Espectáculo garantizado. Foto: Óscar García
Espectáculo garantizado. Foto: Óscar García

Concierto

Lil Nas X, el ángel púrpura

Lil Nas X recaló por primera vez en suelo español alzado como apóstol de la generación Z. Barcelona fue ayer la ciudad elegida para la bajada de telón europeo –solo le queda un compromiso en Sídney– de “Long Live Montero Tour”, la presentación de ese primer álbum, “MONTERO” (2021), que lo ha afianzado como celebridad musical. El (anti)rapstar demostró sobre el escenario el dominio de un discurso que prima la imagen, la identidad de género y el espectáculo por encima del esfuerzo musical.

A sus 23 años, y en apenas cinco de trayectoria, Lil Nas X ha protagonizado uno de los ascensos más meteóricos de la arena rap y pop en su país de origen. Un asalto a los puestos altos de las listas y a las cabeceras de los timelines de millones de seguidores, que ha llevado a cabo mediante un discurso deliberadamente rompedor con los códigos y el imaginario heredado del espectro sonoro en que cabalga. Aunque su principal baza ha sido saber acomodar esa narrativa al marco comunicativo de las redes sociales, suministrando a la generación hiperconectada que representa un sagaz ramillete de memes, vídeos de TikTok y tuits de expansión masiva. Antes de músico fue personalidad en internet.

Aunque esa pericia sobre el lenguaje digital y su sobreexposición en redes resultaría en vano sin el apoyo de un contenido musical que ha sabido imbricar sobre el orgullo de género. El suyo lo rellena a través de una interconexión entre el (anti)rap de letras y apariencia queer con el pop mainstream. Por el camino se permite incluso reconstruir otro género enseña de su país y de fuerte hedor heteronomativo: el country. Y todo ello lo expulsa con una carcasa sonora resultona de innegable efecto adhesivo.

Con esas credenciales aterrizó en Barcelona sin la popularidad que ostenta en otras partes del globo, especialmente en su tierra, donde un aforo como el del Sant Jordi Club hubiera estado lleno hasta la bandera. Sin embargo ayer alcanzó la media entrada, mayoritariamente cubierta por chavales de su generación y de la anterior, estos últimos acompañados por sus tutores legales. Hubo equilibrio entre el público local y el foráneo.

La imagen, sobre todo la imagen. Foto: Óscar García
La imagen, sobre todo la imagen. Foto: Óscar García

Tras el pertinente calentamiento warm up de skaiwater, amparado en el Auto-Tune y tirando de manidos recursos para animar a la chavalada, Lil Nas X saltó a escena arropado por la instantánea algarabía de los presentes. El de Georgia dividió su show en tres actos: “Rebirth”, “Transformation” y “Becoming”. En el primero ya dejó anotadas las prioridades escénicas: una gran pantalla de fondo soltando artillería visual, el protagonista de la velada rodeado por un excepcional equipo de bailarines masculinos, un escenario dinámico ajustándose a la variada y llamativa iconografía visual y la ausencia absoluta de músicos: ni se llegó a otear la presencia de un DJ sirviendo bases y melodías.

Poco importó. O poco parecía importar a ese público deseoso de inmortalizar tal ostentación escénica –servida al ritmo frenético con el que se acostumbra a consumir entretenimiento– mediante smartphones al aire que dibujaban una estampa homogénea pero sintomática de las claves que han llevado al éxito de su joven ídolo. Esa limitación de la visibilidad tuvo uno de sus máximos en “OLD TOWN ROAD”. Un tema que, en su día, buscó comprometer a los puristas del country y que terminaría cosechando un éxito viral planetario y que en la noche de ayer se dispensó con esa transgresora ruptura del imaginario cowboy.

El segundo acto, tras el pertinente vídeo de una mujer introduciendo el concepto de dicha fase, se centró de nuevo en el espectáculo visual desplegado, los cambios de vestuario, las increíbles coreografías y un cancionero arrollador, sin tiempos muertos. Tras un pequeño inserto de un molesto vídeo no musical sobre Satán y predicadores, Lil Nas X redondeó el acto con la encadenación de “THAT’S WHAT I WANT” y “LOST IN THE CITADEL”. Antes se había permitido un desvío al vogue con su interpolación de Beyoncé en “PURE/HONEY”.

Encarna la nueva generación de rapper. Foto: Óscar García
Encarna la nueva generación de rapper. Foto: Óscar García

El tercer acto lo arrancó saliendo de un capullo en medio del escenario: la transformación se completaba. Y subió la carga de endorfinas con la interpretación de “MONTERO (Call Me By Your Name)”. “SCOOP” e “INDUSTRY BABY” no bajaron el ritmo de este último tramo. Hubo espacio para el lucimiento individual de los bailarines, y la llamada a un miembro del público para su momento de gloria twerking sobre la lona. Samples de Kanye West, The Black Eyed Peas o Beyoncé se sucedían a la misma velocidad de vértigo con que transcurría la obra; más obra que concierto, más musical de Broadway –o show de Las Vegas– que la clase de eventos musicales que suele acoger el Sant Jordi. No importaba. Su público conectaba y gozaba, el ambiente eufórico seguía arropando a su ángel a uno y otro lado de la pantalla de los smartphones; el aparato sacralizado.

Tras la bajada de cortina, el pertinente acto dedicado al bis. Un “STAR WALKIN’”, de nuevo tan mimético respecto al original que Shazam cumplía en su cometido de identificar el tema. Sintomático de nuevo de una generación abonada al filtro que perfecciona –que embellece– las cosas: ¿no hay margen para lo imperfecto?

Si algo se le puede recriminar a Lil Nas X en su puesta de largo en territorio peninsular fue el despliegue de un espectáculo sumamente manufacturado y atado en corto. Sin posibilidad de error, de improvisación, de reinterpretación; todo guionizado bajo un profesionalidad indudable, eso sí. Incluso monetizado, porque el libreto que daban en la entrada ya tenía su QR que llevaba a la tienda de ropa del artista estadounidense: nada dispuesto al azar. Pero faltaba ese alma que pregonaba en sus stories antes de su paso por el escenario. De nuevo, poco importó. La felicidad se dibujaba en los rostros presentes. Su show business funciona a todos los niveles y a pleno rendimiento. El culto seguirá creciendo, especialmente entre los de su generación y la que inicia su aprendizaje en un mundo distinto, en un mundo en el que un rapero puede ser abiertamente gay, tener el apoyo de playback cuando lo requiera y romper con prejuicios, arquetipos y normas, tanto dentro como fuera del escenario. El futuro es de elles. ∎

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