Cuando Phonogram encargó a Soft Cell su primer álbum con el fin de capitalizar el éxito mundial de “Tainted Love” en agosto de 1981, el dúo disponía de material más que suficiente. Se encontraban ya en su segunda etapa creativa, más accesible y alejada del sonido casero con que David Ball (Blackpool, 1959) ambientaba desde su formación en 1978 las distopías capitalistas de Marc Almond (Southport, 1957).
El nombre del proyecto viene de la expresión “soft sell” –venta suave–. La encontraron en un libro sobre marketing subliminal, “The Hidden Persuaders” (1957), del economista norteamericano Vance Packard. De aquellos años resultó una prometedora cosecha de maquetas y su primer EP, “Mutant Moments” (1980). No tardó en llegar “Memorabilia” (1980), un corte de protohouse producido por Daniel Miller, el hombre de Mute Records, The Normal y Silicon Teens. Cuando el doce pulgadas de aquella historia sobre un asesino en serie que coleccionaba baratijas triunfó en los circuitos underground de Nueva York, la cotización de Soft Cell ya no dejó de subir.
Las melodías pegadizas de Ball y los elaborados textos de su compañero de pensión maduraron con rapidez en 1981. El cantante menciona las películas como fuente de inspiración. Directores de culto como Dario Argento, George A. Romero, John Waters y Andy Warhol, aunque en la etapa de “Non-Stop Erotic Cabaret” (Some Bizzare, 1981) se estaba fijando en el realismo kitchen sink, un movimiento de los años cincuenta y sesenta que también sedujo a lenguaraces como Morrissey. Las estrecheces en Leeds también jugarían un papel importante a la hora de ponerse a escribir: el cuchitril infectado de ratones donde vivía (“Bedsitter”) o su fascinación por los bajos fondos (“Seedy Films”). En su autobiografía, “Tainted Life” (Sidgwick & Jackson, 1999), Almond sentencia: “Creo que el arte más grande proviene de la experiencia personal (...). Tienes que vivir la vida que cantas, y cantar la vida que vives”. Soft Cell rezumaba este tipo de autenticidad.
El vínculo cinéfilo de David Ball se focalizaba en un ávido coleccionismo de las bandas sonoras de John Barry, pero un álbum paradigmático como “Non-Stop Erotic Cabaret” nunca puede ser el producto de la individualidad. Su reparto no acaba ahí. Gracias a las maniobras de Stevo, mánager audaz que notificaba sus cláusulas con ositos parlantes –también vomitó sobre los sintetizadores de Miller– y dueño del sello Some Bizzare, llegaron a la cima. Mike Thorne, productor de la casa en Phonogram –contaba con John Cale, Marianne Faithfull o Wire en su currículum–, pulió con sentido y eficacia las maquetas de Ball, aunque Almond todavía le reprocha un exceso de indulgencia con sus interpretaciones vocales: desbocadas, sí, pero las mejores de su carrera.
Tim Pope inmortalizó la magnética imagen de Soft Cell en aquellos años dirigiendo el divertidísimo vídeo-álbum “Non-Stop Exotic Video Show” (1982), uno de los primeros de su naturaleza, rodado parcialmente en el Soho de Londres y financiado también en parte por la banda –el videoclip de “Sex Dwarf”, una fake snuff movie con orgía blanda, gusanos campantes y otra fauna delincuencial, sigue censurado–. Huw Feather, compadre de Almond en el Art College de Southport, su etapa previa al ingreso en la Politécnica de Leeds, dibujó y diseñó alguna de las portadas más icónicas del dúo, creando además la famosa celda acolchada con barrotes de neón que Soft Cell utilizaban en sus directos. Puede apreciarse todavía en el clip de “Secret Life” y en la carpeta interior del álbum.
Peter Ashworth fue el autor de las incontables fotos promocionales de Soft Cell. El ritmo era de una sesión cada dos meses. Suya es la famosa portada del álbum, aunque el dúo prefería otra instantánea más turbadora aún en la que un psicótico Ball amenazaba al indefenso cantante con su navaja. Vicious Pink Phenomena eran Josie Warden y Brain Moss, dos coristas de Leeds que aportaban demencia a los directos de Soft Cell en su “fase cabaret” y que acabaron viajando a Nueva York para la grabación del disco. Cindy Ecstasy no participó en aquellas sesiones, pero rapea en ambas caras de “Torch” y en el innovador álbum de remezclas “Non Stop Ecstatic Dancing” (Some Bizzare, 1982), publicado solo unas semanas más tarde que “Love And Dancing” (Virgin, 1982), de The League Unlimited Orchestra. Almond conoció a Cindy X en la mítica discoteca Studio 54. Ella le inició en el consumo de MDMA cuando el éxtasis aún era legal en Estados Unidos, influyendo involuntariamente en el fluido sonido “non-stop” de Soft Cell. Sin olvidar a Dave Tofani, saxofonista y clarinetista de gente como Frank Sinatra o John Lennon, presente en dos cortes del álbum y autor de solos inolvidables como el de “Say Hello, Wave Goodbye”.
