Ozzy Osbourne, al frente de Black Sabbath, en el Hammersmith Odeon (Londres), en 1976. Foto: Erica Echenberg (Getty Images)
Ozzy Osbourne, al frente de Black Sabbath, en el Hammersmith Odeon (Londres), en 1976. Foto: Erica Echenberg (Getty Images)

Fuera de Juego

Ozzy Osbourne, compañero del metal

Ozzy Osbourne falleció ayer, 22 de julio, tan solo dos semanas después de protagonizar un concierto-homenaje ya histórico en la ciudad que vio nacer al grupo en el que cantaba y con el que cambiaría el rumbo de la música dura para siempre, Black Sabbath.

La conmoción ante la muerte de Ozzy Osbourne (1948-2025) ayer a última hora de la tarde es generalizada. Universal, se diría. Y está teñida por una consternación de matices domésticos que trasciende lo estrictamente artístico. El cantante, compositor y empresario británico, fallecido a los 76 años tras ser diagnosticado de párkinson en 2019, fue reconocido en vida por sus compañeros y colegas, celebrado por millones de fans y bendecido por un gigantesco éxito comercial.

El vertiginoso carrusel biográfico que protagonizó durante casi toda su vida no estuvo exento de controversias, rincones muy oscuros y voraces dependencias, pero al glosar su figura prevalece lo entrañable frente a lo sórdido e impera el reconocimiento a su papel en la definición formal de todo un género, el heavy metal, como carismático vocero del grupo Black Sabbath. El cuarteto de Birmingham, formado en 1968 por Osbourne, el guitarrista Tony Iommi, el bajista y letrista Geezer Butler y el batería Bill Ward, propuso un revolucionario giro estético para el rock’n’roll en plena debacle del sueño sesentero.

Black Sabbath, en 1970: Bill Ward, Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler. Foto: Chris Walter (Getty Images)
Black Sabbath, en 1970: Bill Ward, Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler. Foto: Chris Walter (Getty Images)
Partiendo del blues, el grupo desarrolló su propio estilo, marcado por un sonido oscuro –la canción “Black Sabbath” de su primer álbum, poseída por el tritono, es punto de fuga en cualquier cronología metalera– que incrementaría su nivel de amenaza paulatinamente, en trabajos de creciente peso específico y considerable densidad instrumental que enseguida tornaron indiscutibles. Sus seis primeros álbumes –“Black Sabbath” (Vertigo, 1970), “Paranoid” (Vertigo, 1970), “Master Of Reality” (Vertigo, 1971), “Vol. 4” (Vertigo, 1972), “Sabbath Bloody Sabbath” (Vertigo, 1973) y “Sabotage” (Vertigo, 1975)– son la semilla de un árbol genealógico que se ha ido ramificando a lo largo de las décadas hasta convertirse en frondosa plantación metalera. Pregunten en la parroquia que prefieran –en la del thrash y la del stoner, en la del industrial y el doom, en la del punk, en la del alt-rock y la del drone, en cualquier demarcación del metal extremo– porque la respuesta va a ser siempre la misma: sin estos discos la historia habría sido otra.

Y sin la voz de Ozzy, sustantiva y ajena a florituras, fatídica siempre, idónea para encarnar los ominosos textos servidos por Geezer Butler, Black Sabbath habría sido un grupo distinto. Lo fue, de hecho, cuando en 1979 se le invitó a cerrar la puerta por fuera apelando a su desfase tóxico, por mucho que el llorado Ronnie James Dio (1942-2010) le sustituyera en discos también fantásticos como “Heaven & Hell” (Vertigo, 1980) o “Mob Rules” (Vertigo, 1981). Y siguió siéndolo –Ian Gillan, Glenn Hughes y Tony Martin ocuparon voluntariosa plaza frente al micro– hasta “13” (Vertigo, 2013), el álbum que selló el ansiado regreso de Ozzy al estudio con parte de sus compañeros –Ward decidió darse mus– más de tres décadas después.

En 1981, en su debut en concierto en solitario tras ser expulsado de Black Sabbath. Foto: Gary Gershoff (Getty Images)
En 1981, en su debut en concierto en solitario tras ser expulsado de Black Sabbath. Foto: Gary Gershoff (Getty Images)
Tras fundirse el finiquito en priva y otras sustancias, Ozzy Osbourne reconstruyó en tiempo récord su carrera con la implacable ayuda de Sharon Arden, hija de Don Arden, por entonces mánager de Black Sabbath, con la que se casaría en 1982. Su habilidad para crear equipos de trabajo en los que se conjugaba el valor de la experiencia con el arrojo de la juventud cristalizó en una brillante obra por cuenta propia que amplió su considerable fortuna. Por el grupo de Ozzy, a lo largo de casi tres decenios, pasaron guitarristas superlativos como Randy Rhoads (1956-1982), Jake E. Lee, Brad Gillis, Zakk Wylde o Jerry Cantrell, pero también bajistas de primera como Bob Daisley, Robert Trujillo o el propio Geezer Butler y baterías over the top como Mike Bordin o Tommy Aldridge. Había nivel.

Durante los ochenta e incluso en la primera mitad de los noventa –en plena recesión metalera tras la imparable irrupción de la Nación Alternativa– publicó una triunfal serie discográfica que acumuló más de 25 millones de copias vendidas solo en los Estados Unidos. En ella destacan álbumes con vitola de clásico hard’n’heavy como “Blizzard Of Ozz” (Jet, 1980), “Diary Of A Madman” (Jet, 1981), “Bark At The Moon” (CBS-Epic, 1983) o “No More Tears” (Epic, 1991). Además, el matrimonio Osbourne puso en marcha en 1996 Ozzfest, un festival itinerante que durante casi veinte años acogió en sus carteles –en Estados Unidos, Reino Unido y posteriormente también en Europa continental– tanto a las mayores estrellas del universo metalero como a grupos por entonces noveles. La respuesta del público volvió a ser entusiasta y la empresa familiar amplió todavía más sus beneficios y patrimonio.

