María José Llergo, que actualmente reside en Madrid, tiene a gala tener un control absoluto de su carrera: “Yo lo decido todo. Lo que me pongo, mis redes sociales... ¡Es que si no tienes tú el control lo van a tener otros! –considera–. Esta era mi prioridad. Nunca hubiera firmado con nadie si hubiera estado coartada de algún modo. Yo hubiera sacado mi disco igual, aunque fuera sola y aunque hubiera tardado cinco años”. Con la misma determinación, rechaza los argumentos de quienes han querido ver en su trabajo una voluntad de renovación, cuando no de revolución, en el hemisferio flamenco. “Eso son cosas de los demás. Yo nunca diría eso de mí, más que nada porque el flamenco es tan grande que no se puede revolucionar ni queriendo”, afirma.
Profundizando en la cuestión, nuestra protagonista muestra su convencimiento de que “el flamenco es una revolución en sí mismo, porque nace y se desarrolla de la necesidad de expresar sus sentimientos de la gente maltratada”. Partiendo de esta premisa, “que una persona alce su voz para quejarse diciendo ‘ay’, o para alabar diciendo ‘ole’, es una revolución. El flamenco tiene muchísimo poder porque encripta nuestra historia, la plasma. El momento presente que vive se queda ahí como retratado, y se hereda de generación en generación. Nosotros cantamos letras de la época de la Reconquista, por ejemplo: mira cuántos siglos han pasado, y esas letras siguen ahí”.
“Si algo es revolucionario, y pienso que no debería serlo –prosigue Llergo haciendo referencia a su trabajo–, es que me estoy expresando libremente, que creo que es lo más difícil a día de hoy. Y nada más. Yo no pretendo renovar el flamenco porque no lo necesita, porque el flamenco no ‘me’ necesita, y lo tengo clarísimo. Nosotros lo necesitamos a él, que es muy diferente. El flamenco está muy por encima. El arte es mucho más amplio, más fuerte y más libre que nosotros y nuestras cabezas; más que nuestras etiquetas y nuestros convencionalismos, y que nuestra manera de acercarnos a él”. ∎