Antonio Arias, el proyecto de su vida. Foto: JM Grimaldi
Antonio Arias, el proyecto de su vida. Foto: JM Grimaldi

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Lagartija Nick, 35 años luz

Lagartija Nick celebró el pasado fin de semana su 35º aniversario con la grabación de un álbum que será el primero en directo de su carrera. La banda granadina siempre ha mostrado su insaciable espíritu aventurero y una irremisible adicción al sabor del riesgo. Durante dos noches consecutivas, 25 y 26 de abril en el Teatro CajaGranada de la capital nazarí, acudió a las fuentes de sus primeros álbumes para recuperar la naturaleza poética de su esencia punk. Los acompañamos en la segunda jornada de esta celebración.

El concierto de Lagartija Nick del pasado 26 de abril en el Teatro CajaGranada podría haber empezado por el final, con esos versos de “Ciudad sin sueño”, la canción que cerraba “Omega” (1996), su histórico álbum junto a Enrique Morente: “No duerme nadie por el cielo / nadie, nadie, no duerme nadie”. Porque es cierto: no duerme nadie esta noche en Granada, un lugar que a veces parece un planeta sin sueño que, sin embargo, siempre se permite soñar. De hecho, mientras se apagan los ecos y las luces de este último tema, comienza el primer domingo de Pascua, es decir, el dominica in albis, y una noche en blanco es, sin duda, una noche en la que no se duerme.

Pasajeros en tránsito

Una hora antes de que se abran las puertas del recinto, los camerinos ya acogen a músicos, miembros del equipo técnico, mánagers, periodistas, amigos y familiares. Llega el batería Eric Jiménez, que prefiere no hacer declaraciones: “Aquí el que habla todo el rato es Antonio. Cuando cuente cualquier cosa, yo por supuesto estoy de acuerdo y lo apoyo y suscribo diciendo ‘efectivamente’. Creo que eso es lo mejor para todos”. Acto seguido, va a cambiarse de ropa y al rato se escuchan muchas risas cuando aparece embutido en un mono plateado y brilli-brilli: “Es que ahora toco con La Casa Azul”. Y cuando le dicen “¡Ahí va el hombre bala!”, responde “Sí, sí. Esperadme, chicos, que voy a buscar mi casco”.

El teclista JJ Machuca no se ha retrasado casi una hora como hizo ayer –“es que estaba convencido de que el concierto era a las diez”, repite, justificándose– y declara su devoción: “Tocar en Lagartija Nick no es comparable con ninguna otra experiencia. Me provoca sensaciones alucinantes, sensaciones realmente orgásmicas, en serio. Aparte de tocar con artistas buenísimos como Eskorzo, Lori Meyers o Soleá Morente, yo soy pianista, hago otras cosas, tengo mis proyectos propios, pero poder tener esta vertiente me flipa. De alguna manera, a veces hago como de segundo guitarrista, con sonidos parecidos a los de una guitarra porque, claro, en muchos discos de Lagartija no había teclados. Tengo que estar casi como si fuese invisible, pero estar siempre en realidad, estar presente y ausente a la vez, y eso es un reto increíble”.

“Aquí el que habla todo el rato es Antonio. Cuando cuente cualquier cosa, yo por supuesto estoy de acuerdo y lo apoyo y suscribo diciendo ‘efectivamente’. Creo que eso es lo mejor para todos”

Eric Jiménez

Antonio Arias (bajo y voz) y Juan Codorníu (guitarra) deciden algunos cambios de última hora respecto al repertorio del viernes. Ese cancionero sintetiza 35 años de trayectoria, o quizás 36 si atendemos a la primera maqueta, o solo 34 si lo aplicamos al disco de debut, “Hipnosis” (Romilar-D, 1991). “Sí, es verdad”, acepta Arias. “Es que aquí solo sabemos contar con los dedos. Da igual en el fondo, porque uno no imagina nunca que va a llegar a este momento. De verdad, nos pasa a mucha gente que nos dedicamos a esto, que solemos pensar que el disco que estamos grabando va a ser el último, que ya no vas a engañar a nadie más. Sobre todo porque crees que nunca más vas a tener dinero para grabar otro. Y luego lo tienes, o no lo tienes, pero acabas haciendo otro disco”. En esta ocasión, algo parece diferente. “Sí, sé que este disco no va a ser el último, es cierto, porque siempre hay una nueva necesidad, y si no la hay eres tú mismo el que te planteas un reto. Como pasó con el disco de Buñuel. Cuando nos metemos en el estudio sentimos la urgencia de transformarnos. Lo bueno es que el trabajo nunca sea fácil y que después de hacerlo sintamos que realmente nos ha modificado”. Eric se acerca despacito y añade: “Efectivamente”.