En la serie “The Osbournes” (2002-2005): Ozzy y familia.
En la serie “The Osbournes” (2002-2005): Ozzy y familia.
Establecido como icono entre boomers y miembros de la generación X, respetado y querido por la inmensa mayoría de músicos que crecieron a la sombra de Black Sabbath o de sus trabajos en solitario, Ozzy traspasó el último umbral de la celebridad con el cambio de siglo gracias al programa de telerrealidad “The Osbournes” (2002-2005), emitido por la MTV cuando la MTV ya era otra cosa. Las cuatro temporadas que el programa estuvo en antena –la vida de la familia en directo: Ozzy, Sharon, Jack y Kelly; la hija mayor del matrimonio, Aimee, rechazó participar– contribuyeron a presentarlo entre los millennial con todas las implicaciones propias de un show de esta naturaleza.

Quizá por eso, para poner puntos sobre algunas íes tras la impúdica exhibición catódica, en 2010 publicó el libro autobiográfico “I Am Ozzy (confieso que he bebido)”, editado en castellano por Global Rhythm Press en 2011 –y, más tarde, en 2018, por Es Pop como “Soy Ozzy”–. En octubre de este año verá la luz el libro de memorias “Last Rites”, en el que el británico repasa su vida y milagros como rockstar empozoñada por las adicciones y perpetuamente hermanada con el éxito, pero también los complicados últimos años que tuvo que afrontar a causa de su frágil estado de salud, que lo obligó a cancelar la gira “No More Tours II” que había arrancado en la primavera de 2018 y que nunca pudo terminar. Lo que sí pudo cumplir fue el deseo de despedirse de sus amigos, discípulos y fans mientras vivía. Sucedió el pasado 5 de julio en el Villa Park de Birmingham, en un concierto que hoy, pocas horas después de su fallecimiento, trasciende el homenaje para adquirir una nueva dimensión de carácter artístico. ∎

En 2010: salvaje. Foto: Mick Hutson (Getty Images)
En 2010: salvaje. Foto: Mick Hutson (Getty Images)

Paranoia, excursiones al vacío y trenes que descarrilan

BLACK SABBATH
“Paranoid”
(Vertigo, 1970)

Grabado en cuatro días, tan solo ocho meses después del iniciático “Black Sabbath” (1970), termina de establecer los fundamentos estéticos del heavy metal y allana su camino hacia evoluciones ulteriores. Como vademécum de riffs fundacionales –“Iron Man”, “War Pigs”, “Paranoid”, “Fairies Wear Boots”–, no tiene precio. Y su despliegue lírico –invectivas antibelicistas, experiencias tóxicas que terminan regular, incursiones psicodélicas cerca de las estrellas, billetes de ida y vuelta al apocalipsis– es otro canon genérico que, gracias a la voz de Ozzy, siempre inenarrable, ya sea al natural o artesanalmente tratada en gemas de belleza insondable como “Planet Caravan”, multiplicaba su efecto intimidatorio.

BLACK SABBATH
“Master Of Reality”
(Vertigo, 1971)

Tras la consagración comercial de “Paranoid” (1970), en menos de un año, Black Sabbath destila un sonido todavía más denso y pesado para dar el definitivo carpetazo a los sesenta y su florida ensoñación hippy. El grupo, que no hace ascos a ninguna sustancia, ya sea estimulante o depresora, dispone de más tiempo en el estudio y sazona parte de las sesiones con hierba. Iommi y Butler bajan el tono de su afinación y sirven la plantilla sónica del sludge, el doom, el grunge, el stoner e incluso una parte de la nueva ola del metal británico, en canciones sin réplica impulsadas por riffs eternos como “Into The Void”, la bombástica “Children Of The Grave” –fantástico el trabajo de Bill Ward– o “Sweet Leaf”. Butler extrae de su cuaderno églogas marihuaneras, visiones del Armagedón con subtexto ecologista o esperanzadas arengas a la generación que estaba creciendo durante la guerra fría. Ozzy es el único que no baja el tono, salvo en la delicada “Solitude”, una de las piezas más hermosas de todo el repertorio sabbathico, arreglada por Iommi con piano y flauta.

OZZY OSBOURNE
“Blizzard Of Ozz”
(Jet, 1980)

Tras su expulsión de Black Sabbath en 1979, Ozzy recluta a tres veteranos del hard rock británico: el batería Lee Kerslake, el distintivo bajista Bob Daisley y el teclista Don Airey. También a Randy Rhoads, extraordinario guitarrista californiano de veintipocos que venía de foguearse en un grupo que después también lograría tocar platino, Quiet Riot. Coescrito en su mayoría junto a Daisley y Rhoads, es –con permiso de “No More Tears” (1991)– el disco más exitoso en toda la carrera de Ozzy. Nada que objetar al respecto: “I Don’t Know”, “Crazy Train” y “Mr. Crowley” son clásicos del género duro por derecho. Además, contiene piezas asombrosas en su ambición compositiva como “Revelation (Mother Earth)”, la emotiva balada de tinte barroco “Goodbye To Romance”, el zarpazo hard & heavy “Steal Away (The Night)” o la controvertida “Suicide Solution”. Le permitió alzar su vuelo solitario directamente en la estratosfera y puso en marcha los engranajes de una maquinaria creativa de envidiable efectividad participada siempre por brillantes terceros, pero suya al fin y al cabo. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados