yo llevaba las letras a medio hacer: algunos poemas bien cerrados, otros (“Lectura en diagonal”) medio escritos sobre la marcha. Para cada poema ellos metían un trazo instrumental a modo de base sobre la que trabajar más tarde. Pocas tomas. Algún error –un pinchazo fallido en “Matarratos/Doceavo”– que ahí se queda. Lo primero que un primerizo como yo aprende en un estudio de grabación es que si quieres estar seguro de que el tema va a quedar como tú quieres, no debes salir de la pecera hasta que lo tengas. Pero qué iba a saber yo, que hasta ese momento no hacía música: solo la criticaba en revistas y periódicos. Qué cambio decisivo, por cierto, vive el crítico cuando se pone manos a la obra con la música. Algo muere. Algo nace. De hecho, tras este trabajo me puse a colaborar con el músico electrónico Strand. Y un tiempo más tarde volví a Grabaciones Míticas para grabar con Javier Corcobado. Pero esas son otras historias.

A medida que el disco iba estando listo –incluido el soberbio trabajo gráfico del estudio Area3–, empezamos a pensar en quién lo editaría o, mejor dicho, coeditaría junto al sello de Carlos Ann (Moviedisco). Me ofrecí para hacer la conexión con quien me pareció la mejor opción: El Europeo. Los famosos disco-libros de Borja Casani –algunos tan importantes como el célebre “Omega” (1996) de Morente y Lagartija Nick– convertían ese sello en el mejor y casi el único candidato. Además, Borja conocía bien a Leopoldo María Panero (Madrid, 1948-Las Palmas de Gran Canaria, 2014) y tenía las suficientes historias con él como para querer hacer el disco (y también para mantener al poeta a cierta distancia). Firmamos sin demora.

A todo esto, ¿y Panero? Lo vi en el documental “Un día con Leopoldo María Panero” (Jacobo Beut, 2005), donde Ann y Enrique lo visitaban, con visible acojono, en el psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria. Y yo tuve la oportunidad de conocerlo en 2005, previo al concierto de presentación que hicimos en La Paloma, en Barcelona, y que se comercializó en DVD bajo el nombre “Una noche con Panero. El concierto” (Jacobo Beut, 2005). Panero de día. Panero de noche.

Bruno Galindo, Carlos Ann, Leopoldo María Panero, Bunbury y José María Ponce: equipo al completo en La Paloma, Barcelona (9 de marzo de 2005).
Bruno Galindo, Carlos Ann, Leopoldo María Panero, Bunbury y José María Ponce: equipo al completo en La Paloma, Barcelona (9 de marzo de 2005).

Leopoldo era volcánico, cariñoso, incontrolable, manipulador, gorrón, sádico, cómico, feroz, tierno, un vampiro demandante a más no poder. Te ponía a prueba a ver si eras de los que lo temía y veía como a un bicho raro, o de los que lo trataba como el tipo inteligente, divertido y sensible a la belleza que realmente era. Si estabas en el primer grupo te volvía loco, te desplumaba –como es sabido, necesitaba todo el tabaco y las Coca-Colas del mundo sobre la mesa– y al final te dejaba hecho polvo. Mucha gente se acercaba muy ilusionada y se iba llorando, porque la imagen romántica de la locura que traían no se correspondía con el abismo negro en el que él vivía, donde era amo y señor.

Tuve mi primera charla con él en el Hotel Suizo, en Plaça de l’Àngel, el día antes de nuestro primer concierto en Barcelona. Supongo que me puso a prueba y supongo que la pasé. Me dijo que era yo clavado a Vicente Molina Foix (¿?) y yo le enseñé el retrato de Poe que tengo tatuado en el hombro izquierdo. Le pregunté algo que me preocupaba de veras: ¿Qué opinaba del disco que habíamos grabado con sus poemas?”. Me preparé para la peor respuesta: me parece una mierda, me limpio el culo con vuestro homenaje, os odio por esto, ¿tenéis el sida o qué os pasa? Pero me respondió de un modo bien distinto y con una única palabra:

– Dignifica.