Phonogram les había concedido un viaje en Concorde a Nueva York, la estancia en un cómodo apartamento propiedad del sello y un mes en los cercanos estudios Mediasound –acreditados como Camden Cell en el disco por problemas de visado–. Allí habían grabado The Rolling Stones, Jimi Hendrix o Simon & Garfunkel. Almond hacía sus partes vocales en apenas dos o tres tomas, dedicándose después a vagar por la ciudad con su cámara Super-8 y una grabadora de audio. David Ball había encontrado el paraíso en aquel estudio profesional gracias al New England Digital Synclavier de Thorne, el rugoso Korg 100 Synth Bass que se había traído con él desde Leeds y una caja de ritmos Roland TR-808, muy usada posteriormente en el hip hop o el acid house. Con estas máquinas se definió el nuevo sonido de Soft Cell: soul glacial, staccatos metálicos y excitantes descensos fílmicos. El casting lo completaban el ingeniero de sonido Don Wershba y el mezclador Harvey Goldberg, dos técnicos experimentados que acabaron de poner la guinda al pastel. Paul Hardiman se había encargado en Londres unos meses antes de sonorizar el single “Tainted Love” –original de Ed Cobb interpretado por Gloria Jones y publicado en 1965– junto a otra versión, “Where Did Our Love Go”. Con el tiempo, Soft Cell se lamentaron de haber elegido a The Supremes en lugar de situar un tema propio en la cara B del megahit. Demasiados derechos de autor desperdiciados.
Desde finales de los años sesenta, la música electrónica había disfrutado de una gran apertura comercial. Salió del ámbito académico para colonizar cierto tipo de minimalismo, la música experimental de consumo o las bandas sonoras. En la década siguiente, el retrofuturismo de Kraftwerk no ayudó a disipar el estigma de música robótica en contraste con la considerada “real”. A principios de los ochenta, otros proyectos reciclados como The Human League contribuyeron a desconchar aquella costra maquinal que aún pervive. Soft Cell lograron poner aún más en solfa aquel viejo prejuicio con su inimitable pócima: northern soul caótico sumado a un sonido electrónico puro, bailable pero distinto de la música disco. Y más cálido. Junto a “Tainted Love” y “Where Did Our Love Go”, Soft Cell cuentan con “What” (1982), “The Night” (2001) o su propia contribución al género, la menor “Northern Lights” (2018).
Ball dejaba en sus melodías el hueco indispensable para que Almond plasmara con gran nitidez sus perversas historias sobre fracaso, venganza y desamor –también esperanza–, introduciendo en el pop electrónico un elemento de vulnerabilidad inédito hasta entonces. Él habla de “glamur en la miseria”. El título del álbum procede de uno de los espectáculos de estriptis que abundaban en el Soho londinense –el cantante acabaría mudándose a la zona–, antros de indudable mala reputación pero habitados por seres humanos de carne y hueso, que empezaron a desaparecer con las políticas de Thatcher y la posterior gentrificación del corazón de la capital británica. Un mundo marginal hoy casi perdido, tan ilusorio como la vida misma. Existen fotografías del dúo con aquella caligrafía de neón a sus espaldas fielmente replicada en la portada. Gustar al público y la venta de discos era un aspecto secundario para estos estudiantes de arte decididos a inventar diez viñetas de peepshow radiante, cutre y afilado, una especie de cosmorama portátil –qué es sino un buen álbum de canciones– que fructificó en un ciclo narrativo cuyo protagonista sería “un hombre rico, seguramente un político o un CEO, que se cansa de la vida que lleva. Su matrimonio se hunde, sus desmadrados hijos le odian. Siente que se muere por dentro, que su vida es mundana y aburrida, pero aún alberga sueños de grandeza”. Así comienza el relato que Almond reconstruyó en su cuenta de Instagram justo antes de la reedición del disco el pasado mes de diciembre.
La opereta electrónica que llevaron a la pantalla de la mano de Tim Pope también llegó en noviembre de 2021 a los escenarios en forma de actuación con espectaculares proyecciones, parte de una gira inmortalizada en el Blu-ray/DVD titulado “Non-Stop Erotic Cabaret… And Other Stories: Live” (2023). Aquellos idealistas que acabaron plantándose ante las tretas de la industria, rentabilizaban merecidamente su ilustre pasado desde su despedida de 2018 en el O2 Arena de Londres. Soft Cell nunca fueron declarativamente políticos, pero “Non-Stop Erotic Cabaret” planteaba un claro desafío ético. Lou Reed, maestro de la observación sin adoctrinamiento, influyó mucho en la estética de un Almond fértil y contradictorio, que proyectaba una gentileza compasiva tan solo por el hecho de retratar a todos aquellos personajes del submundo lumpen.
