Manuel González González, 30 años, se ha preguntado muchas veces por qué su Galicia natal es tierra fértil para las orquestas de verbena. “Quizá por el clima”, aduce como explicación. “Llego a Madrid y me dices ‘qué frío hace’, y pienso: ‘Yo llevo así dos meses’. El clima polariza bastante las actividades. Lo normal es que, de noviembre a abril, los gallegos estemos encerrados en casa. Tenemos el punto nórdico de hacer en casa la vida social y eso favorece que salgan muchos músicos, pintores… El verano allí es una época maravillosa, con un tiempo de la hostia; llevas seis meses encerrado y sales desatado. Además, cuanto más frío hace en un lugar, más desarrollo hay. Por eso los países que están más cerca del trópico suelen ser más pobres que los de zonas templadas. Y creo que ese es nuestro rollo”.
El rollo de Ortiga, actual nombre artístico de Manuel, es difícil de describir con una sola palabra. Su música establece una inusual pero comprensible conexión entre los sonidos caribeños, las orquestas de verano –en las que esos estilos siempre tuvieron espacio destacado– y Galicia, donde radican las mejores. Da la impresión de que Ortiga es muchas cosas, pero es solo una: un gallego exrockero metido a cantante de cumbias que trata de hacer mejor la vida de los demás con sus canciones. Aunque eso son varias cosas, en realidad…
Después de una calculada planificación, en su disco más reciente, “Obra social” (raso., 2024), tercero de su carrera en solitario, va un paso más allá en esa amalgama de ingredientes. “Mi idea es más bien deliberada”, indica. “Me gustan los grupos clásicos de cumbias y merengues y mi intención artística es tratar de parecerme lo más posible a ellos. En el estudio pensé introducir algunos cambios con respecto al disco anterior y llamé a un grupo de vientos para que le diera un acabado diferente. Seguiré avanzando en ese sentido en el siguiente. Si en el anterior metí dos elementos de ese tipo y en este cuatro, la tendencia es meter diez en el siguiente. Es mi búsqueda de tener un sonido que me gusta”.
“Obra social” contiene una mayor presencia de instrumentos reales, aunque sin abandonar el uso de la electrónica. “Todos los estilos que me gustan son de instrumentos, con varias personas tocando. Trato de imitar esas circunstancias para que tenga un sonido parecido, pero soy un chaval, o ya no tanto…, y al final he crecido escuchando hip hop, trap, electrónica, y esa densidad sonora es lo que me llena y trato de mezclar baterías y bajos propios del rap, que me encanta, con todos los códigos estéticos de la cumbia”.
No puede ponerse en duda que el título de álbum rebosa agudeza: alude al concepto de su música como una especie de ayuda para la gente. “Con mis compañeros tengo la broma de que el grupo es una obra social, pero al final lo somos”, dice. “Noto que todos los que formamos parte de la música estamos contentos y hacemos algo que mejora la vida a los demás. Si la música sirve para algo es para crear conexiones entre personas y que todo mejore. Vivimos en un mundo de depredadores, pero cada uno debe aportar humildemente lo que pueda. Yo intento mejorar lo que me rodea a través de la cumbia”. En su canción “A nosa verbena” lo resume así: “Un baile para que esta vida valga la pena”. “Todo lo bello es gratis”, dice. “Y echar un baile está muy bien y es gratis”.
Sus temas surgen de formas diversas. “Intento dejarme llevar en ese sentido. A veces construyo a partir de una frase, otras porque se me ocurren unos acordes… Estoy abierto a que los estímulos me sorprendan. Hay canciones que nacen porque alguien me dice una frase o en momentos de lucidez cerebral cuando estás en la ducha. Normalmente las mejores cosas se te ocurren cuando no estás pensando en que se te ocurran. Es interesante no tener un método para que todos los métodos sean el método. Es decir, todos los métodos me parecen superlegítimos y trato de enriquecerme con todas las posibilidades”.
Manuel nació en Santiago de Compostela; aunque como buen santiagués, no ha hecho el Camino, pues llegó allí cuando vino al mundo. Reside en una casa en la zona vieja de la ciudad. “El Camino está muy de moda porque es un planazo de verano, la temperatura es agradable, tienes la playa a media hora… Pero se ha convertido en un parque temático: la gente te saluda como si fueras atrezo de la ciudad. El problema no es de la peña que viene, sino de la que diseña el viaje para que sea así. Realmente la experiencia es la hostia, es increíble, pero como pasa con todo, cuando se hace muy global, la calidad se pierde. La industria del turismo se lleva todo por delante. Aun así, tengo pensado hacerlo al revés algún día, para que sea nuevo para mí”.
Sus primeros ardores musicales estuvieron centrados en el rock, género en el que sigue interesado y que continúa teniendo reflejo, asegura, en su estilo actual. “Del rock queda prácticamente todo en mí. Hago música como la hacía, pero en vez de con batería, con un güiro, y en lugar de con elementos metaleros, con elementos cumbieros. Lo que mola es la música, y veo que hay muchas más similitudes de las que se ven, y me parece disfrutable el universo latino con la perspectiva rockera”. No ha dejado de tocar la guitarra eléctrica ni de aprender a hacer solos emulando a los legendarios guitar heroes. “Ese rollo Van Halen o Iron Maiden me parece la hostia, y los solos de cuatro minutos son de puta madre. En la cumbia también hay esos códigos: al final de la canción, cada instrumentista hace un solo. El saber no ocupa lugar y con tu mentalidad metalera a lo mejor te sale un rollo interesante. El heavy metal me enseñó a tocar la guitarra creo que bien, y eso, aplicado a la cumbia, hace que lo reviente”.