Juan Codorníu, Eric Jiménez, JJ Machuca y Antonio Arias: lagartos inmortales. Foto: JM Grimaldi
Juan Codorníu, Eric Jiménez, JJ Machuca y Antonio Arias: lagartos inmortales. Foto: JM Grimaldi

Esa extraña inercia

El criterio utilizado para determinar la elección final lo explica muy honestamente Antonio Arias: “Pues recurrimos a lo más fácil, a la lista de Spotify, y así vimos cuáles eran las canciones más escuchadas y las que podrían satisfacer a más gente. Por supuesto, luego nos permitimos incluir algunos caprichos personales. Fuimos probando temas y quisimos darle otra oportunidad a nuestros hijos más feos. También partimos de nuestra propia experiencia, sabemos qué temas funcionan mejor”.

“Nos pasa a mucha gente que nos dedicamos a esto, que solemos pensar que el disco que estamos grabando va a ser el último, que ya no vas a engañar a nadie más. Sobre todo porque crees que nunca más vas a tener dinero para grabar otro. Y luego lo tienes, o no lo tienes, pero acabas haciendo otro disco”

Antonio Arias

La selección final funciona como un tiro, va a toda velocidad y con una firmeza (incluso fiereza) impecable. Ya lo avisa Juan Codorníu mientras se dirige al recinto: “Tocar con este equipo es como pilotar un Ferrari”. Arias continúa argumentando la recopilación escogida y sus consecuencias inmediatas: “Es una liberación poder revisarte, hacer acopio de temas antiguos y así poder empezar a huir de los discos conceptuales que hemos grabado últimamente. Queríamos hacer algo mucho más ecléctico. Era una exigencia rencontrarnos con nosotros mismos y mirar atrás sin ira, ya sabes: aquello de ‘Don’t look back in anger’”.

Una voz funcionarial anuncia que el concierto se inicia en cinco minutos. Y Arias acaba su disertación descifrando el vínculo con la acción: “La verdadera acción es saber lo que quieres hacer, hacerlo, mimarlo, acompañarlo… Es decir, estar en acción es tener un compromiso con tu trabajo y contigo mismo, por respeto y por responsabilidad. Aunque a veces parece que para ser artista tienes que hacer todo lo contrario. El otro día vi un documental de Jess Franco en el que hablaban de una cosa que nos ocurre a todos, por más que lo disimulemos, y es que nos apasionan nuestros proyectos antes de empezarlos, pero cuando llegas a la mitad del proceso lo que deseas es abandonarlo. Pero el compromiso, es decir, la verdadera acción, es acabarlos”.

Antonio Arias, a por otros 35. Foto: JM Grimaldi
Antonio Arias, a por otros 35. Foto: JM Grimaldi

Ondas de fluencia

La gente va llenando la sala. Los guardias de seguridad, con ese punto clásico de malafollá, visten uniformes de color gris penicilina y se creen los dueños del cortijo, pero se quedan solos cuando unos se van para el escenario y los demás pelean por hacerse con un pequeño hueco en los más de 400 metros cuadrados de esta caja negra. Un sistema retráctil de la grada de 300 butacas amplía el aforo automáticamente: así lo diáfano sabe atraer a lo imprevisto.

La luz actúa como si fuese otro instrumento: no suena, pero invita a escuchar. La geometría de los haces afilados y los colores dominantes (rojo, negro y blanco) resultan cercanos, el diseño de la estructura escénica tiene algo familiar: se parece al concepto gráfico de un álbum que transformó la historia de la música y abrió las fronteras estilísticas para reunir dos géneros que parecían incompatibles, el flamenco y el rock, ese “Omega” que antes citábamos.

