Nubes negras. Foto: Barbara Grujard
Nubes negras. Foto: Barbara Grujard

Entrevista

Matt Elliott, buscando una salida

Tras “Farewell To All We Know” (2020), Matt Elliott se rompió física y emocionalmente. Se quedó sin voz ni ganas de volver a salir de gira hasta que el confinamiento le facilitó el lujo de aburrirse. Encontró entonces el saxo como nuevo elemento expresivo, y volvió a aparecer el encanto por la música para concluir con “The End Of Days” una imagen musical centrada en la crisis climática y social que estamos viviendo. Si esto revienta, que sea con música.

En un mundo que parece que se va al traste se busca el sonido acogedor como medicina, ya sea desde el confort o desde la coincidencia con el dolor ajeno. Matt Elliott nunca ha militado en la primera opción. Ahora es uno con la guitarra clásica, la eléctrica y un saxo, y propone un camino mucho más exento de artificios que nunca en su carrera. Si parecía que sus últimos pasos discográficos no podían estar más lejos de la electrónica de The Third Eye Foundation, en “The End Of Days” (Ici d’ailleurs-Gran Sol, 2023) hay una voluntad mayor de rescatar el arte de la canción occidental de antes del pop desde el dolor, la depresión y la asunción de que no tenemos salvación como civilización.

Tras “Farewell To All We Know” (Ici d’ailleurs, 2020) se sintió estancado y atrapado en su propia fórmula y quiso poner tiempo de por medio. Sin embargo, la pausa del confinamiento y el voluntarismo fugaz de una sociedad que parece no aprender nunca de sus errores sino pretender volar hacia ellos hasta quemarnos como polillas hizo que tras el COVID hubiera ocasión para reinventarse, probar con varios instrumentos nuevos y sentar las bases de “The End Of Days”. Está claro que estamos hartos de visitar una y otra vez un lugar al que no queremos mirar, aunque si no hubiera habido COVID, igualmente estaríamos en un callejón sin salida por culpa de la cuestión climática o el ascenso de la ultraderecha. Todo eso sobrevuela “The End Of Days”: nuevo pero ligeramente autorreferencial, con las canciones en el centro del foco, aliñadas con ecos y reverberaciones como un instrumento más para dar una idea de espacio y añadir dramatismo.

El saxo, nuevos caminos. Foto: Ettore Castellani
El saxo, nuevos caminos. Foto: Ettore Castellani

No usa nunca el placer como herramienta de creación, aunque algunas de sus melodías reconforten y amansen los ánimos, por mucho que se hayan creado desde una cierta desesperación. Por eso cabe, también, plantearse su música incluso desde una óptica casi ambiental, como esa medicina reconfortante. Una parte de su público lo hace así. Una parte de su público, tras décadas de carrera, parece aún gozosamente descolocada con su trabajo. “Si escuchas mi música, no necesariamente se va a notar que soy inglés porque tengo influencias de todas partes del mundo, pero específicamente europeas”, explica. “Aprendí la escala pentatónica cuando era muy joven. Me la enseñaron, la aprendí y luego la desaprendí. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de la música popular europea del siglo XX es en 4/4 y en una escala pentatónica de blues. El rock’n’roll y lo demás dependen de eso, y lo que me hizo abandonarlo es que se ha repetido hasta la saciedad, pero el hecho es que en Europa hay una riqueza increíble de música folk; del flamenco al fado o el rebético, y por supuesto hay que pensar en Oriente Medio y en el resto. Hay un mundo entero de música que explorar fuera del 4/4 de la escala pentatónica de blues que nos han preparado”.

A veces hablas del dolor como el sentimiento que nos hace sentir vivos. ¿No llega a ser el dolor algo muy específico? Seguro que hay otros matices.

Casi todas las canciones que he escrito se han hecho usando ira, negación, tristeza y aceptación. La música es básicamente una terapia para mí y mis propios arrepentimientos. Casi todo el mundo que conozco tiene algo de depresión o algo relacionado con ello, independientemente de que esté diagnosticado o no. La música es mi manera de lidiar con mis traumas personales. También hay veces en las que la vida te explota como una mierda en la cara y en ese momento es cuando te das cuenta de verdad de quién eres.