Bien utilizado, un recurso infalible para aliviar la caspa conceptual es el sentido del humor. “Bleak Is My Favourite Cliché”, canción con la que abrieron su primer concierto –tuvo lugar en una fiesta universitaria de Navidad en 1979–, parodiaba la seriedad “inhóspita” de sus contemporáneos. Comicidad que se fue violentando en amargo sarcasmo a medida que se intensificaban las cargas promocionales del dúo tras el éxito de “Tainted Love”. Soft Cell lograron trampear momentáneamente la presión con un arma secreta que reforzaba la originalidad del proyecto: eran las llamadas “torch songs” o canciones de amor imposible. Almond lo ilustró con gran erudición en una trilogía radiofónica que entregó a la BBC en 2017. “Say Hello, Wave Goodbye” es la más conocida, pero también “Torch” (1982), último capítulo de la etapa imperial de Soft Cell, se inspiraba en Billie Holiday, una de las musas del letrista. Pero los gustos musicales del cantante, que había trabajado en la discoteca Warehouse de Leeds como guardarropa y pinchadiscos, abarcaban cosas moviditas como “To Ride A White Swan” (1970) de T. Rex, “Now I Need You” (1978) de Donna Summer o “Love And Desire” (1978) de Arpeggio.
La epifanía electrónica de Dave Ball se produce con Kraftwerk y “Autobahn” (1974). Sus discos de cabecera eran “Here Come The Warm Jets” (1973), de Brian Eno, y las producciones posteriores con Bowie; “Alien Soundtracks” (1977), de Chrome; singles como “Being Boiled” (1978), de los primeros The Human League; “Private Plane” (1978), de Thomas Leer; “Extended Play” (1978), de Cabaret Voltaire; álbumes de Suicide, Pere Ubu o Devo. Una peculiaridad del “método Ball” es construir la versión extendida de los temas para ajustarlos más tarde a los formatos discográficos. Los maxisingles de la época no suenan a Frankenstein por esta razón salvo, según Ball, “Say Hello, Wave Goodbye”, que retocó para la caja “Keychains & Snowstorms” (Mercury-UMC, 2018). El estuche de seis compactos de “Non-Stop Erotic Cabaret” que se publicó el pasado diciembre incluye las nuevas versiones recompuestas de todos los temas del álbum –solo “Bedsitter” conserva su versión larga original– empleando para ello fragmentos inéditos guardados como oro en paño hasta el día de hoy por Ball. También es interesante escuchar las tomas instrumentales del álbum: melodías simples, percusivas, espaciosas y perfectamente autónomas.
Aunque la idea de Soft Cell era hacer un pop bailable que mirase más a Europa que a los Estados Unidos, Silver Apples, Suicide y Sparks –todos ellos americanos– los preceden. Los últimos no empezaron como dúo, pero el estilo compositivo y teatralidad de Ron Mael, también con bigote legendario, lo hermanan con Ball, quien no tardó en afeitárselo. Eso sí, su pose hierática de la época tenía más de teclista binguero con sinte Bontempi que de psicópata californiano. Formados en 1982, Alison Moyet y un Vince Clarke recién huido de Depeche Mode combinaron en Yazoo introspección, tecno-pop límpido de homologable talento y temáticas menos incómodas aunque acabasen fatal. La vertiente gótica de Soft Cell fue explotada más tarde por Depeche Mode con enorme éxito popular. En realidad, la combinación de Almond y Ball es tan única que complica mucho la tarea de encontrar antecedentes y consecuentes. La playlist que complementa este artículo ofrece alguna pista adicional al respecto, pero la electrónica binaria seguiría escribiendo interesantes renglones con gente como Yello, Blancmange, Associates, Eurythmics, Daft Punk, Air, Underworld, Mouse On Mars, Orbital, Goldfrapp, Hidrogenesse, The Knife o Sleaford Mods. Quienes mejor recogerían su relevo fueron Pet Shop Boys: ironía y emoción, accesibilidad y sustancia, cantante extrovertido y teclista hermético, aunque Ball sonríe mucho más que Chris Lowe. Ambos dúos se unieron en tardío casamiento con el single “Purple Zone” (2022) alcanzando un nuevo número uno.
El uso de la picardía sexual no era nuevo en la música. Estilos como el blues así lo atestiguan. Marc Almond utilizó ese inmenso poder para dibujar un paisaje intencional seguramente más cercano a la sensualidad camp de Liza Minnelli que a la extroversión de Barry White. Rowan Atkinson hizo en 1981 una parodia del cantante –aparecía como drogado, con la voz distorsionada por un playback defectuoso y muy sarasa–. Almond, un exhibicionista de aspecto frágil, también un tipo de carácter recio y reservado, no hacía más que representar un papel entre la realidad y la ficción. Aun así, probablemente desde David Bowie en los setenta no se recuerda una salida del armario tan descarnada como el estreno televisivo de “Tainted Love” en el programa ‘Top Of The Pops’. La aparición de aquel mismo diablillo pálido, completamente vestido de negro, gruesa línea de ojos y antebrazos repletos de exóticas pulseras, también causó sensación a domicilio un sábado en nuestro recordado ‘Aplauso’. Marc Almond expuso su diferencia sobre un plató con valentía y la estudiada teatralidad que requería el instante. “Non-Stop Erotic Cabaret”, haciendo honor a su propio título, iba a ser el primer y más duradero capítulo de una carrera creativa que aún no ha tocado a su fin. La vida es un cabaret, old chum. ∎