¿Cómo? Le pregunté. “Dignifica”, repitió. “En España a los artistas nos odian. A ti y a mí nos odian”, añadió. Después de aquello fuimos a una librería y le regalé “2666” (Anagrama, 2004), la novela de Roberto Bolaño en la que Leopoldo es uno de los personajes. A la mañana siguiente decía haberse leído –y el libro daba muestras de ello– sus 1126 páginas.

Es cierto que Ann, Enrique, Ponce y yo fuimos bastante odiados por alguna gente por grabar este disco. Se nos acusó de manipuladores: de utilizar a Leopoldo, de sacarlo del psiquiátrico, como si alguien de su condición mental no debiera salir nunca; como si él, poeta inequívocamente exitoso, no lo hiciera con frecuencia. De exhibirlo y, por extensión, darle visibilidad a su falta de filtro. Nadie, o muy poca gente, defendió abiertamente el disco, cuyo principal problema no parecía estar en si era bueno, malo o regular, sino simplemente haber sido grabado. Visor, la editorial que detentaba los derechos de Leopoldo María Panero, negó haber dado permiso para la musicalización (y añadió que si lo había dado, habría sido por un descuido). Casi nadie habló bien del trabajo. Hubo otro país donde sí gustó mucho y se convirtió en objeto de culto hasta hoy. Ese país es México.

Estampas de aquel momento.
Estampas de aquel momento.

Actuamos un par de veces más con Leopoldo (y sin Enrique, que ya andaba en otros proyectos; en su lugar contamos con Mariona Aupí, que, cosas de la vida, estuvo en el concierto de La Paloma como espectadora y se convirtió –presentación mía de por medio– en pareja de Carlos Ann). Una de aquellas veces, en el teatro Lope de Vega de Sevilla, Leopoldo insultó tras los bises –“Esto es una puta mierda, iros todos a la puta mierda”– al mismo público que lo ovacionaba. Con Leopoldo ocurrían cosas incómodas; bien lo sé porque volví a trabajar con él años más tarde junto a Prin’ La Lá, el grupo de Fernando Vacas, y en una charla en el Palacio de Viana cordobés desplegó un discurso incoherente de silencios e ideas agresivas que creó un ambiente aterrador.

Recuerdo todo esto (y muchas cosas más que viví junto a Leopoldo, con quien tuve una relación amistosa y colaboré en otros proyectos) cuando se cumplen diez años de su muerte y veinte de aquel disco que ahora se reedita vía Warner –qué divertido: es la compañía donde tuve mi primer trabajo y que me despidió– en vinilo. Vuelvo a Carlos para hablar del disco tanto tiempo después y de –novedad– las cuatro canciones nuevas que grabamos hace meses para la ocasión. Que él lo cuente: “Para que no fuera una burda reedición más, pensé en incorporar cuatro nuevos cortes interpretados por cada uno de nosotros. El reto fue que musical y energéticamente tuviera que ver con lo que sucedió en 2004, que no se viera que habían pasado veinte años y que estábamos no en otro lugar sino en la misma vibración”.

Sigue Carlos: “Enrique eligió ‘La poesía destruye al hombre’, tú ‘El tesoro de Sierra Madre’, José María Ponce ‘El hombre que solo comía zanahorias’ y yo ‘El Noi del Sucre’. Con Enrique empezamos a hacer como muchos pimpones, él desde Los Ángeles y yo desde Barcelona. Tú grabaste en el estudio de Miguel Marcos, Le Voyeur. Con José María Ponce fue más complicado porque él tenía cataratas y no podía leer bien los textos, entonces lo que hice fue leerle yo cada frase del poema dejando un espacio en el que él iba replicando”. Es sabido que nuestro compañero Ponce murió el pasado mes de marzo; recuerdo su bonhomía y sencillez, seguramente rara en el sórdido mundo del porno en el que fue pionero y en el que yo –que recité para él en una performance BDSM protagonizada por él y su amiga Mistress Basia en un club sado– no lo conocí. Amigo Ponce, cuánto siento que no llegaras a escuchar tu nueva canción terminada. Van por ti estas líneas. Y va por ti esta reedición. ∎

Reedición 2024 de “Leopoldo María Panero” (2004).
Reedición 2024 de “Leopoldo María Panero” (2004).
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