Inició estudios de fisioterapia en la Universidad de Vigo, pero “fue un desastre”, admite. “Básicamente, estoy hecho para otra cosa. Me levantaba por las mañanas y pensaba ‘puf, terrible’. Y ahora me levanto y digo ‘la hostia’. Hay que obeceder más ese tipo de sentimientos. Trabajar mil horas en la música no me importa. Fue complicado por mi familia, porque es un mundo rodeado de incertidumbre, pero no queda otra: no puedo no hacer esto. Al que le parezca bien, genial; al que no, alegría”.
Su idilio con la música caribeña empezó con Esteban & Manuel, dúo del que formaba parte y que llamó rápidamente la atención por sus canciones, con alta carga de Auto-Tune como “Ela namoroume” (2017) y su propuesta visual: Esteban vestía de azul y Manuel de rojo. Fue entonces cuando pudo dejar trabajos de carga y descarga y como conductor para vivir de su pasión. “Pudimos ser teloneros de Novedades Carminha en la Capitol de Santiago y tocamos en el Monkey Week en Sevilla y nos fue muy bien. Fue a partir de esos dos bolos en concreto cuando nos empezaron a caer un montón de contrataciones, y haciendo cuentas nos percatamos de que eso daba. Los trenes solo pasan una vez, te subes o te bajas y, me cago en la hostia, nosotros nos subimos. Desde entonces vivo solo de la música. Antes vivía para la música. Si cogía trabajos no musicales era para gastarme el sueldo en música”.
Con el seudónimo de O Chicho do Funk probó suerte con el dúo de trap Boyanka Kostova, y en 2019 arrancó su proyecto en solitario como Ortiga. Se cortó la coleta (literalmente) y adoptó estética de rapero cumbiero verbenero, si es que tal cosa es posible. Su ubicación en el centro de varios mundos hace difícil clasificarlo. ¿Se siente más cerca de C. Tangana o de King África, icono verbenero? “Seguramente, a nivel sonido, soy más King África. Tengo ese punto divertido y menos pretencioso. Pero C. Tangana tiene un montón de canciones que me marcaron y es un chaval al que admiro un montón. Sin ser mi artista favorito, veo lo que hace y me siento honrado de compartir país con él”.
Manuel dice haber sido muy verbenero. “Sí, la verdad. Me acuerdo de la fiesta del Rosario, que fue la primera a la que fui, y tengo el recuerdo de estar ahí bailando. ¿Te acuerdas de cuando aprendiste a hablar español? Pues lo mismo. Es una realidad que te define. El mejor recuerdo que tengo es la primera vez que me subí a tocar con una orquesta. Tendría 14 o 15 años. Estaba armando un grupo y les pedimos que nos dejaran tocar. Obviamente fue un desastre, pero el gusanillo estaba ahí”.
“En Galicia –prosigue– todas las fiestas de verano giran alrededor de una orquesta y es el tipo de negocio que conozco y, además, ya no solo me gusta porque socialmente me pertenece, sino porque son estilos que me llenan: son complicados de tocar, hay que estudiar el instrumento, hacer un trabajo importante de orquesta… y eso me apasiona bastante. Por desgracia, como es un tipo de música o de ocio abiertamente popular, muchas veces está infravalorado. A mí eso me desagrada, porque, joder, ni que pasarlo bien estuviera mal. Tenemos una herencia católica que dice que si lo pasas bien está mal, pero trato de reivindicar las cosas que me gustan. Muchas veces me da pena que por ser una música popular se infravalore y, ahora que está tan de moda poner en valor tu folclore, no se tome como cultura de nuestro país. No es tan tradicional, pero, joder, es cultura”.
Aunque las verbenas a menudo son sinónimo de excesos, Ortiga defiende su punto de romanticismo. “Mal ambiente realmente hay en todos lados. No hay peor ambiente en las verbenas que en el fútbol. Por desgracia nos peleamos, pero pasa en todas partes. La gente que se porta mal es un porcentaje mínimo que hace mucho ruido, y lo que mola de la verbena y el fútbol es que son superglobales: pueden vivirlos desde un niño pequeño a un señor de 89, y es lo que busco en mis proyectos. Si es un saco en el que cabe mucha gente, me parece más interesante que hacer algo exclusivo. A mí que me venga una señora de 80 años o una niña de 2 me parece el mismo buen plan. Intento conectar con los máximos perfiles posibles”.
A pesar de su amor por la música latina, tiene pendiente algún viaje más a América, continente que solo ha visitado en una ocasión (fue a Chile), a pesar de que se desplaza con frecuencia a otros lugares. “Cada vez que viajo a donde sea trato de comprar o aprender algo propio de esa cultura que para mí sea totalmente inaprendible, porque si coges un instrumento que no sabes tocar y vas probando, te salen ideas que si las hicieras con tu instrumento principal a lo mejor desecharías por las cosas que tienes metidas en la cabeza. Cuando voy a Marruecos o Grecia, compro instrumentos que no tengo ni puta idea de usar, ni de si se tocan en horizontal o vertical, y empiezo a experimentar y noto que el no saber qué estoy haciendo me da alas en cierto sentido. No hay nada más atrevido que ser ignorante. Cojo algo que me hace tremendamente ignorante y me dejo llevar. Para mí una kora sería un regalazo”. Confiesa que uno de sus sueños es grabar un disco en República Dominicana: “Los merengues y las bachatas, que es lo que más consumo, son la muñeira de allí. Eso debo vivirlo en algún momento”. ∎