Una niebla de un tono naranja y marciano, casi una nube hecha con vapor de sangre, invade lentamente los micrófonos, los amplificadores y el proscenio. El público silba expectante, lejanas voces robóticas invocan la prehistoria y el futuro, y cuatro siluetas sinuosas van reptando hasta llegar a sus puestos. La electricidad explota de repente y se desboca para emitir una declaración de intenciones: escoger como primer tema “Sonic Crash”, una canción que se grabó diez años antes del fin del siglo pasado y se incluyó en “Hipnosis”, sabe a denominación de origen y confirma que esta revisión regresa a la raíz y reclama el orgullo del atrevimiento.

En pleno directo en el Teatro CajaGranada. Foto: JM Grimaldi
En pleno directo en el Teatro CajaGranada. Foto: JM Grimaldi

Se mueve demasiado rápido para mí

La tríada inicial –a la apertura se añaden las contundentes “Lo imprevisto” e “Hipnosis”– compone un pack lleno de furia, energía y persuasión: hay quien asegura que ya no le hace falta ir al concierto que Pixies darán dentro de dos semanas en esta ciudad porque “esto no hay quien lo supere”.

Las canciones fluyen sin solución de continuidad, pasean por puentes que generan conexiones exactas. Hay un intercambio feroz entre los golpes de Eric Jiménez –en algunos momentos es imposible no pensar que hay tres o cuatro baterías sonando a la vez– y las descargas de Codorníu, un combate que salta y flota sobre el colchón que va extendiendo Machuca con precisión atómica.

Antonio Arias marca el compás con el pulso de su bajo hipertenso y combina cortes rotundos con rescates oportunos. Se alcanza una suerte de anestesia fugaz: esa sensación ficticia y peligrosa que crea la mentira de la paz, porque siempre hay una paz que precede a cualquier guerra. La de “Buenos días, Hiroshima”, por ejemplo. Una canción que revienta el dolor y destroza las derrotas. Una joya sin coronas en este homenaje al hermano pródigo que vuelve todas las madrugadas a mecer los sueños. “La parte más delicada y arriesgada de ‘Los cielos cabizbajos’ es reivindicar un genio oculto, al que nadie conoce y del que todo el mundo va a desconfiar”. Así resume hoy Antonio la presencia perenne y el conflicto creativo y fértil de su hermano Jesús Arias, fallecido en 2015, pionero del punk en España, periodista y figura clave en la conceptualización de “Omega”, entre otras muchas cosas.

“El otro día vi un documental de Jess Franco en el que hablaban de una cosa que nos ocurre a todos, por más que lo disimulemos, y es que nos apasionan nuestros proyectos antes de empezarlos, pero cuando llegas a la mitad del proceso lo que deseas es abandonarlo. Pero el compromiso, es decir, la verdadera acción, es acabarlos”

Antonio Arias

La actual formación de la banda –los tres miembros originales más Machuca– se mantiene inmutable, totalmente ajena a la costumbre (o el vicio) de convocar para los discos en directo a demasiados invitados (algunos más justificables que otros). Arias lo entiende así: “Si tenemos que ponernos a invitar a todos los colegas, o incluso solo a los que han formado parte de Lagartija en alguna etapa, ya serían muchísimos, así que esta noche solo hay un invitado que cantará con nosotros y que se escuchará su voz en el próximo disco, y ese invitado es el público”. La afirmación no es totalmente rigurosa, ya que el tercer bloque del repertorio se cierra con la primera canción procedente de “Omega”, que sustituye a “Vuelta de paseo”, que sonó anoche. En “Niña ahogada en el pozo”, se puede escuchar la voz infinita e inmortal del maestro Enrique Morente. Su grito de dolor y magia brota justo en el ecuador de la función y emerge creando el instante más estremecedor de esta ceremonia laica. Sobre los compases finales de la abrasiva versión del poema de Lorca se arrojan versos de la canción “Omega”, y desde esa unión crece la historia, vuelve el futuro y nace la vida misma. Arias improvisa una alboreá en clave trap a lomos de un pegajoso estribillo: “Con el yeli, yeli, ya”. Y exhausto, encendido desde las sombras, el auténtico heredero apócrifo concluye gritando “¡Viva Morente!”.