La música es tu terapia cuando la escribes, pero también una gira para ti es una montaña rusa emocional. ¿Cómo es esa segunda parte de la terapia, cuando te tienes que enfrentar a compartir esas terapias-canciones con tu público?

Es más bien como una actuación teatral. Me sorprendió mucho cuando vi a una compañía teatral importante aquí, en Francia. Me emocionó cuando noté que una de sus actrices estaba llorando y sorbiéndose los mocos. Me dije: “Dios mío, eso es muy poco profesional”. ¡Pero es que estaba llorando de verdad! Provocó una oleada de emoción en toda la sala. Eso son emociones duras. Lo tiene que hacer cada noche y para eso tiene que ir a un lugar especial de su mente cada vez, sea cual sea. Es algo similar para mí, pero cuando lo haces como intérprete es algo muy real y las lágrimas suelen aparecer a menudo porque pienso en las cosas que originaron la canción. Cuando lo haces delante de la gente, es como cuando vas a terapia de grupo y dices “hola, mi nombre es Matt y soy un lo-que-sea”. Nunca he estado en terapia de grupo, pero asumo que es así como funciona. Por eso me enfrento a cada bolo pensando que saldré y diré “hola, estoy deprimido como vosotros, supongo, y aquí hay algunas canciones en las que hablo de esto”. La depresión es una reacción normal al mundo, porque el mundo está cada día más y más jodido. Pero también es maravilloso y amo el momento en el que estoy sobre el escenario aunque esté llorando o lo que sea. Pero es estresante porque hay un gran número de cosas que pueden salir mal, aunque lo que más me estresa es viajar. Es el avión lo que me quita el sueño, porque odio volar.

“La música es básicamente una terapia para mí y mis propios arrepentimientos. Casi todo el mundo que conozco tiene algo de depresión o algo relacionado con ello, independientemente de que esté diagnosticado o no. La música es mi manera de lidiar con mis traumas personales”

Entre retrasos de la publicación y tus comentarios en redes, da la sensación de que la creación de “The End Of Days” ha sido una huida hacia delante, una huida de un punto sin retorno.

Sí, hay bastante de eso. Muchos de los giros y cambios de dirección en mi carrera nacieron del aburrimiento. No quería hacer lo mismo una y otra vez. Sé que como artista es muy difícil no repetirse. Intentamos no hacer el mismo disco a pesar de que lo haga de maneras diferentes. En 2020 hice una gira que fue estupenda pero que estaba programada de una manera ridícula, y eso me rompió física y emocionalmente. Eran como veintiséis conciertos en veintinueve días. Fui a todas partes: estuve en Rusia, Ucrania, Polonia, Alemania, Italia… Al final me dije que no haría algo así más. Pero después vino el COVID, y me pareció que durante un año no haría nada, y no lo hice, pero en 2021 estaba bastante aburrido y en ese momento pensé que sería buena idea aprender un instrumento nuevo. Adoro la guitarra, es mi instrumento principal y la toco todos los días durante horas, pero quería un instrumento en el que pudiera tocar toda la extensión de la nota, y eso es imposible de hacer con una guitarra clásica, así que primero me lo planteé con el chelo y luego con otros instrumentos que pudiera sujetar con la mano y dejé que el universo fuera dictando lo que ocurriría. Me compré uno y comprobé que lo podía tocar fácilmente, así que entonces quise probar con el saxo, porque me pasé gran parte de 2020 escuchando jazz, y eso me llevó a mi juventud, cuando trabajaba en la tienda de discos y vendía muchos discos de jazz. Así que me compré un saxo y me enamoré de tal manera que ya tengo seis, y ahora lo toco tan a menudo que pienso que cómo es posible que haya vivido sin tocarlo, sin tenerlo alrededor. Cuando hace tiempo iba de gira a España, llevaba un pequeño instrumento indio de viento. Aquello era mi cuerpo diciendo que tenía que encontrar un instrumento de viento, y nunca me ocurrió hasta hace un par de años.