Camerinos con estrella. Foto: JM Grimaldi
Camerinos con estrella. Foto: JM Grimaldi

Aceleración-trance-expansión

Después del éxtasis, tan fulminante y voraz, aparece un cansancio nuevo, un aliento agotado, exangüe, donde caen como lluvias serenas canciones como “20 versiones”, “Conmigo crece el caos” y el folclore integral de “Strummer/Lorca”. Nombres propios, nuevos convidados póstumos con los que se recupera el aire cuando lo insufla y remueve el vendaval de “Nuevo Harlem”, capaz de inspirar a Front 242 y reunirlos al evocar a Kula Shaker. Tras la tormenta, llega la calma, una calma chicha, y sobre ella planean las alas de la ya citada “Celeste”, en la que ángeles y arcángeles vuelven a sobrecoger los corazones y las gargantas de los fieles de esta pandilla de lagartos inmortales, cuatro serpientes de un apocalipsis que abandonan la escena: la niebla se hace densa y turbia.

Entre los asistentes se encuentra un buen plantel de la escena artística e intelectual autóctona: está J de Los Planetas, Andrés López de Niños Mutantes, Popi González de la banda de José Ignacio Lapido, Carmen Calavera, Nuria Ortega, José Sánchez Montes, Miguel Martín de Unidad y Armonía o el ínclito Alonso de Napoleón Solo, quien después de tragarse 29 temas –y una cifra desconocida de cervezas– declara: “Me encantaría ir a un concierto de Lagartija en el que solo tocasen el final de sus canciones. Me encantan esos colofones”.

“Si tenemos que ponernos a invitar a todos los colegas, o incluso solo a los que han formado parte de Lagartija en alguna etapa, ya serían muchísimos, así que esta noche solo hay un invitado que cantará con nosotros y que se escuchará su voz en el próximo disco, y ese invitado es el público”

Antonio Arias

El público reclama el regreso de la banda y da inicio la prórroga: la memoria ha empatado en su encuentro con el mañana. La voz rescatada del cantaor granadino Víctor Blaya Quero, El Charico, prologa “La leyenda de los hermanos Quero”, una de las obras más celebradas del grupo, que Antonio dedica a su amigo Paco Moya. Del punk rock al post-folk, los rumbos de Lagartija Nick son necesariamente vertiginosos e inescrutables. Las jirafas buñuelescas, la inercia de los satélites, el espurio Fulcanelli –“no hay manera de saber quién es Fulcanelli, no lo busquéis en internet”, alerta Antonio– y los versionados The Electric Prunes –“I Had Too Much To Dream (Last Night)”– se dan cita antes de que el diagnóstico de “Rock’n’roll zine” demuestre tener aún una vigencia insoportable. La dolorosa estampa que dibuja “El signo de los tiempos” es el broche más coherente: “El signo de los tiempos / es el proceso / no hay alucinaciones”. Antes de volver a irse, Antonio recuerda una regla básica del directo: “Ya sabéis cómo funciona esta puta historia”. Y Eric asiente desde el fondo: “Efectivamente”.

En el segundo y último bis algo falla en la guitarra o en los pedales de Codorníu. “Esto también forma parte del espectáculo, creo, pero vamos a rezarle por si acaso al dios de la electricidad para que nos lo arregle”. “Esa extraña inercia (Anfetamina)” y “Ciudad sin sueño” completan el ciclo y la sala entera se rinde sin resistencia. Son 35 años luz resumidos en dos noches irrepetibles, imposibles de trasladar a una crónica. Pero resulta muy útil el último consejo de Antonio Arias: “Si te falta o te olvidas de algo de lo que ha pasado esta noche aquí, no te preocupes, de verdad, haz solo una cosa: te lo inventas”. ∎

Éxito y reconocimiento. Foto: JM Grimaldi
Éxito y reconocimiento. Foto: JM Grimaldi
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