Matt Elliott: “January’s Song”, entre tinieblas.

La gente está cansadísima de hablar del COVID, pero aún tenemos mucho que aprender de ese período, aunque solo sea por todo el arte que se creó entonces y que no necesariamente conocemos del todo.

Soy uno de esos gilipollas que disfrutaron con el COVID. Después de un año brutal, fue estupendo sentarme en mi apartamento para no hacer nada y solo ver vídeos de YouTube sin sentirme culpable. Y la verdad es que cada vez me encuentro con más gente que me responde que lo disfrutaron también. Estoy muy feliz en mi propia compañía. No soy alguien que necesite socializar mucho. De hecho, el COVID llegó aquí en febrero y puse un comentario justo antes en Facebook que decía: “ja, ja, no he salido de mi apartamento en dos días”. Me hizo muy feliz estar dos días en casa sin necesitar salir… Fue un estado de Facebook que no envejeció bien. No soy uno de esos músicos que enseguida se mostraron online buscando contacto; era lo contrario. Era feliz no haciendo nada. Me enfoqué en estar bien conmigo mismo, y el aburrimiento del año tuvo un efecto positivo en lo que estaba haciendo. Luego vino 2021 y empezaba a haber algo de movimiento. Eso fue más frustrante porque cerraba fechas para tocar que luego se cancelaban porque había una nueva ola. Pero deberíamos haber aprendido algo como sociedad. Lo que me decepcionó fue que hubo un momento en el que estábamos viendo el reflejo de lo que podíamos hacer, aunque fuera por el hecho de que de pronto ya no necesitaríamos estar en una oficina o ir dos veces allí al día con un trayecto de cuarenta y cinco minutos en coche para hacer cosas que puedes hacer desde casa. Seríamos más eficientes y contaminaríamos mucho menos. Al final tenía la esperanza de que podríamos salir de esta como sociedad y abordar el asunto siguiente, que es el cambio climático. Y justo en el momento en que nos estábamos relajando es cuando a Putin le dio por invadir Ucrania, lo que nos lleva de vuelta al punto de la evolución en el que todavía nos estamos atacando entre nosotros, en el que para ello esquilmamos recursos importantísimos y provocamos un impacto aún mayor. Es un terrible gasto de todo que hace que nuestro destino se acerque cada día más. “Farewell To All We Know” y “The End Of Days” tratan, obviamente, sobre esta crisis que estamos viviendo. No hacemos nada con ignorarlo porque está viniendo y va a tener un impacto horrible en la gente joven. Es por quien lo siento más. Si esta generación sobrevive es porque es la mejor generación de seres humanos que nunca haya existido. Están muy conectados con lo que los rodea, saben quiénes son y no les cogerán en la misma mierda que me cogió a mí o a la generación de mis padres. Pero nos ven no hacer nada. Trato de inspirarlos para que escriban sobre ello y tomen el poder, porque si esperan que el poder les sea servido no quedará nada.

“Ya he hecho música electrónica y de alguna manera sería como si diera un paso atrás. Si quiero expresarme prefiero coger una guitarra y hacerlo directamente. No me hace falta enchufarme a un ordenador y cargar el Ableton o lo que sea y empezar a seleccionar esto y lo otro”

Dejaste la electrónica en el pasado, pero su expresividad ha evolucionado con el tiempo. ¿No te lo has vuelto a plantear como recurso creador?

No, pero me gusta y escucho mucho a Moor Mother. Su disco “Jazz Codes” me ha volado la cabeza. Es probablemente de lo mejor que ha salido en los últimos diez años. Pero ahora me va más escuchar música electrónica que hacerla. Hay mucha gente haciendo un trabajo bastante mejor de lo que yo podría hacer, pero, claro, es que no he hecho música electrónica desde hace años. Vamos, que lo último fue “Wake The Dead” (Ici d’ailleurs, 2018), de The Third Eye Foundation, que fue una experiencia traumática porque mi mejor amigo murió y eso me destrozó. No puedo oírlo ahora, es tan oscuro que es algo que no quiero repetir. Es verdad que de vez en cuando hablo con el jefe de mi sello de esto, porque a él le gustan muchas cosas de ambient. Lo escuchamos mucho en el coche, y a veces pienso que yo podría conseguir algo así porque encuentro muy divertidas las maneras en las que podría hacer algo similar, pero no encuentro el momento para ponerme. Ahora tengo otras cosas en las que concentrarme. Ya he hecho música electrónica y de alguna manera sería como si diera un paso atrás. Si quiero expresarme prefiero coger una guitarra y hacerlo directamente. No me hace falta enchufarme a un ordenador y cargar el Ableton o lo que sea y empezar a seleccionar esto y lo otro. Hacer electrónica termina siendo un grano en el culo… para mí. Entiendo perfectamente que la gente lo haga y les encante, pero no me puedo imaginar ahora mismo rodeado de sintetizadores modulares como está haciendo tanta gente ahora mismo. Creo que antes hacía electrónica porque no me sabía expresar con música, por lo que me escondía detrás de estos muros de tecnología y ni siquiera sabía lo que quería decir.

Llama mucho la atención ese solo de guitarra en “Flower For Bea”. Probablemente no haya ninguno así en tu discografía, con un timbre tan rock. ¿Qué me puedes contar de ello?

Escribí esta canción antes de meterme en el estudio y alguna vez la he hecho en directo, así que me parecía un buen momento para meter un solo de guitarra, e incluso yo estoy sorprendido por ello. Me lo pasé bien haciendo un solo. En mi directo ahora hay varios solos con guitarra eléctrica y con guitarra clásica, y es muy divertido tocarlos. No puedo decir que haya llegado al punto al que quiero llegar, pero cada día lo voy haciendo un poco mejor.

En busca de paz. Foto: Mariana Castro
En busca de paz. Foto: Mariana Castro

Teniendo en mente tus conciertos en España, usando muchos loops, puedes estar en otro momento. ¿Qué haces ahora en directo?

Es un poco lo mismo aunque trabajo con el contrabajo. Naturalmente, para tocar en formato dúo tiene que haber más presupuesto, así que no sé cuántos podré hacer así, pero abre mucho el sonido. Aún hago actuaciones en solitario, aún hago lo de los loops, aunque no se base en ellos. Normalmente canto y toco en directo las canciones y después voy añadiendo loops y construyendo el sonido, y luego me apoyo en la guitarra y hago los solos. Toco canciones del nuevo álbum y luego hago algunas de “Drinking Songs” (Ici d’ailleurs, 2005) porque es el disco que le gusta a todo el mundo. Cada concierto es diferente, cada improvisación es diferente. Esa es probablemente la mayor diferencia con cuando me visteis hace unos diez años en España. Entonces todo era muy rígido y cada nota estaba estructurada, pero ahora hay mucho espacio en mi set para la improvisación y para que pueda hacer viajes musicales, lo que es genial porque es algo que me encanta.

Has hablado sobre ir escuchando ambient en el coche. Nunca se podría definir tu música como ambient, pero es escuchada por el público del género y tomada como tal. Ahora mismo hay una cierta necesidad de paz –y psicodelia– en la música, y de música que no tenga un mensaje explícito sino que traiga esa paz. ¿Qué te parece todo esto?

No podría estar más de acuerdo, porque en un mundo que va camino de estrellarse y cuyo final vemos venir, es necesario un sonido así. Yo lo hago con jazz, aunque no siempre es muy pacífico. Entiendo que la gente necesite un lugar seguro o una zona sonora de confort que no aporte más pánico. No sé muy bien cómo encaja mi música en eso, pero si no entiendes las letras, al transformarse mi voz en un susurro grave, entiendo que sea tomada como un ruido agradable. Y me gusta. ∎

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